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Los nuevos años veinte

Los gobiernos occidentales fallaron en proteger el bienestar de la clase media

Los nuevos años veinte

A algunas personas podrá parecerles tremendista que hable de fascismo. Pero, como sucedió en los veinte del siglo pasado, en la actualidad hay circunstancias sociales que son un caldo de cultivo muy propicio para que aparezcan soluciones de este tipo si las democracias liberales no son capaces de dar una respuesta progresista al malestar social.

Las clases medias y populares de las sociedades capitalistas occidentales están demandando protección frente al deterioro que ha sufrido su nivel de bienestar y sus oportunidades de futuro en las últimas cuatro décadas, coincidiendo con la desindustrialización y el abandono en que quedaron muchas personas y comunidades. También demandan esa protección muchos sectores empresariales nacionales que han de competir en condiciones de desigualdad con empresas y productos de otros países.

Además de esta pérdida de bienestar, la demanda de protección viene también del miedo a las consecuencias que para esos grupos sociales y empresariales pueden llegar a tener los grandes desafíos de la nueva década, especialmente el cambio tecnológico, el climático y el demográfico. En muchos casos, aumentarán la desigualdad y traerán nuevas formas de pobreza.

Los Gobiernos democráticos occidentales fallaron en dar esa protección. Por si no fuera suficiente, la equivocada respuesta de política económica a la crisis financiera de 2008 y a la recesión económica de 2009-2013 añadió injuria al dolor que produjo la propia crisis. Se culpabilizó y se hizo pagar a las víctimas las consecuencias de los desmanes del capitalismo financiero y corporativo multinacional y los efectos de las malas decisiones de la UE y los Gobiernos nacionales con la llamada política de austeridad. La década que ahora acaba pasará a la historia como ominosa. Este fallo de los Gobiernos democráticos es el que ahora está alimentando el éxito de los dirigentes autoritarios. Saben oler el dolor y escuchar la demanda de protección de la sociedad. El problema con ellos, como con el fascismo en general, es que ofrecen esa protección a cambio de restringir libertades individuales y políticas fundamentales.

Pero sería un error dramático caer en el mito cosmopolita que ve en esta demanda de protección una conspiración colectivista contra la economía de mercado y la democracia liberal. Como sucedió con el proteccionismo de finales del XIX, la demanda social actual responde a causas objetivas. Ninguna sociedad puede aceptar sacrificar sus modos de vida y sus valores en el altar de una utopía de libre mercado autorregulado como la que se ha tratado de imponer en las cuatro décadas pasadas.

El escritor norteamericano del siglo XIX Mark Twain señaló en una ocasión que “la historia no se repite, pero rima”. Hoy muchas circunstancias riman con las de la década de los veinte del siglo pasado. En aquella etapa hubo dos tipos de respuestas a la demanda de protección de la sociedad frente al intento de imponer la utopía del libre mercado. La de los demócratas progresistas, representada por la política de Franklin Delano Roosevelt, el new deal (contrato social), y la protofascista, protagonizada por la política de austeridad del canciller alemán Heinrich Brüning. La primera salvó a la democracia estadounidense. La segunda fue una invitación a la llegada del fascismo a toda Europa. Son muchos los libros que ayudan a comprender estas similitudes y a enfocar bien las soluciones políticas y económicas a los retos de estos próximos veinte. Pero si tengo que hacer una única recomendación, sería la lectura de la gran obra de Karl Polanyi La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo, publicada en 1944.

Los próximos veinte necesitan llevar a cabo una nueva “gran transformación”. Un nuevo contrato social que haga posible otro capitalismo, como del que hablé en mi anterior columna (22-12-2019). Sólo así las democracias progresistas se impondrán al fascismo.



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