‘Me mataron a dos hijos y busco respeto’
Refugiados acampados en París narran su dramática huida a Europa en barcas
Carlos Yárnoz
El Sena les separa del mastodóntico edificio de Bercy, sede de los Ministerios de Economía y Finanzas. El suyo es uno de esos campamentos “ilegales, indignos e inaceptables”, como ayer los calificó el gobierno francés, en los que se agolpan sobre todo sudaneses y eritreos.
Elias escapó de Sudán en 2007. “Dos de mis hijos, de 19 y 7 años, murieron en un bombardeo, los mataron y a mí me amenazaban continuamente”. Escapó a Libia, dejando atrás a su mujer y su tercer hijo. “He sufrido mucho en Libia”. Hace año y medio, cuenta, unos bandidos le asaltaron y, como no tenía dinero para darles, le cortaron de un machetazo medio dedo meñique de la mano derecha.
Él ha sido uno de los últimos refugiados en pasar la frontera italo-francesa. Tras llegar a Sicilia en barco, pasó a Niza y, de allí, siguió hasta París. Acaba de solicitar asilo político. “Me da igual dónde, con tal de que me respeten”. Francia recibió el año pasado 64,500 peticiones de asilo, pero sólo concedió 18,000.
Alí, que no quiere decir su apellido, también es de Sudán y llegó al campamento hace unos meses. “Nunca he sido feliz”, dice cabizbajo a sus 26 años. Creció con su abuela y a los 15 se marchó “por problemas de seguridad y económicos”.
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“Desde entonces, voy solo por la vida”. También ha pedido asilo, pero él quiere quedarse en Francia.
La policía ha desalojado cinco campamentos de ese tipo en París este mes. Pero los desplazados vuelven a instalarse en otros mientras no se les ofrezcan opciones estables. El gobierno anunció ayer que en dos años creará 10,500 plazas de acogida. Se sumarán a las 30,000 existentes. Como medida más urgente, instalará 1,500, sobre todo en París y Calais, donde se agolpan unos 2,000 refugiados que intentan pasar a Reino Unido.
AMENAZADO DE MUERTE
A Bah Amadou, de 29 años, otro habitante del campamento, le parece una buena opción, pero no las tiene todas consigo. Huyó de Guinea Conakry el 14 de octubre de 2012 —“no olvidaré la fecha”— amenazado de muerte por su propia familia por no practicar la religión musulmana. Pasó por Malí, Argelia, Libia, de nuevo Argelia, Marruecos, España y ahora Francia.
“Pagué 1,500 euros y me llevaron en una zódiac de Alhucemas a una playa de Granada el 25 de junio de 2014”, recuerda Amadou. “Con otras 46 personas, incluidas siete mujeres y dos niños”. Pasó a Francia por Perpiñán el pasado 6 de octubre y fue uno de los primeros en instalarse en el campamento.
“Sólo éramos cinco cuando llegué”. Él no ha pedido asilo y teme que le repatríen. El gobierno acaba de anunciar que prevé duplicar las expulsiones (27,000 el año pasado), pero lo cierto es que no llega ni al 10 por ciento el porcentaje de expedientados que son forzados a dejar el territorio.
La colaboración entre los países, por otra parte, está saltando por los aires, como se observa estas semanas en las fronteras con Italia. Diallo Husman, de 34 años, lo describe con desparpajo. Cuenta que le acogieron en un centro en Madrid y le dijeron que debía estar allí tres meses y que después podía ir donde quisiera.
Viajó en diciembre a París. También procede de Guinea Conakry. Durante año y medio en Marruecos intentó nueve veces pasar a España. Lo logró el 12 de agosto de 2014. “Mire lo que hacen las cuchillas de la valla de Melilla”. Las cicatrices en sus muñecas y pantorrillas son el recuerdo para siempre de su paso al mundo de los ricos en el que ahora ocupa dos metros cuadrados en una tierra de la que pronto será desalojado.