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Lo que esperamos el 2 de julio vs. la realidad

El 2 de julio estaremos siendo testigos de una jornada electoral ejemplar, en donde poco más de 62 millones de electores de los casi 90 millones inscritos en la lista nominal, es decir, 70%, asistieron a las urnas a depositar su voto por los 18 mil 299 cargos de elección popular que estuvieron en juego tanto para la renovación de la Presidencia de la República, la elección de los 500 diputados federales y los 128 senadores, así como los 17 mil 670 cargos locales disputados en 30 entidades federativas. La elección más grande de nuestra historia salió muy bien.

La elección que causó mayor cobertura fue sin duda la elección de la Presidencia de la República, en donde la autoridad electoral pudo dar a conocer, según lo programado, las tendencias registradas tanto en su Programa de Resultados Electorales Preliminares como en el Conteo Rápido.

Lo que esperamos el 2 de julio vs. la realidad

Pero tal vez lo más relevante de la elección fue la estatura política de los contendientes, quienes, al conocer los resultados, los aceptaron, felicitaron a los más de un millón 400 mil ciudadanos que fungieron como funcionarios de las más de 157 mil casillas que operaron sin mayores incidentes, así como a todas las autoridades electorales (federal y locales) y reconocieron el triunfo de quien ocupará la silla presidencial los próximos seis años. Un panorama similar se vivió en las entidades federativas, sobre todo en aquellas 9 entidades en donde se renovaron las gubernaturas y la Jefatura de Gobierno en la Ciudad de México. La civilidad fue el factor clave de la elección.

Felicitaciones empezaron a llegar también de diversas partes del mundo y buenos comentarios de la sociedad civil y de observadores electorales por una elección implacable y en donde los medios de impugnación anunciados serán procesados por las vías institucionales correspondientes.

Qué bonito sería que con una elección así se fortaleciera y consolidara nuestro sistema democrático. Sin embargo, nos enfrentaos a otra realidad. 

De entrada, el proceso electoral se ve ensombrecido por los asesinatos de candidatas y candidatos a cargos de elección popular sin importar la afiliación política; hechos que la sociedad, actores políticos, medios de comunicación, autoridades electorales y la propia OEA ha condenado exigiendo el esclarecimiento de tan lamentables acontecimientos.

Las campañas electorales, por su parte, están montadas en el descrédito del adversario en donde parecería que las estrategias de campaña se basan más en resaltar los errores y debilidades del oponente, en lugar de posiciona, ante el electorado, propuestas que sean benéficas para la sociedad en su conjunto.

Asimismo, podrían existir complicaciones para la autoridad electoral si la elección por la Presidencia de la República es una contienda muy cerrada, con lo que tendríamos un panorama similar al ocurrido en la elección de 2006, es decir, serían los cómputos distritales, que se llevan a cabo el miércoles siguiente al que tuvo verificativo la jornada electoral, los que darían a conocer el resultados electorales; esto independientemente de una avalancha sin piedad de medios de impugnación que los actores seguramente interpondrán.

Las campañas electorales empiezan a tomar su ritmo y vemos ya cualquier cantidad de descalificaciones, con lo que seguramente no todos los competidores, si no les favorece el triunfo electoral en cualquiera de las elecciones federales o locales, lo reconocerán, independientemente de la candidata, candidato, coalición o partido de que se trate. 

De igual forma, dudo mucho que los medios de impugnación establecidos en la Ley sean los únicos mecanismos utilizados para dirimir diferencias y, muy probablemente, las manifestaciones, el descrédito, los reclamos, las ruedas de prensa haciendo acusaciones, la presión política, entre otros, podrían ser la escena del día 2 de julio en adelante. Ojalá y me equivoque.