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Niños que vuelan

Adrián es uno de los miembros del equipo de gimnasia de trampolín de la Ciudad de México, un grupo de 15 niños y jóvenes entre 10 y 18 años que trabajan para cumplir la misma meta: subir a un podio y hacer sonar el himno nacional en una Olimpiada

Un ruido de resortes rebota contra las paredes y el techo de un amplio pabellón; irrumpe al ritmo de un rechinido cada 2 segundos. Un niño de 1.46 metros de estatura hunde la malla de un trampolín, y sus 35 kilogramos de humanidad salen expulsados hacia el cielo, hasta alcanzar 5 metros de altura. Cada que toca la malla, el rechinido recuerda a los presentes que alguien está volando.

Es el pabellón del Centro Nacional de Desarrollo de Talentos Deportivos y Alto Rendimiento (CNAR), al oriente de la Ciudad de México, donde 16 niños esperan turno para brincar en un trampolín. Parecen divertirse, pero están trabajando.

Adrián Martínez Larralde, el joven gimnasta, se impulsa empujando su cuerpo sobre la cama elástica, como si quisiera alcanzar el techo. Cuando está en lo más alto, aprieta sus piernas y su abdomen, deja caer su cuerpo de espaldas y da tres vueltas en posición vertical; antes de caer, da medio giro sobre su propio eje. Toca la malla y vuelve a salir volando, hace bola su cuerpo y da dos vueltas. Vuelve a tocar la malla, se impulsa y ejecuta un salto doble al frente con un giro y medio. Luego otro doble hacia atrás, un mortal triple con medio giro, un mortal hacia atrás Así sigue, hasta completar 10 piruetas en 15 segundos. Al terminar, aprieta los brazos contra las piernas y se detiene en medio de la malla, buscando permanecer inmóvil.

Su entrenador lo ve bajar del aparato y se acerca a él para pedirle más altura, más postura, mayor precisión.

Adrián es un niño que vuela. Acaba de pasar a sexto de primaria, es campeón nacional de gimnasia de trampolín y uno de los 10 mejores gimnastas del mundo en su categoría. Quiere llegar algún día a los Juegos Olímpicos y ganar una medalla para México.

Lo suyo no es un sueño, sino un objetivo.

Todos los días se levanta a las 5:00 de la mañana para "ejecutar" su otra rutina, la de la vida cotidiana: se toma un licuado con plátano, almendras, avena, amaranto y una cucharada de complemento alimenticio; a las 6:30 llega al CNAR para una primera sesión de entrenamiento (acondicionamiento físico o ensayo de posturas, dependiendo el día de la semana); a las 8:30 desayuna; a las 9:00 entra a la Escuela Francisco Cabañas Pardo -ubicada dentro del CNAR-; a las 11:00 sale al recreo, que aprovecha para comer una colación de fruta y verdura recomendada por su nutriólogo; a las 13:30 se dirige al comedor del CNAR; a las 14:15 regresa a la escuela. A las 16:00 termina sus clases y se va al pabellón para la segunda sesión de entrenamiento, que puede durar entre 3 y 4 horas y media. Cierra su día con una cena ligera que come en el trayecto a su casa. Se baña y se toma el licuado de la noche (leche y Ensure); se va a la cama después de las 22:00 horas.

Cuando duerme, sigue soñando que vuela.

Adrián es uno de los miembros del equipo de gimnasia de trampolín de la Ciudad de México, un grupo de 15 niños y jóvenes entre 10 y 18 años que trabajan para cumplir la misma meta: subir a un podio y hacer sonar el himno nacional en una Olimpiada.

Este año, el equipo obtuvo dos logros singulares: convertirse en el deporte que más medallas aportó al Distrito Federal en la Olimpiada Nacional, y clasificar a 10 de sus integrantes al Campeonato Mundial de la especialidad, que se celebrará en Dinamarca en diciembre próximo.

De 2012 a 2015, el equipo dirigido por Luis del Rosario y Margarita Zermeño escaló posiciones en el medallero de la Olimpiada Nacional, hasta ubicarse en primer lugar en la justa celebrada en mayo pasado, conquistando 20 medallas -nueve de ellas de oro- y desplazando a nivel Distrito Federal a deportes con más tradición, como la Natación (que dio ocho oros a la Ciudad), el frontón (7) y el taekwondo (6).

Hoy, estos niños entrenan en un amplio pabellón, con trampolines profesionales y una máquina que les toma el tiempo de vuelo; cuentan con servicio médico, dos entrenadores, un metodólogo, un fisioterapeuta, un preparador físico, un nutriólogo, psicóloga, comedor y escuela dentro del CNAR. Tienen casi todo para cumplir su objetivo.

Pero no siempre ha sido así.

LLEGÓ PARA QUEDARSE

Las primeras noticias sobre la gimnasia de trampolín llegaron a México en 1999, cuando la Federación Internacional de Gimnasia notificó que se oficializaría como deporte olímpico a partir de los Juegos de Sydney 2000.

Los primeros intentos por desarrollar la disciplina en el país surgieron entre atletas e instructores de gimnasia artística, que pronto se dieron cuenta de que no es lo mismo hacer saltos y giros sobre piso, que intentarlas en pleno vuelo, impulsados por una cama elástica que convierte el peso del atleta en un potente propulsor.

Uno de los rasgos diferenciadores del trampolín, respecto a otras modalidades de gimnasia, es el vértigo, un estado en el que el atleta experimenta sensaciones poco comunes procedentes de una alteración del equilibrio. Esto, según especialistas en psicología del deporte, inquieta y fascina a la vez. Volar se convierte en un placer y en una obsesión.

"Siento mucha dicha, pienso que yo puedo, que dios está conmigo. Aunque sean una milésimas de segundo, pero vuelas, y es muy padre". Así lo define Gema Rodríguez, una de las chicas del equipo que, a sus 16 años, ha cosechado una docena de medallas en campeonatos y olimpiadas nacionales y ha participado en torneos en Bielorrusia y Estados Unidos.

Algunos de los primeros gimnastas sufrieron accidentes al no controlar el vértigo. Aun así, el trampolín fue adoptado por la Federación Mexicana de Gimnasia y comenzó a practicarse a nivel profesional, principalmente en el Distrito Federal, Baja California, Jalisco, Yucatán y Nuevo León.

En 2012, Margarita Zermeño y su hijo, Luis del Rosario, comenzaron a integrar un equipo de gimnastas de trampolín, reclutando a niñas y niños que practicaban gimnasia artística y clavados en la delegación Benito Juárez, la Alberca Olímpica, la Sala de Armas de la delegación Iztacalco y el Centro Asturiano de México.

Una de esas primeras niñas fue Lindsay Fuentes, que en ese año sufrió un accidente que la dejó fuera de la Olimpiada Nacional. Lindsay cayó fuera del trampolín en una rutina, se rompió las muñecas de ambos brazos y tardó cinco meses en rehabilitarse. Hoy, a sus 17 años, ha sido galardonado en tres Olimpiadas Nacionales, y ha representado a México en una Copa Mundial en Portugal. Está por entrar al último año de preparatoria, y su sueño de ser medallista olímpica sigue intacto.

"Tenemos que estar aquí todo el día. Tus únicos amigos son los que están aquí. Te pierdes muchas cosas por entrenar, pero vale la pena. Es algo a lo que le vas agarrando mucha pasión y amor", define.

Otro de los pioneros en trampolín es Daniel Espinoza Bautista, un joven de Baja California que se formó en el equipo de Luis y Margarita y que en 2012 ganó tres oros en la Olimpiada Nacional, las primeras medallas de la Ciudad de México en esta disciplina. En 2014, se convirtió en el primer mexicano en conquistar el oro en el Campeonato Mundial de Gimnasia, celebrado en Daytona.

Los tres oros de Daniel en la Olimpiada Nacional 2012, y las gestiones de los entrenadores, hicieron que el CNAR abriera sus puertas al equipo de gimnasia de trampolín. Los niños acudían como usuarios después de la escuela, y pasaban allí los sábados en sesiones de 3 a 4 horas.

En 2013 hubo mejores resultados en la Olimpiada Nacional: el equipo conquistó 11 medallas, cinco de ellas doradas. Y, en septiembre, ingresaron los primeros trampolinistas al programa integral del CNAR: formación académica, preparación deportiva y alimentación en las instalaciones gestionadas por la Comisión Nacional del Deporte (Conade). Eso les permitiría tener una doble sesión de entrenamiento, algo fundamental para el desarrollo de atletas de alto rendimiento.

Pero el equipo sufrió los vaivenes del cambio de administración. Un gobierno que se debatía entre mantener el CNAR (una idea de Nelson Vargas ejecutada en el foxismo, cuyas obras fueron inauguradas pocos meses antes de que Felipe Calderón tomara el poder), o apostar todo al Comité Olímpico Mexicano, dirigido entonces por Mario Vázquez Raña, un empresario filopriista con gran influencia en el entorno presidencial. Con esas dudas, la Conade ha tenido dos directores (Jesús Mena y Alfredo Castillo), y el CNAR, cuatro.

En febrero de 2014, la entonces directora del CNAR Hilda Becerra mandó cerrar el Pabellón de Pelota para cambiar la duela y, cuando los entrenadores de trampolín pidieron un espacio para prepararse, les negó el Pabellón de Gimnasia.

El equipo tuvo que buscar un sitio para entrenar, y encontró apoyo en el Instituto del Deporte del DF, que le prestó la Sala de Armas de la Magdalena Mixhuca, un galerón que los papás y coaches de los gimnastas acondicionaron para acomodar los trampolines. Dos semanas después, tuvieron que desocupar la Sala, pues el delegado la iba a utilizar para un acto político y para una fiesta del Día del Niño.

El equipo se trasladó a un edificio ubicado a unos metros de ahí: una vieja fosa de clavados, semiabandonada. Nuevamente, los atletas, sus entrenadores y sus familias habilitaron el lugar: recogieron escombros, barrieron, quitaron vidrios rotos y fierros oxidados, ahuyentaron arañas, cucarachas y ratones, y acomodaron los colchones de protección alrededor de las plataformas de clavados.

Con el Campeonato Nacional y la Olimpiada Nacional a la vuelta de la esquina, el equipo tuvo que entrenar en aquel lugar durante dos meses, sin un servicio médico cercano y con el riesgo de caer en la fosa o golpearse contra las paredes. Pero hubo resultados: todos los chicos subieron al podio en el campeonato, y en la olimpiada ganaron 15 medallas, ocho de oro. Siete de los gimnastas participaron en una copa en Bielorrusia y nueve fueron al Campeonato Mundial en Daytona, de donde trajeron la medalla de plata en sincronizado en la categoría Clase IV.

"Nos movieron demasiado, pero ahí estuvo la parte importante: nunca nos hicimos para atrás, nunca dejamos de ir a competencias, nunca dejamos de entrenar a pesar de que había goteras, polvo, una fosa de 5 metros de profundidad, medio llena de agua, a lado de los trampolines", recuerda Luis, el entrenador y jefe del equipo. "A veces, por cosas menos importantes, la gente renuncia. Nosotros no renunciamos".

En septiembre de 2014, un nuevo director del CNAR recibió a los padres de los gimnastas y, con los resultados del equipo sobre su escritorio, decidió habilitarles un espacio provisional en el Velódromo del CNAR, mientras se terminaba el cambio de piso en los pabellones, a donde regresaron a finales del año.

"Nunca nos han dado un lugar en el pabellón de gimnasia. Desde el principio dijeron: 'esto va a ser un proyecto, no va a funcionar', pero ha sido todo lo contrario: está funcionando. Siempre hemos estado en el pabellón de pelota, y aquí seguimos, pero ahora sí tenemos los medios para prepararnos bien".

En mayo pasado, el equipo mejoró sus resultados en la Olimpiada Nacional: 20 medallas -9 de oro-, y nueve atletas ya clasificados para el Campeonato Mundial de Dinamarca; tres más se jugarán su clasificación en selectivos nacionales el próximo mes.

Samantha Chávez es una de las trampolinistas con mayor experiencia. Tiene 18 años, acaba de terminar la preparatoria y quiere estudiar Medicina. Para seguir su carrera deportiva, requiere que una universidad decida apoyarla para poder estudiar y mantenerse en los entrenamientos.

Pero el CNAR no tiene convenios con universidades. La formación académica va de quinto de primaria al último año de bachillerato. Y, este año, vuelve a ser incierta la permanencia de la primaria y la secundaria dentro de sus instalaciones, por la falta de atletas.

Este año, Samantha irá a su segundo campeonato mundial, en la categoría Clase I, enfrentando a atletas que ya han estado en Juegos Olímpicos.
"Cuando estás en el aire, disfrutas cada salto que das; sentir el aire en tu cara es como volar", dice sonriente, "no sé muy bien hasta dónde, pero sí quiero llegar lejos, y lo primero es superarme día a día".

POR AMOR AL ARTE

Luis del Rosario tiene 31 años, estudió biotecnología en acuacultura en Ensenada, practicó la gimnasia artística y ha dedicado los últimos cinco años a su equipo de Gimnasia de Trampolín.

Se considera un facilitador para el rendimiento de cada miembro del equipo. A cada una y cada uno los conoce bien, no sólo por sus aptitudes atléticas, sino por sus gestos, su carácter, sus límites y sus motivaciones.

Es un hombre amable, pero riguroso e implacable al entrenar a sus atletas. Pasa casi todo el día en el CNAR y, cuando habla de su deporte y de sus chicos, se le ilumina el rostro.

"Yo, sinceramente, creo que toda la fuerza que hemos tenido me la dan los chavos. ¿Cómo les digo que 'siempre no'?", dice, después de narrar las vicisitudes por las que han atravesado.

Luis tiene clara la lista de lo que necesitan sus atletas para alcanzar la excelencia: instalaciones (trampolines, mallas, colchones de protección y un pabellón con techos de 10 metros de altura); apoyo de un fisioterapeuta, un nutriólogo, un metodólogo, un psicólogo del deporte, entrenadores y, un elemento que técnicamente no es medible: mamás y papás que apoyen a sus hijos.

"Yo siempre parto de objetivos, con los niños lo manejo como sus metas y sus sueños. Ése es siempre mi punto de partida, preguntarles: '¿a dónde quieres llegar?'. Yo, finalmente, sólo soy un facilitador, mi labor es darles las herramientas para llegar a ese punto".

Margarita Zermeño es juez de gimnasia en torneos internacionales, impulsora pionera de la gimnasia de trampolín en México y pieza fundamental en el equipo. Ella corrige las posturas de los niños, y es capaz de reconocer el cuerpo de un trampolinista con sólo verlo caminar. Si Luis es respetado por los niños, Margarita puede llegar a ser hasta temida.

Su definición del alto rendimiento se condensa en dos palabras: aptitud y actitud. Y, cuando sabe que un niño tiene ambas, no le perdona, ni se perdona a sí misma, dejar que eso se tire a la basura.

"El gimnasta nace y se hace", dice con esa voz ronca y firme que le caracteriza, "cualquier atleta tiene que tener una convicción, además de su técnica y preparación física. Hay una parte que aún no tiene parámetro de evaluación, que es la voluntad, es una condición para brillar en cualquier área de la vida: la voluntad de ser el mejor. Por eso hay que educarlos desde niños".

SENSACIÓN SINIGUAL

Raziel Román Cuéllar tiene 13 años, está en Clase III y acaba de pasar a segundo de secundaria. Es segundo lugar nacional en su categoría y ha ganado cuatro medallas de oro en olimpiadas nacionales. El año pasado, en el Mundial de Daytona, ganó la plata en sincronizado. Para él, saltar es una sensación de dicha, pero no se ha percatado, con exactitud, en qué piensa cuando está volando.

"Cuando estoy hasta arriba sólo sé que veo el techo y que todo da vueltas. Pienso que tengo que apretarme completamente, abrir y girar cuando se debe".

Raziel es un niño con aptitud y actitud. Tiene en la mira los Juegos Olímpicos de la Juventud, que se celebrarán en Argentina en 2018.

Al igual que Raziel, Alfonso Rosario, Poncho, piensa que vale la pena sacrificar las fiestas, salir con amigos, estar con su familia.

"Algunos piensan que es muy tonto estar tanto tiempo aquí, pero yo pienso que es una muy buena oportunidad. Cuando voy a saltar pienso en el resultado, en lo bueno que va a dar esa rutina, en el esfuerzo que estuve haciendo para llegar. Volar es algo inexplicable".

Paulina Díaz, Daniela Cabello, Majo González Marín, Eliot Cayo, Víctor Rodríguez, Ricardo Flores, Nicolás Núñez y Patricio Reyes completan el equipo. También piensan que volar es extraordinario y que esos 15 segundos en los que están arriba, pagan todo el esfuerzo y el tiempo dedicados a entrenar todos los días, incluso en Semana Santa, Navidad o las vacaciones de verano.

Algunos de ellos han superado lesiones. Como Paulina, que no pudo subir al trampolín en Daytona por un desgarre, pero este año volvió a clasificarse al Mundial. O Nicolás, que sufrió una contractura muscular un par de meses antes de los nacionales, y aun así se colocó en segundo lugar en el País, con una medalla de plata y dos de oro en la pasada Olimpiada.

Nicolás dice que, cuando está brincando en el trampolín, se siente como un pájaro.

SUEÑOS OLÍMPICOS

Las horas transcurren en el pabellón de entrenamiento, y el rechinido de los resortes no cesa. Iván Chávez, uno de los mayores del equipo, practica la rutina con la que busca un lugar en los selectivos para el mundial de Dinamarca. Trata de perfeccionar su postura, elevarse más y aumentar su tiempo de vuelo.

"¡Puntas!", le grita Luis, indicándole que debe estirar sus pies para no perder puntos cuando los jueces califiquen su rutina.

Iván es un adolescente, pero prefiere estar de madrugada fortaleciendo sus músculos y brincando en un trampolín, que bailando en un rave. Después de ganar tres oros en 2014 en la clase II, este año enfrentó a los mejores gimnastas del país en la clase I. No llegó al medallero en Olimpiada Nacional, pero asegura que se abrirá paso en el selectivo para llegar al mundial de Dinamarca.

Es un gran optimista.

"No estamos lejos de ganar en mundiales", asegura, "yo diría que ya está la nueva generación que va a llevar a México al podio en Juegos Olímpicos".

Tiene 17 años, mide 1.75 metros y pesa menos de 70 kilos. Verlo saltar y dar giros a 7 metros de altura es un espectáculo. Este año, Iván acabará el bachillerato en el CNAR. Su futuro académico es incierto, pero él tiene muy claro cuál quiere que sea su destino como deportista.

"Me gustaría oír sonar el himno de México, ganando el oro en unos Juegos Olímpicos".

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