Editoriales > ANÁLISIS

La Fachenda

No puede hablarse del Pensador Mexicano sin aludir a las palabras de ese otro mexicano ilustre, don Agustín Yáñez: "José Joaquín Fernández de Lizardi es patriota y profeta en el Santoral de la Patria.

Ayer se mencionó en este espacio el poder mediático que hizo desaparecer de la historia a la figura principal de la creación del Estado nacional mexicano, don Guadalupe Victoria, hombre de grandes prendas egresado del Colegio de San Ildefonso, donde abrevó de su compañero Ignacio López Rayón, el sentido constitucional y los alcances de la soberanía nacional. Pero, en sentido contrario, Victoria no hubiera podido llegar a la presidencia de México sin el apoyo de la prensa y la literatura lizardiana.

Joaquín Fernández de Lizardi, el Pensador Mexicano, amigo entrañable de Victoria, desarrolló una vasta obra en el periodismo, la literatura y la política. Entendió la naturaleza de la nación mexicana con sus manifestaciones auténticas y la retrató con un lenguaje nuevo dirigido al gran público de las clases medias para abajo, escandalizando a las buenas conciencias que gozaban de las novedades llegadas de ultramar, especialmente las novelas románticas de estilo afrancesado o londinense. Fue harto prolífico.

La Fachenda

Fernández de Lizardi nació el 15 de noviembre de 1776, en la muy ilustre y señorial Ciudad de México, falleció el 21 de junio de 1827. Debe considerarse el gran iniciador de la novela americana. En 1812 fundó el periódico liberal El Pensador Mexicano, cuyo título adoptó como seudónimo. Su vehemencia polémica le enfrentó en repetidas ocasiones con el orden constituido. Tras la independencia, el fin del Imperio y la creación de la República popular, representativa y federal, dirigió la Gaceta del Gobierno. 

Incursionó prácticamente en todos los géneros, destacando en la fábula, la novela y la crónica. Sus novelas fueron retratos vívidos del México del fin de la Colonia e inicios de la vida independiente. La más conocida es El Periquillo Sarniento (como también le decían sus malquerientes); pero, la que deja trozos vivos de la sociedad novohispana que corre en busca de una nueva identidad, es Vida y hechos del famoso caballero Don Catrín de la Fachenda, en la que el lenguaje popular va hallando acomodo.

Como en los tiempos que corren, las corrientes filosóficas, políticas, sociales y económicas estaban enfrentadas, cada una sin ceder un ápice. En ese sentido, la literatura de Fernández, impedido de ejercer el periodismo por decreto de Fernando VII, es una forma tangencial de la literatura periodística y cobra mayor independencia en el propio ejercicio del acto creativo. Generalmente, la crítica ha insistido en las intenciones educativas de los escritos periodísticos lizardianos y en el didactismo de una parte de su producción poética, características atribuidas también a Don Catrín, de ahí su inclusión dentro de los modelos de la novela neoclásica imbuida de principios pedagógicos. La época de la creación de la obra es un momento de transición en la sociedad mexicana caracterizado por la confusión y el debate. 

De antología, por lo novedoso, irreverente y muy certero, es el falso Decálogo de Maquiavelo dentro del capítulo IX de Don Catrín: 1. En lo exterior trata a todos con agrado, aunque no ames a ninguno. 2. Sé muy liberal en dar honores y títulos a todos, y alaba a cualquiera. 3. Si lograres un buen empleo, sirve en él sólo a los poderosos. 4. Aúlla con los lobos. (Esto es, acomódate a seguir el carácter del que te convenga, aunque sea en lo más criminal.) 5. Si oyeres que alguno miente en favor tuyo, confirma su mentira con la cabeza. 6. Si has hecho algo que no te importe decir, niégalo. 7. Escribe las injurias que te hagan en pedernal y los beneficios en polvo. 8. A quien trates de engañar, engáñale hasta el fin, pues para nada necesitas su amistad. 9. Promete mucho y cumple poco. 10. Sé siempre tu prójimo tú mismo y no tengas cuidado de los demás. Ni que decir que el texto armó la tremolina más allá de los bastos confines de la Nueva España.

Don Catrín es una obra de ironía evidente porque en una primera lectura los detalles irónicos son reconocibles en las escenas de la escuela y la enseñanza del latín y la filosofía, en los diálogos con el tío cura, las alusiones al origen noble de don Catrín, el capítulo final, y el soneto epitafio. Al respecto dice Leopoldo Zea que: "Una renovación producto del estudio de las ideas de Descartes, Gassendi, Condillac, Newton y Locke que abrían brecha entre los propios hombres de la Iglesia, preparó la mente de los mexicanos para entender a los filósofos de la Revolución Francesa. Establecida la capacidad de la razón humana, el hombre y sus derechos habían de ser los temas discutidos por la intelectualidad mexicana. La revolución filosófica conducía a la revolución política, y en ella tuvo que ver Lizardi.

Reacio al Imperio de Iturbide, que creó una corte de simuladores, y preocupado por llegar al pueblo raso, publicó en 1823, en el prólogo de El Payaso de los Periódicos: "Queremos que los pobrecitos de la última plebe nos entiendan (...), y así, sin tono de lección, sin discursos filosóficos, sin explicaciones metafísicas (...), se hallen cuando menos se piensen, hechos unos Demóstenes en elocuencia (...), en legislación Solones (...). No, no señor. No aspiraremos a tanto(...). Nos contentaremos con que los que no saben nada, sepan algo de sus derechos y cómo deben conservarlos; qué cosa es ser hombre libre; cuál es la igualdad ante la ley; qué es gobierno republicano; cómo es federativo...".

No puede hablarse del Pensador Mexicano sin aludir a las palabras de ese otro mexicano ilustre, don Agustín Yáñez: "José Joaquín Fernández de Lizardi es patriota y profeta en el Santoral de la Patria. Su ojo, heredero de las magias aborígenes , vio lo que nosotros —a precio de fracasos— empezamos a vislumbrar; su oreja de criollo tuberculoso percibió lo que apenas —con rescate de sudor y sangre— comenzamos a entender; su voz clamó urgencias que subsisten sobre el desierto de nuestra vida colectiva; su mano nerviosa de conquistador, agitó cuantos temas agitan ahora nuestras manos: el de la educación —tema central, hondo, reiterado, obsesionante en la obra de Fernández de Lizardi—, el problema del indio, el de las tierras, el de la superstición; los rencores que dividen a nuestros grupos sociales, el pauperismo, la injusta distribución de la riqueza y las reivindicaciones en todos los órdenes, la virtudes, los vicios, la desviación de las vocaciones individuales y colectivas, los cacicazgos, y la injusticia medular de nuestras instituciones…".

Fue Joaquín Fernández de Lizardi quien escribió los versos que recogen las palabras atribuidas al papa Benedicto XIV cuando contempló la copia de la imagen Guadalupana pintada por Miguel Cabrera: "Felices enhorabuenas tenga este reino, Señora, pues viniste a ofrecerte por su madre y protectora. A tu nombre gloria eterna por tan singular favor, que no lo ha logrado igual otra ninguna nación".