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El mal de origen

El crimen organizado rebasó las fuerzas armadas en número y estrategia

El 17 de octubre pasado y los días consecuente en los noticieros y redes sociales imperó el tema de la captura y la posterior liberación-ambas a manos de la fuerzas armadas- de uno de los hijos de ¨El Chapo Guzmán¨: Ovidio Guzmán López. 

Hubo consecuencias para la nación, pero acentuadas en Sinaloa donde se vivieron momentos de terror y de angustia a causa del actuar del crimen organizado ante la detención de uno de sus capos. Todo esto desencadenó una particular discusión de posturas políticas entre la sociedad. El debate reside principalmente en si el sentido humano estaba por encima de lo política e incluso constitucionalmente correcto. La oposición del gobierno actual hacia alusión al papel desempeñado por Felipe Calderón durante su administración y la “cantaleta” de lo que él “hubiera” hecho, por otro lado, solo hacía falta neutralidad y no apoyo total al actual gobierno de AMLO para hacer uso de la memoria histórica y recordar que, el método utilizado llamado ¨guerra contra el narco¨ más allá de fracasar y de hacerle daño al enemigo, le dejó heridas profundas las familias de México.

El mal de origen

Se sabe que México padece de una violencia crónica desde hace décadas, la fuerza mal empleada en contra solo la agravó y los cárteles cual anticuerpos fueron sino desarrollando si construyendo una inmunidad. Estudios y empirismos dejan claro que, lejos de funcionar la estrategia de guerra, disparó los crímenes, muertes, secuestros, volviendo así la década 2007 -2017 la mas violenta de México sin precedente alguno. Aunado a esto, la producción de cocaína llegó a su punto mas elevado en 2017, por lo que la derrama económica ilícita permitió a los cárteles fortalecerse aún mas. El resultado buscado por los planes puestos en practica fue opuesto. 

El crimen organizado rebasó las fuerzas armadas en número y estrategia, lo cual sólo ha sido posible con el establecimiento y fortalecimiento de sus redes del narcotráfico con muchos años de anticipación. El debate es corto, la discusión es completamente superficial asociando únicamente elementos relacionados a la respuesta militar, sin embargo, habría que hacer una retrospectiva y cuestionar sobre los factores que han permitido llegar a este punto de resistencia y control por parte del crimen organizado.

¿Cómo fue que llegamos a ese punto?

Sin indagar en la cronología de los cárteles y los desafortunados eventos donde han sido protagonistas, estudios sociales permiten ver la naturalidad con la que se proliferan las condiciones para tener un escenario de crimen y violencia como el que tenemos en día. Los humanos somos potencialmente violentos y tendemos a priorizar los deseos y necesidades propias como la norma y por encima de los demás de forma instintiva, que claro, con el desarrollo y evolución del pensamiento se ha logrado dominar ese instinto y hacer valer el derecho de los demás. Lamentablemente, si las personas nacen en un ambiente de violencia se convierte en un patrón de comportamiento del individuo, así, la frialdad de portar y utilizar un arma en contra de los “otros” se vuelve parte de la cotidianeidad de los niños. Y es precisamente la “otredad” -que denominan algunos sociólogos y antropólogos- el punto de partida para abandonar la empatía, pues no sólo se trata de “los otros” sino de “los enemigos”. 

La violencia desde luego es altamente correlacional a la pobreza y a la desigualdad, características acentuadas en nuestro país, que si bien, no justifican el delinquir, han hecho que enlistarse a las filas del crimen sea más fácil opción que inscribirse a un bachillerato o universidad cuando ninguno de estos existe en su comunidad y la carencia no se remplaza con la garantía del servicio de transporte público. Esto conduce a los deseos primitivos de satisfacer de forma inmediata las necesidades que son básicas incluyendo alimentarias en un país donde casi la mitad de la población se encuentra en la pobreza. El narcotráfico no sólo ha sido una opción para satisfacer necesidades particulares, sino que estos mismos grupos se han encargado de abastecer a las comunidades de servicios que los gobiernos no han sido capaces de hacerles llegar. De forma coloquial, el crimen organizado “no da pisada sin guarache”, pues este altruismo es una estrategia para blindarse y protegerse en las comunidades que los ven como sus redentores y se vuelven cómplices. No es de extrañarse que en una de las capturas de “el chapo” hubo manifestaciones por parte de los civiles para su liberación. Así, la participación directa de sus elementos y la indirecta de una parte de la sociedad que aun los cobija en estados como Sinaloa complica la tarea de los gobiernos que tienen la intención de erradicar el mercado de drogas y los negocios turbios. 

Todo esto ha creado una ideología y antropológicamente se ha intentado darle una categoría para su estudio, pues es tan imperante que todos a los simbolismos derivados de ello les han agregado el prefijo “narco”, comenzando por la cabeza del mapa conceptual: “narcocultura”. A falta de voluntad e impunidad se ha permitido que todos estos patrones formen parte de un estilo de vida adoptado ya por muchas generaciones a tal grado que, me atrevo a compararlo con el machismo, pues mientras algunos un gremio de la sociedad lo ve como una aberración, la otra parte lo percibe común y lo seguirá inculcando como una cuestión ordinaria. 

Aunque no se desista de la fuerza, sabemos que el método coercitivo per se no funciona

y no hay disposición a vivir nuevamente las consecuencias si se hace un segundo intento ya que el primero llegó a las cifras anuales espeluznantes de 53 civiles muertos por cada soldado abatido, cifra que de acuerdo a la situación del pasado 17 de octubre se hubiera manifestado sobradamente en un solo día. 

En la mesa de discusión se requiere mucho más que tácticas militares. En principio es necesaria una predisposición a que la solución no será inmediata, pues no sólo se trata de reivindicar a quien ha cometido un delito, sino de cambiar patrones culturales bastante impregnados en la sociedad que llevan a sus militantes a estar dispuestos a perder su vida para proteger los intereses de un “patrón” y llevarse de encuentro la de muchos inocentes en el acometido de cumplir con lo que consideran un trabajo.