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Dulce bandera

Te miro subir y bajar. Muchas veces.

Te miro subir y bajar. Muchas veces. Con el aparato telefónico inalámbrico prácticamente cosido a la oreja; muchas otras con algún juguete fuera de sitio, con alguna camisa dispuesta para planchar, con un paquete de pañales o con un manojo de esas flores de moda que solamente tú, y tu madre, entienden cómo llamar.

Te miro subir y bajar, y opinar, y alegar, y hacer cuentas interminables que aseveran que todo lo que te rodea es terriblemente caro. Te veo arengar y discutir, te veo lanzar epítetos al aire ante cualquier oportunidad que muestre la incompetencia y el descaro de algunos que abusan en nombre de la política nacional. Te veo despepitar de los artistas, te veo carcajear con la banalidad. Te veo escandalizada con la presencia de un azotador, te veo aterrada con la intromisión de un alacrán.

Dulce bandera

Te veo así, pero también cierro los ojos y te veo en una plancha de parir. Te veo sudando y mordiéndote los labios para aguantar el dolor que solamente puede provocar la inapreciable particularidad de generar vida desde tus entrañas, entregándote completamente en un cuadro surrealista, a un nuevo ser que desciende de ti, en medio de desconocidos, curiosos, enfermeras e instrumentos fríos de metal.

Te veo también actuar con soltura al tejer el destino de tus hijos a partir de un corazón bien puesto, unos ovarios fijos en su sitio y una mano cálida y tierna de la que ellos se hacen en su suave y mágico camino de la niñez.

Te veo así hace tantos años atrás, con tu figura menuda y un sueño por cumplir, con tus ideales en la frente, con tus ansias de querer; te veo en tantas circunstancias en las que tu entereza encontró alguien a quien sostener, alguien a quien consolar, alguien a quien orientar. Te veo con tu necedad de promover a la familia, con tus ideas intransigentes de estabilidad, tu convicción de que la vida es mucho, pero mucho más, que la política nacional.

Te veo contundente, femenina, resuelta y mexicana. Te veo como una oportunidad. Te veo con sustancia renacentista; con un perfil de mujer cabal. Te veo así y me queda muy claro que fallas si intentas proyectar una imagen frívola contemporánea que asume que no es para tanto, que todo es normal, ordinario, sin sobresaltos. Fallas, porque tu naturaleza no estuvo diseñada para intercambiar atardeceres por centro comercial, collar de moda, reloj de diseñador. Fallas, porque la moneda de cambio que has acuñado en tu vida te haría revelar hipocresía, corazón, a la hora de montarte en la vorágine de la modernidad, y destinar tus conversaciones a emitir opiniones rebuscadas respecto de marcas, programas de televisión, autos del año.

Fallas y no encajas en esta sociedad que ignora descaradamente las premisas de la estética, la literatura y la historia. Fallas porque no encuentras la justificación práctica ni axiológica para permitir que la educación de tus hijos la imparta una institutriz –equivocadamente llamada enfermera por las señoras de hoy-, que presta sus servicios por un estipendio incómodo, siempre insuficiente, y que sonríe por obligación de nueve a seis. Fallas en ser el paradigma de las amigas del rencor, del grupo de los martes, de las tardes de dominó, porque naciste entera del alma. Así fallas, sí, fallas corazón.

Y fallas también si por algún descuido permites tu propia devaluación, permites que el destino o la revancha impidan el cumplimiento de tu misión para contribuir a que tu entorno se transforme, a que la justicia se aplique, a que quien ocupa un cargo burocrático cumpla con su obligación y desquite su salario. Fallas si relevas tu responsabilidad de cauce para llevar nuevas generaciones de mexicanos a un país en el que existan las oportunidades, en el que leamos para progresar, en el que nos ocupemos del cambio climático, en el que exijamos la vigencia de nuestro derecho.

Así fallas corazón, pero como no encuentro todavía la forma de construir un escenario hipotético en el que se presenten tus fallas, simplemente te veo; te veo como un bálsamo del alma, te veo como un paradigma sensorial, te veo entre música de Mozart y una pincelada de Monet. Te veo, corazón, exactamente cómo eres, te veo una mujer mexicana, una mujer de bandera.

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