¡Marcha al cielo!
El marchista mexicano perdió la vida la tarde de este viernes a la edad de 61 años mientras combatía contra el cáncer de páncreas e hígado
Cd. de México.
Hace un año el diagnóstico que le dieron a Ernesto Canto, el marchista que ganó el oro en los Juegos Olímpicos de 1984, fue como un golpe seco que lo dejó sin palabras por algunos minutos: Cáncer en el páncreas y en el hígado.
De inmediato entendió por que su cuerpo se había consumido en unos meses y apenas si tenía fuerza para levantarse y caminar, algo que le apasionó toda su vida y que se convirtió en su profesión. Fue reclutado cuando era un niño por el entrenador, Miguel Ángel Sánchez, a quien le encantaba recorrer las escuelas públicas cercanas al CDOM para sumar. niños y jóvenes a quienes les gustara la caminata.
A los 13 años consiguió el campeonato nacional en la categoría infantil y más adelante pasó a formar parte del grupo de andarines de Jerry Hausleber.
A partir de ahí su carrera fue en ascenso, una lesión le impidió acudir a los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980, pero regresó más fuerte a la siguiente justa.
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Los años que siguieron fueron los mejores para éste marchista que era ligero de pies y de un gran espíritu.
Para 1983 ganó los Juegos Panamericanos de Caracas y el Mundial de Helsinki, preparando lo que estaba por venir en los Olímpicos de Los Ángeles en 1984, donde ganó el oro en la marcha de los 20 kilómetros.
Sus logros deportivos fueron muchos, sus amigos los definieron como un hombre íntegro, sensible al dolor humano, como en 1985 cuando decidió quedarse a ayudar en las labores de rescate tras el sismo que colapsó a la Ciudad de México en lugar de viajar para participar en la Copa Lugano.
A su retiro decidió trabajar para fomentar en deporte y ocupó varios cargos en la política, fue conferencista donde compartía sus experiencias como atleta y la mentalidad que debe tener alguien que nunca debe dejarse vencer en la vida.
Así como motivaba a todos lo que escuchaban su historia, también emprendió su lucha silenciosa contra el Cáncer, no quiso hacerlo público y aguantó diferentes tratamientos tratando de darle pausa al mal que se extendía con rapidez.
A finales de octubre ni pudo ocultarlo más, pues su familia solicitó donadores de sangre, ya que se encontraba internado.
El dolor se acumuló en los días siguientes y Ernesto decidió dejar de luchar, aceptó que lo sedaran porque ya no había medicamentos que pudieran mitigar todo lo que estaba sufriendo su cuerpo, sus pulmones estaban colapsando, el cancer se extendió hasta el estómago, tenía dificultad para respirar y los líquidos se le acumulaban.
Hasta que su luz se apagó a los 61 años de edad este viernes 20 de noviembre.