Editoriales - Análisis

Frankenstein

  • Por: FORTINO CISNEROS CALZADA
  • 01 FEBRERO 2017
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Frankenstein

Con mucha frecuencia, se troca el nombre del autor por su obra, en lo que la literatura llama metonimia. Es el caso de Víctor Frankenstein y el monstruo que creó en su afán de prolongar la vida, según la novela de la escritora inglesa Mary Shelley (fallecida el primero de febrero de 1851), publicada en 1818, en lo que constituye la primera obra del género ciencia-ficción. Entonces se estudiaba el papel de la electricidad en la vida. 

Esta obra, que con el paso de los años y sus diferentes adaptaciones para otros medios de difusión masiva, se ha insertado en la literatura de terror, fue escrita por Mary a los 18 años de edad y es relatada de forma epistolar, muy de moda en aquella época. Tuvo originalmente el título de: Frankenstein, el moderno Prometeo, en referencia al mito griego Prometeo, que robó la luz para darla a los hombres, sus amigos y fue castigado. 

En ese sentido, Víctor Frankenstein, joven suizo, estudiante de medicina obsesionado por conocer los secretos del cielo y la tierra, en su afán por desentrañar la misteriosa alma del hombre, es el moderno Prometeo, el protagonista que recibe el fuego de la vida y es capaz de crear, muy a su pesar, un monstruo sin nombre. Necesario es decir que en ninguna parte de la novela se dice que el monstruo cobró vida con un chispazo eléctrico.

En las versiones posteriores y como inferencia de las reiteradas menciones a tormentas eléctricas y los experimentos galvánicos, se ha creado la idea de que la creatura de casi dos metros y medio, integrada con partes de distintos cadáveres extraídos del panteón, de hospitales y de escuelas de medicina, fue insuflada de vida por medio de electricidad y que, una vez que se movió y se levantó, su creador huyó horrorizado de su creación.

El engendro, que no tuvo nombre en la novela; pero que, al paso de los décadas se ha identificado con su creador: Frankenstein, tenía, como alguna vez dijo John Dewey de los niños, el alma como una hoja en blanco; fue llenándose de odio, de rencor y de sed de venganza por el rechazo de la sociedad, a la que buscó halagar con regalos anónimos y con una conducta positiva. Oculto entre las penumbras, aprendió a hablar y a pensar.

Cuando, finalmente, se encuentra con su creador, le pide que, como vía a la redención, le haga una compañera, con la cual pueda pasar la vida alejado de los seres humanos, quizá en los bosques de Suiza. Víctor le dice que sí; pero, no cumple, por lo que el ogro acrecienta sus sentimientos negativos y jura vengarse, convirtiéndose en asesino. Mata a la novia de Víctor, a su mejor amigo y su padre fallece de pena. Al fin, Víctor muere. 

Le libro termina cuando Frankenstein, a bordo del barco en que Víctor murió, confiesa al capitán: “No tema usted, no cometeré más crímenes. Mi tarea ha terminado. Ni su vida ni la de ningún otro ser humano son necesarias ya para que se cumpla lo que debe cumplirse. Bastará con una sola existencia: la mía. Y no tardaré en efectuar esta inmolación. Dejaré su navío, tomaré el trineo que me ha conducido hasta aquí y me dirigiré al más alejado y septentrional lugar del hemisferio; allí recogeré todo cuanto pueda arder para construir una pira en la que pueda consumirse mi mísero cuerpo”.

La narrativa de Mary Shelley se ha analizado desde diferentes perspectivas; quizá una de las más justas sea la de Gisela Antonnucio, quien asegura que: “Porque si un escritor tiene por misión la de ser cronista de su tiempo, Mary Shelley no escribió otra cosa más que aquella que debía escribir, la crónica de la realidad que la contenía”. Sin embargo, no es posible contentarse con este juicio. La obra de Shelley tiene una moraleja mucho más amplia y compleja, más que la que refiere a la manipulación de la vida y la muerte.

Quizá el punto toral está en el capitulo 16, cuando el monstruo, vagando por los bosques maldiciendo y gritando lleno ira por su miserable vida, decide declarar la guerra contra la humanidad y su creador, Frankenstein, que lo hizo tan horrible y desagradable. Si se crea un monstruo, ¿es posible esperar que actúe como una criatura imbuida de virtudes?

El rechazo, el desprecio, la discriminación por la apariencia, ¿pueden dejar de generar rencor?


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