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Pelea la policías batalla sin cuartel

‘Es una guerra contra un ejército guerrillero’

Una patrulla hace un recorrido nocturno de Celaya (Estado de Guanajuato), el 7 de marzo.Pelea la policías batalla sin cuartel

Ciudad de México

Alguien ha dejado una cruz roja en esta esquina polvorienta, junto al asfalto. Es de un rojo brillante, parece recién pintada. No hay flores, ningún mensaje. Solo la cruz. El policía Javier la ilumina, silencioso, con su linterna. Es de noche. Sopla algo de viento. “Ahí quedó uno de ellos”, dice. Los demás, añade, trataron de huir por un camino de tierra que sale de la carretera y se interna en las calles de Pelavacas, una de las comunidades de Celaya. Javier camina ahora por él. Ilumina de acá para allá, ocioso. No busca nada en particular. Solo es algo que hacer mientras la noche avanza.

El caído y los demás son parte del grupo de criminales que se enfrentaron a balazos con policías municipales, el 1 de febrero, en Pelavacas. Tres de ellos murieron, igual que dos policías. Era el último ataque contra integrantes de la corporación de una lista muy larga. Luego hubo más. En el último año natural, al menos 22 policías de Celaya, una de las ciudades más importantes de Guanajuato, en el centro de México, han muerto asesinados. No existe una situación parecida en ninguna otra ciudad del país, ninguna guerra tan evidente como la que se vive aquí.

LA PREGUNTA ES POR QUÉ

Por qué en Celaya sí y en León, Irapuato o Salamanca, no. O no con esa fijación. Guanajuato sufre desde hace años una crisis de violencia brutal, con miles de asesinatos, desaparecidos, masacres... Solo en diciembre, Celaya y su zona metropolitana registraron dos de las peores matanzas de los últimos tiempos, el asesinato de 11 jóvenes en una fiesta, y el de otros seis, días antes, que aparecieron tiroteados junto a la universidad. Los grupos criminales han empleado tácticas agresivas para evitar a la autoridad, como bloquear carreteras con carros ardiendo o arrojar hierros puntiagudos al asfalto. Pero lo de Celaya es distinto: no se trata de evadir, sino de eliminar.

Un policía en la colonia Pelavacas, donde dos agentes de la Policía Municipal de Celaya fallecieron tras un enfrentamiento el 1 de febrero.

Criminales han atacado a policías aquí mientras trabajan y en días de descanso. Lo han hecho en grupo y cuando van solos. A tiros y a granadazos. No les ha importado que estén con sus familias, como la agente que murió a balazos junto a su hija, el mes pasado, una mañana de camino a la escuela. También ha ocurrido medio de casualidad —casualidades de un contexto bélico— como aquel 1 de febrero en Pelavacas. Los agentes daban un rondín por su sector, cuando toparon con una camioneta que les pareció sospechosa. La empezaron a seguir y, en la persecución, acabaron emboscados.

“Era como la una de la tarde”, explica Javier, nombre ficticio que él ha elegido por seguridad. “Iban cuatro compañeros en la patrulla, dos en la cabina y dos en la torre”, explica. “Los de la torre portaban fusiles e iban de pie en la batea”, sigue Javier. “En la persecución, no se dieron cuenta, pero al menos dos de ellos se bajaron del carro y se parapetaron aquí”, dice, señalando la cruz roja y un árbol cercano.

Los criminales preparaban su emboscada. Aguardaron apenas unos segundos y, cuando llegó la patrulla, empezaron a disparar. “Le dieron al piloto de la patrulla, que se estrelló contra un poste de la luz. El copiloto bajó y trató de refugiarse en la parte trasera, pero en el cambio le dieron”, continúa el agente. Los dos policías de la torre bajaron con sus fusiles y persiguieron a los sicarios. En algún momento le dieron al que estaba donde yace ahora la cruz roja. Metros más adelante, alcanzaron a dos más, que cayeron heridos y morirían más tarde. El resto de la cuadrilla criminal condujo su camioneta hasta el final del camino. Luego la abandonaron y salieron corriendo.

A final del camino, encima del suelo polvoriento, pequeños cerros de vidrio completan la historia del policía Javier esta noche. Son los trozos de cristal de las ventanillas de la camioneta de los atacantes. Un compañero de Javier, robusto como el tronco de un sauce, ilumina los campos de alrededor, la nave que yace junto a los vidrios. Dice que, ahora, los policías municipales de Celaya ya no salen patrulla por patrulla. Siempre van de dos en dos. “Realmente, aquí es la guerra, una guerra contra un ejército experto en guerrilla”, murmura, como si no dijera nada importante.