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Rusia y Ucrania: guerra de estrategias

El conflicto entre Rusia y Ucrania está sirviendo de alguna manera a los propios intereses de todos los actores externos involucrados en el enfrentamiento

BRUSELAS, Bélgica

ArchivoRusia y Ucrania: guerra de estrategias

El conflicto entre Rusia y Ucrania está sirviendo de alguna manera a los propios intereses de todos los actores externos involucrados en el enfrentamiento. No sólo la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Unión Europea (UE) persiguen objetivos específicos en el juego de estrategias desencadenado por la crisis, también otros protagonistas regionales, desde la India, un gigante emergente, hasta la impredecible Turquía y la pequeña Eslovaquia.

Cada uno de estos actores trata de "llevar agua a su molino", aunque las maniobras no están exentas de dilemas. La campaña de destrucción de Ucrania lanzada por Moscú ha desencadenado la mayor respuesta de la UE contra un país tercero. En sintonía con los aliados del G7, ha venido recurriendo a herramientas disponibles en el comercio y las finanzas para castigar al régimen del presidente Vladimir Putin.

A velocidad hasta ahora no conocida, desde las primeras semanas de la guerra, ha venido ejecutando un paquete de sanciones de impacto ascendente dirigido a personas cercanas al régimen, instituciones y sectores clave de la economía. Simultáneamente a las sanciones, la UE autorizó 2 mil millones de euros como "ayuda letal" para luchar contra los invasores de Ucrania, algo absolutamente impensable hace sólo unos meses, de acuerdo con un reporte coordinado por Steven Blockmans, director de investigaciones del Centre for European Policy Studies (CEPS), think tank con sede en la capital de Europa.

Si bien las acciones tienen como objetivo llevar al pasado a la economía rusa con la finalidad de reducir las fuentes de financiamiento de armas que alimentan la guerra, el Ejecutivo comunitario está aprovechando la excepcional situación para colocar en la agenda viejos pendientes, como la autonomía energética, alimentaria y de defensa. Bruselas está convencida de que el conflicto armado en suelo europeo debe conducir a una reformulación de la arquitectura de seguridad y la reducción de la dependencia energética de Rusia. En 2020, una tercera parte de las importaciones de crudo de la Unión venían del gigante euroasiático, mientras que 43% del gas natural.

El análisis del CEPS titulado La respuesta de la UE a la guerra de Rusia en Ucrania, ¿Un momento de transformación?, sostiene que la crisis acelerará la implementación de la hoja de ruta hacia la Unión de Defensa, iniciativa lanzada hace siete años. Además, permitirá que en el futuro el bloque no tenga más obstáculos para financiar actividades militares en el exterior y siga usando el sistema financiero como arma.

En cuanto a la energía, Bruselas explora alternativas de importación, no una transición radical. Europa tampoco ha cambiado su política agrícola: el énfasis está en reconectar a Ucrania al mercado global por la vía terrestre y los puertos del mar Negro. Ucrania era una potencia en producción de granos y fertilizantes.

A reserva de que la Comisión Europea consiga o no los objetivos planteados, los europeos están pagando el precio por castigar a Moscú. Los costos macroeconómicos desencadenados por la guerra se han profundizado por las sanciones impuestas, traduciéndose en una escalada de precios y facturas más altas por los energéticos. El pasado 2 de junio, un litro de gasolina costaba en promedio en Holanda 2.47 euros (52 pesos mexicanos), aunque algunas estaciones junto a las autopistas exhibían precios de hasta 2.60 euros (55 pesos) como consecuencia del boicot al crudo ruso, medida que contempla la prohibición de 90% de las importaciones totales a más tardar a fines de año.

La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) también está sacando partido de la guerra de Putin, que le ha permitido volver a los principios básicos de la defensa colectiva y ha pasado de una "ligera" a una presencia sustancial en el este, asegura Elie Perot, investigador del Centre for Security, Diplomacy and Strategy de la Brussels School of Governance.

Tras el fin de la Guerra Fría, la Alianza restó importancia a la defensa territorial en Europa y dirigió su atención hacia afuera de su espectro de influencia. Ante la agresión rusa, la OTAN metió reversa, desplegando unidades de combate en Polonia, Bulgaria, Estonia, Hungría, Lituania, Letonia, Rumania y Eslovaquia.

Igualmente ha usado el momento para atraer a naciones que habían mostrado neutralidad frente a dos antiguos rivales militares. Suecia y Finlandia han solicitado formalmente su adhesión luego de la agresión rusa a Ucrania. Esto supone un problema adicional para el cuartel aliado. Más allá del bloqueo turco al ingreso, sumar a Estocolmo y Helsinki eleva el riesgo de una confrontación y la frontera terrestre a resguardar aumentaría en mil 340 kilómetros. Además, "persiste la incertidumbre en cuanto a la dirección futura de la política de Estados Unidos hacia la OTAN, especialmente si el Partido Republicano, y posiblemente Donald Trump, regresan al poder en Washington", señala Perot.

A escala nacional, cada país intenta sacar partido. El gobierno de centro derecha eslovaco se encuentra a la vanguardia de los países implicados en prestar ayuda militar y humanitaria a Kiev. Con ello, el premier Eduard Heger pretende fortalecer la posición de Eslovaquia en la UE y debilitar a largo plazo la influencia de Rusia en el país, afirma en un análisis Krzysztof Debiec, del Centre for Eastern Studies con sede en Varsovia.

Sin embargo, "enfrenta desafíos que dificultarán mantener la escala actual de participación en la ayuda a Ucrania", como el arraigado sentimiento prorruso y antiestadounidense, la dependencia energética y de materias primas rusas, y la renuencia de la población a soportar la costos de las acciones gubernamentales. Las encuestas no favorecen al gobierno de coalición a medio camino de su mandato; están por debajo de 30% en las preferencias electorales.

Turquía, miembro de la OTAN, pero no de la UE, está jugando a dos bandas. Ankara se ha rehusado a seguir la ruta del castigo trazada por Occidente, pero tampoco ha dado su espaldarazo a la ofensiva de Moscú. Si bien ambos comparten un sentimiento antioccidental, el turco es distinto, tiende a ser selectivo y centrado en políticas específicas, mientras que la versión rusa es estructural.

El ministro de Relaciones Exteriores, Serguéi Lavrov, afirmó que el objetivo central de la invasión de Ucrania es poner fin al dominio occidental del sistema internacional, algo que no comparte Turquía, pues se beneficia del mundo euro-céntrico que tanto critica, asegura Galip Dalay, investigador del German Institute for International and Security Affairs. "La política de equilibrio geopolítico de Ankara está entrando en un terreno difícil, incluso inviable, ya que la OTAN y Occidente tratan a Rusia explícitamente como un enemigo. El costo de tal póliza probable aumente", alerta.

Zenonas Tziarras, del centro chipriota del Peace Research Institute Oslo (PRIO), señala que al intentar actuar como mediador entre los campos, Turquía busca no sólo minimizar los costos de su posicionamiento, también aspira a convertirse en "un tercer polo" en el emergente orden internacional.

Otra nación que está explotando la situación con fines de seguridad y geopolíticos es India, potencia nuclear. Nueva Delhi ha recurrido a todo tipo de excusas para no condenar la agresión a Ucrania; la dependencia militar es la más recurrente. El Stimson Center, con sede en Washington, estima que 86% del arsenal total de la India es de origen ruso.

Cualquiera que sea el argumento invocado para no fijar posicionamiento, le ha dado rendimientos al primer ministro Narendra Modi, quien nunca había sido tan popular como en la actualidad. Ha sido visitado por el primer ministro de Japón, por el ministro de Exteriores de Rusia y el jefe de la diplomacia china. Ahora fue buscado por el canciller alemán Olaf Scholz, para participar como invitado especial en la cumbre del G7, del 26 al 28 de junio en el castillo de Elmau, en Baviera.

China juega su propio juego. En las palabras apoya a Rusia, sin enviarle armas, pero sí importando petróleo ruso —en mayo las importaciones aumentaron 55% interanual—, a la vez que observa y aprende de la invasión rusa, por si en un futuro tuviera que utilizar las lecciones, quizá en Taiwán.

Del otro lado del mundo, el gobierno de Joe Biden busca impulsar su imagen de líder mundial con el apoyo a Ucrania, pero al mismo tiempo ve la forma de golpear a Rusia y evitar que se convierta en un enemigo más peligroso. Y de pasada, envía advertencias a China, país al que considera su mayor amenaza.



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