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Pastor del poder

Yo no vi. Yo no supe. Yo no tuve nada que ver. Yo sólo seguía órdenes.

Yo no vi. Yo no supe. Yo no tuve nada que ver. Yo sólo seguía órdenes. Así la postura del arzobispo Norberto Rivera ante las nuevas demandas en su contra por la protección de pederastas. Así El pastor del poder descrito en el nuevo libro de Bernardo Barranco, que lejos de asumir una falsa neutralidad es un testimonio imprescindible de denuncia. Norberto Rivera, un ícono de la impunidad y de ese Dios que a veces escribe chueco. 

Un ejemplo de los vasos comunicantes del poder político y la estructura eclesiástica que minan el carácter laico del Estado. Un emblema de la aventura fallida de la Iglesia Católica de Juan Pablo II para tapar, “conciliar”, apostarle a la regresión y a la disciplina y al silencio. Norberto Rivera encubridor de Marcial Maciel y de tantos más como él. Pastor de la podredumbre.

Pastor del poder

Y no escribo estas líneas desde una postura anticlerical o anticatólica, como tampoco lo hacen Barranco y sus colaboradores. La razón detrás de la auscultación crítica al arzobispo primado del país proviene de un lugar más profundo. La tristeza al ver a un líder espiritual convertido en un hombre del aparato político. 

La decepción al ver la marca que ha dejado en México durante los últimos 22 años, promotor de uno de los episcopados más recalcitrantes del continente. Su conservadurismo. Su intransigencia social. Su condena sistemática a la causa de las mujeres, los no creyentes y las minorías. Su reproche constante a políticos liberales que legislan desde la laicidad. Su protección a pederastas una y otra vez. Rivera imperioso, Rivera intocable, Rivera impune. 

Tan impune como lo fue Marcial Maciel, al que tantos miembros de la clase empresarial veían como un santo. Al que tantos oligarcas recurrían para que los casara o  les ofreciera acompañamiento espiritual. Norberto Rivera, cobijado por las televisoras, cobijado por Carlos Slim, cobijado por los Legionarios de Cristo. 

Al margen de cualquier reproche a pesar de los negocios que ha hecho con la imagen de la virgen de Guadalupe y la anulación indebida del matrimonio de Angélica Rivera. Lucrando con la Iglesia vía la falta de transparencia y disposición para ofrecer balances, ingresos y egresos, pago de impuestos, cobro de servicios y demás recursos que pasan por su puesto. 

Lo mismo que ha ocurrido en Roma con las finanzas del Vaticano, mimetizado en México. Pero mientras allá el Papa Francisco intenta corregir, acá el pastor del poder intenta tapar. Mientras allá el pontífice perfila los atributos del buen párroco, acá el cardenal primado los traiciona. 

Norberto Rivera regañado por el Papa Francisco durante su visita a México por su conversión de líder eclesiástico a cortesano del poder. Por sus excesos y frivolidades. Por su empeño en cubrirse las canas que le ha ganado el apodo de cardenal “Clairol” o cardenal “Just for Men”. 

Para Francisco el buen pastor es el que da la vida por sus ovejas; para Norberto es el que las truquea y las exprime. Para Francisco la Iglesia se ha vuelto “burocrática y doctrinaria”; para Norberto es una fuente de poder y riqueza. Una forma de hacer política y participar en ella, irrumpiendo en la plaza pública y en la escena electoral. La obediencia a Dios por encima del respeto al César, en antítesis al Estado laico.

Norberto Rivera debe irse, ya. Norberto Rivera debe ser investigado por encubrimiento a través de la autoridad secular, ya. Es imperativo que se vuelva pasado, historia. Pero no una historia enterrada o pasteurizada. Habrá que airear las Iglesias y las basílicas y los púlpitos por los cuales transitó para saber cuánto encubrió, cuánto se embolsó, a cuántos engañó. 

Habrá que empujar para que la Iglesia rinda cuentas por los miles de casos de pederastia, crímenes sin castigo. Y pasar a un momento distinto, renovado, en el cual preguntemos qué tipo de pastor necesita México. La respuesta la ha dado -de manera incipiente- el Papa Francisco: una iglesia misionera, alegre, abierta a los laicos y a los pobres y a los olvidados. 

Abierta a todos los géneros, a todas las preferencias sexuales, a todas las formas de pensar. Basta de príncipes palaciegos y clérigos cortesanos. Basta de personajes que recurren a la oscuridad para trabajar. A la Iglesia le toca ser inquieta e inquietante, contemplativa y participativa. Su tarea es pastorear desde la fe y no manipular desde el poder.