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La nación posible

A quién decidió ejercer su voto cada día, a partir de hoy

Una vida satisfactoria. Imagino que eso, por encima de todo lo demás, es lo que la mayoría de los terrícolas ambicionan tener. Terrícolas serbios, japoneses, iraníes, choles, tojolabales, regiomontanos, acapulqueños o chilangos. Todos. Imagino que eso es lo que tenías en mente a la hora de votar, a la hora de defender tu preferencia por tal o cual candidato de los miles que tocó designar en México hace apenas unos días.

Lo mismo me da que seas musulmán, católico, apostólico y romano, judío, de la iglesia adventista o cualquier otra que te mueva a acercarte a una idea de Dios, o no, por el contrario, que lo tuyo sea la ausencia total de este, la idolatría a Obi-Wan Kenobi y su pandilla de Jedis, la mal traducida metodología Zen, o la adoración de los próceres del culebrón lacrimógeno del canal de las estrellas; la vida oscura de los cantantes famosos, o simplemente la colección de los tarritos de una marca de café extranjerizante. Imagino yo, pues...

La nación posible

Morenistas, priístas, panistas, naranjistas o perredistas. Sí. Da igual. A fin de cuentas todos aspiramos, sí, a la satisfacción de tener, por ejemplo, a tu madre sana y sonriente, o con consulta médica asegurada, tratamiento y medicamentos para su dolencia, su enfermedad, el cáncer maligno o la maldita diabetes.

La posibilidad de tener un dinerito guardado para que a la muerte de tu padre puedas liquidar al contado una cajita de simulación madera y velatorio y un entierro con algo de dignidad, una extremaunción con cura de casulla y sotana de casimir inglés...

Cada quien sus definiciones, podrías decir tú, apreciado lector, pero anticipo que en esa gran mayoría de los casos, vida satisfactoria incluye elementos comunes y mundanos como estabilidad financiera, una razonable condición de salud, un concepto familiar estimulante con hijos, con parejas, con abuelos, padres, hermanos y mascotas.

Poderte dar un gustito o dos, retozar entre cuatro paredes de vez en vez con tu pareja, o en el bosque, o en el asiento de atrás de tu coche que puedes seguir amortizando en cómodas mensualidades gracias a la estabilidad de tu empleo, a la libertad que te garantizan tus leyes constitucionales para tatuarte o teñirte las cejas sin ser juzgado por ello.

Bienestar, amor, cariño y camaradería. Derecho a no ser discriminado por tus características personales. Con muchos abrazos, “damecincos”, choques de vasos, sobremesas, compañía y hasta besos de lengüita con tu perro, con tu quelite o tu “peoresnada”. No sé, cada quien sus ideas, sus circunstancias y sus cuerpos, pero vida satisfactoria al fin, sin el miedo al asalto o a la extorsión telefónica, sin el acecho del secuestrador o el abonero, con un derecho bien ganado a la educación laica y de calidad.

Una vida donde no falten frijoles, aunque tenga sinsabores, frustraciones, penas y pérdidas. Pero así, satisfactoria. Con algo en tu casa que ofrecer a los visitantes, con desayuno al gusto y alacena confiable. Quesadillas y birria los sábados por la mañana. Con una reservita o guardadito para las penurias. Con una bicicleta para los domingos, unas entradas al juego de Santos Laguna, boletos para el teatro, un buen libro en la mesita de noche, calzones nuevos de manera regular, fiesta de cumpleaños para los chicos, útiles escolares, dos vacaciones al año..., en fin.

Yo creo que por eso saliste a votar ese domingo, porque a final de cuentas, los partidos políticos de siempre ya te habían ignorado, y quisiste gritar, decir ésta boca es mía; a fin de cuentas había que sacudir al árbol y generar un cambio crítico, el que fuera, para que al menos renazca la esperanza de tener una vida satisfactoria, en la que se traducen cotidianamente los grandes conceptos políticos, y que representa los verdaderos intereses y sentimientos vivenciales y tangibles de tu nación posible.