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Nos gustaría que hubiese sido de otra forma, pero...

Nos gustaría que hubiese sido de otra forma. Que el urgente giro de timón en beneficio de los sectores desfavorecidos hubiese sido menos polarizante y más incluyente, menos revestido de un culto a la personalidad y más institucional, más socialdemócrata y menos obradorista, más dialogante y menos "tengan para que aprendan".

Nos gustaría que hubiese sido de otra forma, ¿pero había condiciones para que hubiese sido de otra forma? Descontento había, lo que no existía era una salida electoral evidente en las opciones tradicionales. Demasiados años de manipulación electoral, de medios masivos cómplices, de poderes copados por los intereses de las clases altas y medias, beneficiadas por el modelo, ajenas al hecho de que el abandono a las mayorías hacía crecer la desesperanza y el resentimiento. PRI y PAN se habían desasociado del estado de ánimo en el que se encontraban los sectores populares y cada vez tenían menos que ofrecerles. Sin embargo, se necesitó un milagro para que, en un país tan desigual como el nuestro, las élites se vieran obligadas a entregar el poder a una opción dispuesta a privilegiar a los pobres. Y tal milagro quizá no habría sido posible sin un hombre tan imbuido de esa rabia y del resentimiento de tantos.

Nos gustaría que hubiese sido de otra forma, pero...

La buena noticia es que la inconformidad social encontró una salida electoral a través de López Obrador, quien logró convencer a las masas de que por fin había un presidente que hablaba en su nombre. Por el momento conjuró cualquier riesgo de explosión social. La mala noticia es que lo que ha venido a decir y la manera de hacerlo no es amable para muchos oídos. Andrés Manuel López Obrador ha sido el catalizador del enojo propio y ajeno, porque él mismo encarna buena parte del resentimiento que produce una vida de oposición al sistema.

Nos habría gustado que el candidato provocador y pendenciero hubiese dejado de serlo al llegar a Palacio, y a mi juicio a ratos lo ha conseguido. Pero una y otra vez ha terminado por imponerse la beligerancia del que se abre camino con el cuchillo en los dientes, atento a devolver cada golpe, convencido de estar siendo acosado por adversarios reales o imaginados que están dispuestos a recurrir a todo tipo de infamias para detenerlo. Gobernar desde una atalaya atrincherada o desde un ring de boxeo dificulta la posibilidad de construir cualquier cosa, ya no digamos una nueva sociedad.

Y, sin embargo, antes de lanzarle uno más de los muchos reclamos que le hacen quienes lo encuentran rústico o premoderno, tendríamos que contemplar las alternativas que existían: versiones de gobiernos del PRI o del PAN comprometidos a mejorar el modelo vigente. Y seguramente el tercio más próspero de la sociedad mexicana lo habría pasado mejor con ellos que con López Obrador. Pero habría que preguntarse si la mitad más empobrecida habría tenido la paciencia para aguantar más de lo mismo. El 56% de la población trabaja en el sector informal tras 30 años de gobiernos modernizadores, lo cual demuestra que simplemente esas mayorías no caben ni cabrán en el modelo. Tarde o temprano los sectores populares habrían exigido un cambio radical, tal como están haciendo en todo el mundo, sea por la vía de populismos de derecha (Europa) o de izquierda (América Latina).

Lo que los pobres han experimentado de parte de gobiernos anteriores es un paulatino desplome en la calidad de la salud, la educación y los servicios públicos, ue han sido convertidos en bienes de mercado ofrecidos por el sector privado, pero sin que el sistema proporcione los niveles de empleo y salarios necesarios para acceder a ellos. Cómo no iban a apoyar a un gobierno que pese a todas sus ineficiencias realiza una derrama de 700 mil millones de pesos anuales a su bolsillo, decreta un incremento histórico del salario mínimo, genera obras públicas en el sureste abandonado, batalla para llevar internet a los pobres, o la bancarización a todos los pueblos. La oposición puede mofarse de los magros resultados en la construcción de bancos del Bienestar, el avance de apenas 30% en la cobertura de internet rural, o las muchas fallas en la dispersión de recursos y becas, pero eso no hace más que evidenciar que, pese a las dificultades, la 4T está intentando lo que gobiernos anteriores ni siquiera voltearon a ver.

Los críticos argumentarán que también los pobres lo han pasado peor con AMLO y que el apoyo popular del que goza es fruto de la manipulación, la ignorancia y el engaño. Una tesis que entraña un dejo de soberbia de clase, por no hablar de lo profundamente antidemocrática que resulta: "Los pobres no saben lo que les conviene". Como si fueran incapaces de desprender una visión de esa dura realidad que experimentan todos los días, muy distinta a la de las clases altas y medias que, por más que pretendamos ignorarlo, son minoría.

Me parece que el mayor mérito de López Obrador, a pesar de lo mucho que pueda reclamársele, es que ofreció una alternativa al descontento, y en esa medida abrió la posibilidad de un cambio sin poner en riesgo la estabilidad política o la paz social, más allá de los negros del arroz que puedan atribuírsele. Y en más de un sentido construyó parte de la obra negra sobre la cual su sucesor podrá erigir un nuevo edificio.

No sé si era inevitable el culto a la personalidad, el tono pendenciero o la retórica populista, pero lo cierto es que fueron componentes claves para que López Obrador mantuviese el apoyo popular, lo convirtiera en predominio político y asegurase un sexenio más de su proyecto. Espero que todo esto se convierta en una fase transicional, aun cuando haya sido accidentada, que pueda dar paso a una propuesta más incluyente, moderna y conciliatoria. Cada día estamos más cerca de saberlo.

@jorgezepedap