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Pronósticos agnósticos

Al menos la primera mitad del 2021 mexicano girará en torno a las vacunas y las elecciones

Al menos la primera mitad del 2021 mexicano girará en torno a las vacunas y las elecciones. No necesariamente en ese orden y, por desgracia, tampoco necesariamente por separado. Y es que en la lucha electoral que viene tanto el gobierno como la oposición se juegan su futuro, y por ello ganar la Cámara de Diputados y las 15 gubernaturas es para ambos un objetivo estratégico. En el desenlace de la revocación de mandato en 2022 y la elección presidencial de 2024, en efecto, influirá bastante el control presupuestal y el dominio territorial que se decidirán el próximo 6 de junio. Así pues, lo que veremos en estos seis meses será el despliegue de un pragmatismo desalmado, envuelto en la cantaleta de que el fin justifica los medios. En otras palabras, soy escéptico sobre la factibilidad de vencer al virus en la coyuntura electoral.

Mi primer pronóstico duele: el programa de vacunación será muy lento, por momentos caótico, y se verá manchado por cálculos electoreros. Por un lado, nuestro sistema de salud pública no tiene la infraestructura de distribución ni la cadena de frío necesarias para vacunar –las que tenían algunas farmacéuticas han sido desmanteladas en lo que va del sexenio–; por otro, la organización y la disciplina del Ejército no alcanzarán para contrarrestar la improvisación y el desorden que caracterizan a la 4T. Por lo demás, ¿alguien cree que la renuencia de López-Gatell a que los estados y los hospitales privados compren y aplique vacunas –lo cual aligeraría la carga de la autoridad federal– es ajena a un plan de capitalización política? Ojo, la declaración de AMLO de que no impedirá que los particulares vacunen tuvo una posdata: lo podrán hacer “en su momento”, para que los ricos no se adelanten a los pobres. Por la lentitud que se percibe, eso apunta al verano.

Pronósticos agnósticos

Mi segundo pronóstico, que comparto con Perogrullo, es que ambos bandos exacerbarán la polarización y la crispación. AMLO llevará la batuta: seguirá usando las mañaneras para promover a los “liberales honestos” que apoyan la transformación y golpear a la alianza opositora bajo el disfraz lingüístico de “conservadurismo corrupto”. El INE se volverá a inconformar pero la mayoría del Tribunal Electoral, siempre presta a complacer al poderoso, echará abajo las impugnaciones y el presidente mantendrá su campaña. Para él, desde luego, no será propaganda; será la defensa del proyecto de salvación que encabeza y que una caterva de vendepatrias quiere detener. Si perdiera la coalición liderada por Morena –que por cierto incluye al Partido Verde, prístino ejemplo de liberalismo acendrado y de inmaculada honradez– el cuarto capítulo de nuestra historia podría truncarse. Frente a semejante amenaza, y puesto que se asume detentador de la responsabilidad epopéyica de culminar la 4T, AMLO se meterá con todo en las elecciones.

Finalmente, ya en otro terreno, vaticino un nuevo guion de la relación bilateral México-Estados Unidos. Más allá de las facturas que se le cobrarán por el acto de campaña que le hizo a Donald Trump y el respaldo al berrinche por su derrota –al retrasar su felicitación con aquello de que “a mí me lo hicieron en 2006” y al no condenar el golpismo trumpiano con lo de “no tomamos postura”–, AMLO tendrá desencuentros con Joe Biden en cuatro temas: el ambiental, el energético, el laboral y el de seguridad. En los primeros dos, muy vinculados entre sí, habrá turbulencias por la apuesta de AMLO por el petróleo, el combustóleo y el carbón, por restringir las energías limpias y por afectar intereses de las inversiones gringas en el mercado energético mexicano. En el tercero, los compromisos sindicales de los demócratas y las concesiones que nuestro país hizo para firmar el T-MEC en cuanto a supervisión estadunidense a empresas en nuestro territorio provocarán fricciones. Y en el cuarto, también habrá jaloneos por la política de “abrazos, no balazos” –que su homólogo saliente soslayó en aras de su agenda personal–, las reformas a la Ley de Seguridad Nacional, la iniciativa para que el Banxico se haga cargo de los dólares en efectivo, la entrega del general Cienfuegos, la oferta de asilo a Assange y otras fichas que se acopian para negociar. Por todo ello, la 4T fabricará esta narrativa: 1) gracias al don redentor de AMLO, el bully trocó en generoso filántropo y nos hizo grandes servicios; 2) contra lo que se cree, el gobierno de Trump fue benéfico para México y era preferible su reelección; 3) el cambio de inquilino en la Casa Blanca refrendará que los republicanos son mejores para nosotros que los demócratas, una tesis que –oh paradoja– el salinismo divulgó durante la liza Bush vs. Clinton y se sustenta en anacronismos como la empatía Lincoln-Juárez y la invasión de Veracruz ordenada por Wilson. En el afán de expiar su pecado de plegarse ante el Tío Sam (aka Donald) y sustituir en los hechos la inefable doctrina Estada por la doctrina Videgaray del entreguismo, AMLO se endurecerá y desem­polvará la bandera de la dignidad nacional. No tragará lumbre: sólo hará con Biden lo que debió hacer frente a Trump. Y con su célebre spin discursivo intentará que Donald Trump –el racista, el xenófobo, el antimexicano– pase a los anales de nuestra política exterior como el amigo incomprendido de México, y que Joe Biden sea visto como la verdadera encarnación del imperialismo yanqui. ¡Cosas veredes, Sancho!

En fin. Quisiera equivocarme en estas predicciones pero creo que, desgraciadamente, hay razones para dudar que el 2021 sea el año del alivio que muchos mexicanos esperábamos. Lo que aún no me atrevo a predecir es quién ganará las elecciones. Eso es, por ahora, de pronóstico reservado.