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¡A la vista!

‘‘Sé que estás en Ecatepec, con tu familia, vamos a empezar a derramar sangre’’.

‘‘Sé que estás en Ecatepec, con tu familia, vamos a empezar a derramar sangre’’.

¡Tierra a la vista! Enseñan en las primarias, obligando a los niños a repetir a coro en sonsonete las emblemáticas palabras. ¡Tierra a la Vista! Dicen que así dijo algún vigía, desde el palo mayor de la Niña, la Pinta o la Santa María, un vigía muy probablemente de calaña inenarrable, explícita, y de dudosa procedencia sevillana o malagueña -vaya, de dudosa autenticidad andaluza-. Acaso sería alguno de los hermanos pinzones (¿esos que eran unos marineros/que se fueron con Colón,/que era un viejo cabezón?).

¡A la vista!

Traicionando cualquier rigor histórico y simplificando hasta el absurdo de un culebrón del canal de las estrellas, la aventura que comienza con una imprecisión de narices corregida inadvertidamente por Américo Vespucio, con una hipoteca que de antemano se sabía jamás se iba a pagar; todo al amparo de algunos intereses apremiantes de la corona española (digamos tipo endeudamiento de gobernador post moderno), y una nebulosa historia de acuerdos y pactos con la reina, que se sellaban probablemente en la oscuridad de los rincones de palacio.

Esa aventura, decía, que da paso evolutivo unos cuantos años después a ese proceso de fuego, sangre, ambición desmedida y avaricia, y particularmente de traiciones y abusos, denominado comúnmente la conquista. Así enseñan en la primaria para simplificar, pues; para no exigir de pronto a maestros y alumnos, y para que todos nos quedemos muy contentos y tranquilos con el cliché manipulado e ignorante.

Así de simplista ahora, una vez más, como cada año, retomamos el debate de la colonización de Mesoamérica y su permanencia como status político y social por más, pero mucho más, de trescientos años. Es encuentro de dos mundos, dirían los colegas políticamente correctos.

Es, diríamos algunos menos recatados, la colisión feroz de las apetencias más mezquinas del ser humano, que disfrazadas con los blasones de colonizadores, o las plumas multicolores de pavorreales y cenzontles, nos daban para escribir acaso miles de páginas de la historia, en las que podemos ver que de pronto, para ésta especie humana que animamos, los intereses económicos, la acumulación de riqueza, la venganza y la explotación del débil por el fuerte, son solo una constante milenaria que nos caracteriza.

Y así, como si no hubiesen pasado quinientos años. Como si no se hubiese terminado –al menos formalmente- la encomienda. Como si no se hubiese proscrito la inquisición. Como si no hubiese habido revolución industrial, dos guerras mundiales con millones de muertos, y todas esas nuevas guerras que nadie llama “tercera”, pero lo han sido ya.

Como si no estuviésemos en la era de la información, de los WikiLeaks, de la carrera por el apoderamiento de la energía, el cambio climático, los amores virtuales y asépticos por la internet. Como si no existieran necesidades apremiantes ante la miseria que vivimos como humanidad, como si no existiera BokoHaram, ni el Chapo, ni la Mara Salvatrucha, ni ISIS, ni la tragedia de Iguala, la de Aguas Blancas… Así, sin los millones y millones de personas que hoy viven en condiciones de pobreza.

¡Tierra a la vista! Para los que protagonizamos el papel de conquistador echando mano de un teléfono inteligente que sustituye al arcabuz. Un vehículo engañoso fabricado en Alemania en vez de una carabela o un caballo. Una corbatita de marca italiana o un vestido francés, unas sandalias extra estilizadas para sustituir a la fiera y pesada cota de malla, a las botas de cuero rancio. En pos de ese activo actual que es poseer lo que sea, a pesar de que para tenerlo, se queden pueblos sin agua, los niños trabajen esclavizados en barcos o fábricas bajo tierra.

Acabando con los bosques, confinando en el hacinamiento a aquellos que fueron menos afortunados y que, a pesar de todas las transformaciones que presuntuosamente nos hacen tan modernos, tan sofisticados, están condenados a vivir precisamente como si no hubiesen pasado esos quinientos años: desplazados, marginados; migrando presos y esclavos transportados por los modernos polleros, en un vehículo exactamente igual al que transportaba africanos en los barcos de tratantes holandeses, portugueses y españoles.

Así es que ¡tierra a la vista! El encuentro de dos mundos: los ricos y los pobres. Los que tienen hambre y los que no. ¡Tierra a la vista! Se escuchará gritar a los hermanos que llegan aquí de Honduras y Guatemala, a los mexicanos que migran aún a los Estados Unidos, a los que en balsas huyen asustados de su propio infierno hacia Europa, hacia cualquier sitio que les permita soñar, aunque sea una sola noche de octubre, sin el terror de la acechanza de un terrible conquistador barbado o lampiño, que parece gritar, ahora en nuestros días: ¡Victima a la vista!

@hdemauleon

demauleon@hotmail.com