Pueblo maradoniano despide al ídolo con liturgia futbolera
El funeral de Diego Maradona replicó muchas de las pulsiones que desata el fútbol en Argentina: pasión descontrolada, alegría y congoja
En contraste, la muerte del ídolo también fue comunión entre rivales acérrimos.
El primero en la fila fue Nahuel de Lima, un joven discapacitado con muletas, que llegó desde Villa Fiorito, la barriada pobre al sur de la capital donde se crió Maradona entre carencias y canchas de barro. “Estamos acá desde las 5 de la tarde de ayer (miércoles). Soy del barrio del Diego, es lo más grande que hay. Diego es pueblo, venimos a despedir a alguien que nos dio muchas alegrías”, contó.
Maradona, de 60 años, falleció el miércoles a causa de un paro cardíaco.
El ingreso de los primeros fanáticos para despedir al Pelusa, como le decía su mamá, Doña Tota, se asemejó bastante al descontrol que se produce con frecuencia en el acceso a los estadios locales. Hubo empujones y riñas provocadas por una combinación entre el cansancio por la larga espera, la ansiedad y el consumo de alcohol. La mayoría no tenía tapabocas pese a la pandemia de coronavirus.
En la cabecera de la fila de varias cuadras prevalecían las casacas azules y amarillas de los hinchas de Boca Juniors, club del cual Maradona era hincha y donde jugó en dos ciclos: 1981 y luego 1995-1997, cuando se retiró. Más atrás asomaban las de Argentinos Juniors, en el que debutó como profesional en 1976, Independiente, Racing Club, San Lorenzo, Napoli de Italia y, aunque en minoría, también se distinguían de River Plate.
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Una lluvia de piedras, botellas y latas sobre el frente del palacio gubernamental, mientras la policía intentaba disuadir a los revoltosos con gases lacrimógenos, obligó interrumpir la entrada del público hasta que llegaron refuerzos y se colocaron más vallas para garantizar la seguridad.
Cuando se habilitó el ingreso nuevamente, expresaron una adrenalina similar al subir los escalones rumbo a la tribuna antes del partido.
Con la poca voz que les quedaba, muchos gritaban los clásicos cánticos de tribuna que se volvieron himnos para los futboleros argentinos: “El que no salta es un inglés”, “brasilero, brasilero que amargo se te ve, Maradona es más grande que Pelé” y “Ole, olé, Diego, Diego”.
Fue apenas pasar el ingreso al palacio gubernamental y toparse con el féretro de madera que una congoja los embargó al comprobar con sus propios ojos que la muerte de Maradona, provocada por un paro cardíaco el miércoles por la mañana, no había sido una “fake news”.
La mayoría rompía en llanto ante el féretro, cubierto con la bandera celeste y blanca de Argentina y las casacas de la selección y de Boca con la número 10, custodiado por los familiares de Maradona. Del otro lado de un vallado, guardaespaldas de traje aceleraban el paso de los seguidores y prohibían uso de teléfonos móviles para captar imágenes.
En el pasillo continuo, muchos fanáticos caían de rodillas y se abrazaban entre ellos. Visiblemente agotados por la vigilia, abandonaban a paso lento el palacio gubernamental.
“Se nos va el fútbol y comienza una leyenda. Ya sabemos a quién rezarle ahora: al Diego”, expresó Dalma Ferreyra, quien tiene el mismo nombre que la hija mayor de Maradona.
Entre la marea de seguidores, resaltó el abrazo entre un hincha con la camiseta de Boca y otro con la de River, ambos desconsolados. La rivalidad entre los dos equipos más populares de Argentina, que se cobró varias vidas, se puso en pausa por la “Mano de Dios”.
“Diego aunque haya jugado en Boca, no tiene colores”, advirtió Belén Ponce, simpatizante del club millonario.
Frente a las cámaras, fanáticos mostraron con orgullo los tatuajes de Maradona que se grabaron en la piel. Otros insultaron a los periodistas, con los que el exastro siempre mantuvo una relación tirante. Estaban los que pidieron explicaciones al cielo: “¿por qué te fuiste?”
Al atardecer, más de un centenar de hinchas de Gimnasia La Plata __equipo que dirigía Maradona al momento de morir__ se acercaron a la Casa Rosada y le dedicaron varias canciones de tribuna acompañados por bombos.
La multitud desbordó la organización y tras violentos incidentes en los alrededores, con heridos y detenidos, la familia dio por finalizado el velatorio. El féretro fue colocado en un coche fúnebre que en la ventana tenía un cartel que decía: Diego Armando Maradona.
Desesperados por darle el último adiós al ídolo, sus fieles se treparon de los barrotes de la sede de gobierno como si fuera el alambrado de una tribuna, mientras los bomberos arrojaban agua para disuadirlos. “Diego no se murió, Diego vive en el pueblo la p....”, fue el grito que acompañó la partida del cortejo fúnebre hacia un cementerio privado en las afueras de Buenos Aires.
En un local de venta de periódicos y revistas a pocos metros de la Casa Rosada, Javier Lanza miraba las portadas dedicadas a la muerte del ícono.
“Siento que estas tapas van a quedar por los siglos de los siglos, como aquella de Campeones del Mundo o la que decía “Vergüenza” cuando perdimos con Colombia. ‘El día que se murió Maradona’. Ese día que pensamos que nunca iba a llegar”, lamentó.