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Un tango para Evita

Volveré y seré millones… Eva Perón

Estar en Buenos Aires es sentir la presencia de grandes personajes argentinos que pese a su muerte, se instalaron con fuerza  en el imaginario colectivo.  María Eva Duarte es una de ellas. Al recorrer las calles de la fascinante ciudad junto al Río de la Plata, uno va encontrando memorias de la controvertida Evita. Una prueba son los enormes murales en el edificio del Ministerio de Desarrollo Social con su conocida imagen, ahí en la emblemática avenida 9 de julio, la más ancha del mundo, donde con una manifestación impresionante Eva recibió en 1951 a la petición de su pueblo para ser vicepresidenta de la nación; murales que son muestra evidente de esa presencia, pero también del uso de su figura con fines políticos.

La primera vez que estuve en la inolvidable Buenos Aires, el país era gobernado por Cristina Kirchner, una mujer que parecía querer reencarnar en Eva de muchas maneras y con muchos guiños. En ese tiempo, Evita tuvo un renacimiento político: obras de teatro, tangos, óperas, suvenires, discursos, museos, homenajes. Pero más allá de los fines políticos, pude ver también a Eva en la memoria colectiva, en los relatos urbanos, en su modesta tumba en el Panteón de la Recoleta siempre llena de flores. En ese contexto, todavía puedo recordar la narrativa de los taxistas, algunos venerándola, llorándola y otros agradeciendo el cáncer que se la llevó.

Un tango para Evita

Este 2019, cuando recién se cumplieron 100 años de su nacimiento; todo parece indicar que su figura todavía divide a los argentinos. Considerada por muchos como la abanderada de los humildes, la protectora de los “descamisados”; también es denostada como populista y autoritaria. Pero además de los debates políticos que sin duda son parte de la forma y del fondo de la vida pública argentina, está la Eva de carne y hueso, la historia fascinante de una mujer convertida en mito. No cualquiera. La joven actriz que salió de una pequeña localidad para conquistar al hombre más poderoso de su país y después conquistar el amor de un pueblo.

Toda la vida de Eva Perón aparece rodeada de misterio. Y también su muerte. Cómo explicar que después de su multitudinario funeral en 1952, cuando el pueblo se volcó para ver su cuerpo inerte, cuando todas las flores de Argentina no fueron suficientes para velarla,  su cadáver embalsamado hubiera sido secuestrado por militares y después recorrido tanto camino, incluso cruzar el Atlántico, y viajar durante 19 años, escondido de un lado a otro por puro miedo de su popularidad. La historia del cadáver de Evita es por sí sola digna de  novela. Así lo consignó el reconocido escritor y periodista Tomas Eloy Martínez en “Santa Evita”, un libro maravilloso basado en una investigación de los hechos reales y aderezado con pasajes de ficción que enriquecen aún más la historia de Evita. 

Pero muchos años antes de su muerte, cuando Juan Domingo Perón fue elegido Presidente de Argentina en 1946, ella inició una trayectoria de ascenso marcada por su carisma y su trabajo en las causas justicieras por los desposeídos, especialmente ancianos, mujeres y niños. Ascenso que provocó odios entre las clases poderosas y en los enemigos del peronismo. A mediados del siglo XX, cuando el papel de la mujer estaba en la casa, Eva Perón, sin declararse feminista luchó por las causas más sentidas de las mujeres que incluyeron apoyos importantes, alianzas con los sindicatos para generar bienestar y la conquista del anhelado voto femenino. 

Poseedora de una intuición impresionante, la política se gestó en Evita como algo natural, llegando incluso a quitarle protagonismo a su amado Juan Domingo.  Dentaduras postizas, pares de lentes, piernas de madera, medicinas,  juguetes, bicicletas, casas, escuelas, entre otras peticiones que a diario resolvía trabajando hasta 20 horas diarias en la fundación que presidía. Tal vez por eso se dice que nadie en el poder ha sido tan amado como ella, la llamada “jefa espiritual de la nación”. Y es ese amor profundo de su pueblo, para muchos inexplicable, lo que a cien años de su nacimiento, sigue siendo motivo de debates e investigaciones.

Y dicen que ese amor estaba sustentado en hechos. El confesor de Eva asegura que cuando veía una injusticia no la perdonaba y actuaba para resolverla. Así iba sumando adeptos. Uno a uno. Y así fue construyendo un movimiento de masas extraordinario en torno suyo. Así vivió y murió Eva. Mientras escribo escucho el bellísimo tango de Enrique Santos que dicen era el favorito de la “jefa Eva”: “Uno va arrastrándose entre espinas, y en su afán de dar su amor sufre y se destroza hasta entender que uno se ha quedao sin corazón…si yo tuviera el corazón, el corazón que di, si yo pudiera como ayer, querer sin presentir”.

Una mujer tan humana como cualquiera, con fallas y aciertos, pero capaz de provocar grandes pasiones. Años después de su muerte, la adoración de un pueblo por Eva inspiraría sus propios tangos y la bellísima, clásica melodía “No llores por mí Argentina”, que conlleva el amor entre una mujer y un pueblo. No cualquiera. 

P.D: Agradezco la invitación de Brando Deándar para colaborar para el reconocido diario El Mañana de Reynosa. Un placer compartir mi pensar y sentir con ustedes.