Columnas > EL MENSAJE EN LA BOTELLA

Wilbert

Corría el año 1975. Con mi grupo scout, fui al campamento nacional "Sierra de Lobos" cerca de León, Gto. Jamás en mi (en aquel entonces) corta vida había visto unos pinos tan hermosos: Enormes, majestuosos, y emitiendo un olor que a más de cuarenta años de distancia aún puedo evocar. 

Estuvimos una semana acampados en ese bosque maravilloso. El primer día, cuando nos asignaron el área que nos tocaba, al dirigirnos al lugar para instalarnos, veíamos como que algo se movía entre el verde suelo. Al observar bien, vimos una especie de "lagartijas panzonas", o al menos, eso nos parecieron; había montones, y ya viéndolas más de cerca, nos dimos cuenta de que eran lagartos cornudos, no porque sus esposas los engañaran, sino que se les llama así por una especie de cuernos que tienen en toda la parte superior de su cuerpo.

Wilbert

Nos preguntábamos si morderían o picarían, pero no faltó un valiente (aclaro, no fui yo) que agarrara uno y descubriera que eran inofensivos. Ya con esa confianza, yo también agarré uno, lo adopté como mi mascota, y hasta nombre le puse. Le puse Wilbert.

Buena bestia

Wilbert, como todos sus demás hermanos, era bastante feo (hagan de cuenta un sapo con cuernos y cola), pero era buena bestia. Le puse un cordel amarrado en el pescuezo y lo traía conmigo todo el día en la bolsa de mi camisola scout. Por las noches, me acostaba, lo ponía sobre mi pecho y me ponía a platicar con él (¿así o más orate?), y Wilbert solo me miraba impasible. Cuando ya me iba a dormir, amarraba el cordel a una varilla de la casa de campaña y casi casi le daba el besito de las buenas noches. Supongo que durante las noches era que Wilbert se atascaba de hierbas, insectos o lo que fuera que comiese, porque yo, la verdad, nunca le di nada. 

Así se desarrolló nuestra amistad durante esos días, y yo me preguntaba qué opinaría mi madre cuando le llegara a casa con ese nuevo inquilino. Sin embargo, la última noche, llegué a la casa de campaña cansadísimo después de una intensa actividad física (la temida "pista de comandos"), y caí rendido boca abajo...olvidándome de sacar a Wilbert de mi bolsillo. Cuando desperté al día siguiente, Wilbert se había ido al cielo de los lagartos cornudos (aclaro, al de los lagartos cornudos; el de los cornudos, a secas, quiero pensar que sea un cielo mucho más hermoso).

Mi corazón se llenó de pesar al ver lo que había pasado con mi ahora "planchado" amigo. Casi me ponía a pedirle perdón a gritos, asemejando esa escena de Tom Hanks en la película "Náufrago" cuando pierde a Wilson, la pelota de Volibol a la que le pintó una cara y que fue su compañera durante su estancia en la isla desierta. La única "ganona" con todo esto fue mi madre, que ya no tuvo que pasar por la experiencia de convivir en casa con un lagarto cornudo. No quise llevarme otro porque sentí que sería como traicionar la memoria de Wilbert (¿así o más ideático?).

Una buena inversión

Cosas como ésta le ocurren a uno cuando convive con la naturaleza. Hace poco leí un artículo de un experto en desarrollo infantil que decía lo siguiente: "Las células nerviosas necesitan experiencias físicas corporales para establecer circuitos neuronales, y eso se consigue corriendo aventuras en el mundo real. Trepar a un árbol o cruzar un río permiten desarrollar una correcta percepción del cuerpo e impulsar las potencialidades cognitivas". Sin tanto tecnicismo, lo que esto quiere decir es que las vivencias reales ayudan a desarrollar la inteligencia de los chamacos, así que mi consejo en esta ocasión es que, si no hay más, cuando menos al parque los lleven con tanta frecuencia como sea posible y convivan con ellos en ese ambiente natural. Los resultados en el desarrollo intelectual de sus hijos y en su propia relación con ellos, pagarán con creces el tiempo que puedan invertir en esta actividad.

Decía en una columna pasada que gran parte del mundo hoy en día, los niños y jóvenes lo ven a través de una pantalla. Los famosos "Tamagotchi" u otros similares también les permiten tener una mascota, y también se les muere si no la cuidan, pero créanme, no es lo mismo. 

Y espero que cuando me vaya de este mundo, a donde sea que me vayan a mandar, me permitan de pasada hacer una escala en el cielo de los lagartos cornudos para saludar a mi querido Wilbert. Seguro que ahora sí le doy un beso.

jesus_tarrega@yahoo.com.mx    Facebook: El Mensaje en la Botella