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De amor y graduados

Para los graduados de mi vida, con todo el amor

Fernando Savater en su libro "El arte de vivir" afirma que nos gusta lo cíclico, saber que las cosas comienzan y acaban, pues eso nos permite la satisfacción y la esperanza. En ese contexto, también los rituales son parte fundamental de nuestra vida; sin esas formas simbólicas, se pierde cohesión, identidad, comunicación en lo individual y socialmente. Los rituales estabilizan la vida a través de la transmisión de valores y emociones dice Byung Chul Han, además posibilitan la convivencia, hacen del mundo un lugar fiable.

De amor y graduados

La pérdida de los rituales durante la pandemia, ha sido una herida para la humanidad. Nos ha faltado reunirnos, celebrar la vida, hacer duelos, ceremonias, tradiciones. A falta de ello, hemos acomodado nuevas formas para estar juntos y cumplir a medias ciertos ritos. Cambiaron las bodas, los bautizos, las primeras comuniones y los funerales. También la educación se transformó y las graduaciones se tornaron en extrañas ceremonias virtuales, pero no exentas de emociones, porque no nos queda otra que acoplarnos y agradecer la experiencia con nuestros amados al término de sus estudios.

Porque es el poder del amor lo que da significado a las graduaciones, así sean en línea o con caravanas. Puedo imaginar todas las familias y sus inolvidables experiencias de fin de cursos. Graduación es una palabra que se dice fácil pero conlleva un mundo de esfuerzos, dificultades y anhelos, más todavía en medio de la pandemia. Graduarse es cerrar un ciclo e iniciar otro, terminar algo que alguna vez fue sólo un sueño, llegar a una meta. El día de una graduación todo parece alegría; pero en ese día también están presentes las memorias, los muchos días de claroscuros para cumplir el reto. Y nada de eso se logra sin amor. 

Este verano de sol radiante y suaves lluvias es tiempo de graduaciones. Ceremonias que para miles de familias en nuestro país son altamente significativas. Tal vez usted quien amablemente me lee, tenga en su mente y en su corazón, un graduado. Así nos ha tocado celebrar graduaciones  en nuestra familia. La de mi querida nieta Loreta de primaria con todos los honores y medalla al mérito por el mejor promedio de su generación; una abanderada sin ceremonia porque sólo se mencionó virtualmente, pero festejada con inmensa alegría. También mi amada Luciana se graduó de secundaria en el cuadro de honor y sus bellos ojos de mar reflejan la ilusión de empezar su nuevo ciclo en preparatoria, llevándose un sinfín de gratos recuerdos y anécdotas.

Otra graduación altamente significativa en mi familia fue la de Roberto, mi hijo menor, quien se graduó de Maestría en Administración en la Universidad La Salle Victoria. Una ceremonia virtual, diferente, extraña. Con todo, estar allí frente a la pantalla, siguiendo la ceremonia, escuchando el nombre de mi hijo, ver su foto entre los graduados, nos embargó de una emoción profunda. Compartir, pese a la distancia, con otras familias el orgullo más genuino, el deber cumplido. Sólo quienes hemos pasado por ello, sabemos lo que implica un momento como ese. No es nada fácil cumplir metas. Atrás de cada uno de los graduados, de cada maestro y familia hay miles de historias para contar. Gente amada que ya no está, pero se hace presente en el amoroso recuerdo. Todos sabemos lo que una graduación conlleva, el costo del esfuerzo, la perseverancia.

Nada de eso se logra sin amor. Es el amor lo que nos levanta cada mañana para estar con ellos, acompañarlos, animarlos cuando es necesario, celebrar sus logros. ¿Cómo olvidar las desmañanadas, el camino a las escuelas desde kínder, los maravillosos maestros que acompañaron a nuestros hijos en su formación? La educación es un acto de amor, por tanto un acto de valor, decía bien Paulo Freire. Los padres lo sabemos, los buenos maestros también. Un proceso en el cual se transmite el enorme tesoro del conocimiento y también construye vínculos, valores para la convivencia social. Educar para pensar, pero también para sentir, porque ambos procesos nos constituyen. Enseñarles a nuestros hijos que la meta es importante, pero también el camino, disfrutar y aprender aún de los obstáculos.   

Con todo, nada de lo que aquí escriba puede igualarse a la emoción, a la satisfacción, al orgullo de todos los padres y madres de los graduados. Esa felicidad plasmada en los rostros que representan también la esperanza para nuestra patria. Porque estoy cierta que mientras haya niños y jóvenes educados, mientras haya padres y maestros esforzados por darles a sus hijos y alumnos una amorosa formación en los más altos valores; no habrá problemas que nos venzan. El amor por nuestros hijos y su formación, está estrechamente vinculada con nuestro bienestar social. No debemos olvidarlo.

Por ahora disfrutemos la alegría. Y demos gracias por la cosecha 2021, esperando que pronto los rituales vuelvan con todo su valor simbólico.

¡FELICIDADES a todos los graduados!