Reino Unido, entre el declive y el abismo
A pesar de los buenos augurios, Theresa May no pudo cerrar un compromiso con la Unión Europea (UE) sobre el Brexit. Eso significa que, a estas alturas, ni los británicos ni el resto del mundo saben si Reino Unido se encamina hacia un suave pero inevitable declive (eso sí, macerado en patriotismo), o si acabará cayendo en el abismo al que parecen querer abocarlo los más encendidos partidarios de un Brexit que separe de cuajo al país del demonio continental.
Paradójicamente, el fantasma de una desconexión sin acuerdo no es solo responsabilidad del sector más antieuropeo de la sociedad británica. La semilla del Brexit duro la empezaron a sembrar los más fanáticos remainers (por el verbo inglés remain, permanecer), que durante la campaña del referéndum de 2016 presentaron el abandono de la UE, cualquier abandono, poco más o menos como un viaje al infierno. El Tesoro británico, con el conservador George Osborne como canciller del Exchequer, vaticinó que si los británicos votaban leave (marcharse), el país entraría en recesión, la economía caería entre un 3,6% y un 6% en dos años y se irían al paro entre 500.000 y 800.000 trabajadores.
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Los británicos votaron por marcharse pero no se cumplieron los augurios de cataclismo inmediato: la economía siguió creciendo y no solo no aumentó el paro, sino que cayó en 250.000 personas. Todo eso ha consolidado entre muchos británicos la idea (muy cuestionable) de que el Brexit no es peligroso y ha reforzado a quienes incluso quieren romper por completo con la UE. El problema es que sí ha pasado algo desde el referéndum: el país no se ha hundido, pero la economía británica ha crecido entre 2 y 2,5 puntos porcentuales menos de lo que hubiera crecido sin Brexit. No son cifras pequeñas.
“Yo no esperaba que la economía se desplomara inmediatamente después del referéndum”, subraya Thomas Sampson, profesor asociado de la London School of Economics. “La gente suele equiparar el voto en el referéndum con una crisis financiera. Pero el Brexit serán cambios en las políticas comerciales, y esos cambios tienden a emerger de forma mucho más lenta que los efectos de las crisis financieras o el hundimiento de la banca”, añade.
Jonathan Portes, profesor de Economía y Políticas Públicas del King’s College de Londres, coincide en que “nada cambió en términos de políticas”. “Sí, la confianza se vio afectada, pero durante muy poco tiempo. Por supuesto, la libra cayó de forma bastante sustancial, los mercados reaccionaron un poco pero sin pánico, los negocios concluyeron que no iba a pasar nada al menos en un par de años y por lo tanto no tenían que hacer nada de forma inmediata, y las cosas siguieron más o menos como siempre”, agrega.
Graham Gudgin, investigador de la Escuela de Negocios de la Universidad de Cambridge y partidario del Brexit, carga las tintas contra el Tesoro. “Los efectos negativos vaticinados por el Tesoro se basaban sobre todo en predicciones de una caída de la confianza, tanto por parte de las inversiones de las empresas como por parte de los consumidores, que no ocurrió”, sostiene.