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´¡Ahora sí ya sé para qué!´

"¿Me has sido fiel en nuestro matrimonio?". Esa pregunta le hizo don Cucoldo a doña Casilda, su mujer. Respondió ella: "Con toda el alma". Volvió a inquirir don Cucoldo, suspicaz: "¿Y con el cuerpo?". (Esto me recuerda el caso de la esposa que fue a confesarse. Le preguntó el sacerdote: "¿Le eres fiel a tu marido?". Contestó la señora, orgullosa: "Los más de los días, padre"). Los organizadores de la Feria Internacional del Libro, en Monterrey, me pidieron que en mi conferencia hablara de mí mismo. No me costó trabajo hacerlo: todos, hablemos de lo que hablemos, hablamos de nosotros mismos. Cada palabra que decimos es autobiografía. Titulé a mi charla "Confesiones inconfesables", y en ella hice un recuento de memorias, algunas memorables, otras que preferiría olvidar. Entre otras cosas dije que estudié para abogado no porque el Derecho me atrajera, sino por la sencilla razón de que era la única carrera que en aquellos años se podía cursar en Saltillo en la cual no había ninguna asignatura relacionada con las matemáticas, materia que me ha inspirado siempre un pavor invencible. En verdad lamento eso, pues sé que en las matemáticas hay belleza y armonía, como en la música, y que sin los números, es obvio, no podríamos vivir. Pero soy hombre de cuentos, no de cuentas, y sólo he contado  -con los dedos- para medir los versos de un soneto. Debo decir, empero, que las matemáticas poseen la facilidad de lo exacto: cada problema tiene una sola solución verdadera; todas las demás son falsas. En cambio los problemas que plantea el Derecho llevan en sí la inmensa y honda complejidad de la vida humana, de ahí que en él exista algo que en las matemáticas no tiene cabida: la interpretación. Las leyes se pueden interpretar, no así  los axiomas de la matemática. Yo tengo para mí que los jueces no duermen tan bien como los profesores de aritmética. Al estudiar Derecho aprendí que la ley es el fundamento de la sociedad. Bien lo dice el lema jurídico: "Donde hay sociedad hay derecho, y donde hay derecho hay sociedad".  Tal principio, por desgracia, no corresponde  a la realidad de a México, cuyo Presidente es capaz de decir majaderías del tamaño de una catedral, como ésa de: "Y no me vengan con que la ley es la ley". Pues resulta que, diga lo que diga el  monarca absoluto del país, la ley es la ley, y quien se aparta de ella atenta contra la sociedad y socava sus cimientos. Por eso me apenó saber que México aparece calificado por el World Justice Project como una las naciones con menos  estado de Derecho, junto a países como Bolivia, Venezuela, Nicargaua y Haití.  Tuve en la secundaria un profesor que gastaba los 45 minutos de su clase en dictarnos largos párrafos que leía de algún libro. Lo apodamos "El gran dictador", con el título de la película de Chaplin. El mismo calificativo merece el Caudillo de la 4T. Su desprecio de la ley hace de él, en efecto, un dictador. Y si consigue apoderarse del INE, como es su intención, México seguirá en el oscuro camino que lo llevará a dejar de ser, ya definitivamente, un estado de Derecho para convertirse en un desecho de estado. Dulcibel era una bella chica, pero algo escasa de caletre. Afrodisio Pitongo, hombre salaz, la invitó a ir con él a su departamento. Preguntó ella: "¿Para qué?". Ya en el depa le dijo el tal Pitongo: "Vamos a la recámara". Volvió Dulcibel a preguntar: "¿Para qué?". Le pidió Afrodisio: "Desvístete". Y la chica, de nuevo: "¿Para qué?". Y él: "Acuéstate en la cama". Repitió la muchacha: "¿Para qué?". Entonces el lascivo galán hizo lo que tenía que hacer. "¡Ah! -exclamó jubilosa Dulcibel-. ¡Ahora sí ya sé para qué!". FIN

´¡Ahora sí ya sé para qué!´

MANGANITAS

Por AFA

´...Las 'corcholatas' 

de AMLO se atacan 

entre sí por abajo 

de la mesa...´

Con peleas de esa suerte,

y viendo tales patadas,

tan de adrede anticipadas,

seguro el rey se divierte.