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Lo injustificable

En 1951 la publicación de El hombre rebelde de Albert Camus llevó a su autor a una dura polémica con Jean-Paul Sartre en Les Temps Modernes, que entonces dirigía. El fondo de ella, iniciada por uno de sus colaboradores, Francis Jeanson, era la acusación de que con su crítica a la izquierda estalinista y su denuncia de los campos de concentración soviéticos, Camus traicionaba a la clase obrera de la que provenía y pasaba a formar parte de la derecha. Tanto para Sartre como para Jeanson, las promesas de justicia del marxismo justificaban el crimen por más indignante y espantoso que fuera. No eran, por lo tanto, de la misma especie que aquellos cometidos por el fascismo. Bajo ese criterio, uno y otro soslayaban tanto la base del pensamiento de Camus: la negativa a justificar el crimen aún en nombre de los más hermosos sueños, como la no menos dura crítica que el propio Camus hacía en el mismo libro al fascismo y a la derecha católica.

En ese entonces, cuando el historicismo marxista llenaba las mentes de ilusiones, Sartre salió triunfador y Camus se convirtió en un apestado de la derecha y de la izquierda.

Lo injustificable

El tiempo, los atroces crímenes tanto de las dictaduras de derecha y de izquierda como de las democracias; el estrepitoso fracaso las ideologías históricas, terminaron por dar la razón a Camus: "Nada, absolutamente nada, justifica el crimen y es preciso resistirse a ello".

Después de 70 años, la 4T ha vuelto no al argumento sartreano –ninguno de sus intelectuales tiene un gramo del talento de Sartre--, sino de sus falacias. Si entonces ellas eran injustificables y sólo explicables por una fe infantil en la abstracción de la Historia, hoy, frente a su fracaso, es doblemente imbécil. Sobre todo porque esos crímenes no son fruto de esa fe fracasada, sino de colusiones horrendas entre el crimen organizado y la ideología trasnochada de López Obrador.

Recuerdo el año 2012 cuando el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) denunciaba la ola de violencia que el gobierno de Calderón desató y llevaba consigo una propuesta. Andrés Manuel me invitó a cenar a su departamento. La cena fue ríspida. Su imaginación no soportaba la idea de que el MPJD pudiera disputarle lo que él considera monopolio suyo: la moral. Hacia el final le pregunté quién lo cuidaba en sus recorridos por las zonas más violentas del país. Me respondió: "Ellos". "¿Quiénes son ellos?", insistí: "Ellos", respondió. En los poco más de tres años de su gobierno, parece quedar claro quiénes son "ellos". Hay que ver su desprecio por las víctimas, su inacción ante a la violencia, sus claras deferencias con la familia del "Chapo", los más 100 mil asesinados, los más de 30 mil desaparecidos, la impunidad que reina bajo su gobierno y asomarse al Informe sobre Estrategia Internacional de Control de Estupefacientes 2021, a los análisis de Anabel Hernández y a la reciente denuncia de Muñoz Ledo,  para darse cuenta de los muy probables pactos que en nombre de la Transformación de México AMLO ha hecho con el crimen organizado.

Pese a ello, los "intelectuales" de la 4T, semejantes a Sartre y Jeanson hace casi un siglo, parecen disculpar esos crímenes y colusiones como una necesidad histórica. Al igual que el autor de La Nausea lo pensaba con respecto a los crímenes del estalinismo, los "intelectuales" de la 4T creen que los que se cometen bajo la administración de Andrés Manuel no son de la misma especie que los cometidos bajo Calderón, Peña Nieto y los partidos políticos que gobiernan otros estados. Su existencia puede indignarlos y horrorizarlos, pero no les quita el sueño, no los "embarga" como los cometidos por la "derecha". Estos crímenes, igual de terribles e injustificables que los suscitados en periodos anteriores, que claman una justicia que se pierde en la impunidad, encuentran su disculpa no en una fe en el historicismo marxista, sino en algo semejante, pero más pueril y ambiguo en su abstracción y en su desfasamiento histórico: la Cuarta Transformación de México. Bajo ese criterio quienes continuamos denunciándolos y responsabilizando ahora a López Obrador, somos acusados de tomar aliento en esa derecha que pretende paralizar la vertiginosa marcha de México hacia un mañana dichoso. 

No importa que con los anteriores gobiernos hayamos hecho lo mismo y que muchos de la hoy 4T nos haya acompañado; no importa que el MPJD haya denunciado a García Luna y las colusiones con el crimen organizado de los regímenes de Calderón y Peña: quién nos atrevemos a denunciarlos hoy tenemos el repugnante tufo de la derecha o de la senilidad. Para la 4T y sus "intelectuales", los muertos y desaparecidos en este gobierno son meros remanentes del pasado que no merecen atención alguna. Mañana cuando todo esté "transformado" y la pax narca --una nueva forma de la dictadura-- reine lo habremos olvidado. No es así. No lo fue después de las falacias de Sartre, mucho menos lo es frente a lo que sólo afirmando ser un criminal puede aceptarse. La 4T es tan homicida como los anteriores gobiernos. Lo que la diferencia es que aquellos eran tal vez menos cínicos o más hipócritas. Sea lo que sea, el crimen es el crimen. A unos y a otros la historia los juzgará en el tribunal de las víctimas.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los Le Barón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.