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Fallecimiento por caída del caballo, 1790

A quienes encargaron la investigación, dedujeron que, al estrépito que hizo la bestia, había salido despedido de la silla el jinete que la montaba y que de ahí, la yegua había partido huyendo a los montes.

El día 2 de julio de 1790, Juan Antonio Ballí se encontraba en su casa de la antigua villa de Reynosa, la cual se encuentra a unos 22 kilómetros del centro de esta moderna ciudad. Ahí se encontraba platicando con importantes personalidades de la época colonial, como fue el teniente y justicia mayor de la villa de Camargo, don José Antonio de la Garza Falcón. Éste era el hijo del fundador de aquella villa, don Blas de la Garza Falcón. En esa casa se encontraban también don José Marcelino de Hinojosa de Mier, don Lorenzo Serna de Camargo, así como don Francisco Leal y don José María Uresti, de la villa de Reynosa.

Rúbricas del justicia mayor de la antigua Reynosa, Juan Antonio Ballí, y la de Julián de la Garza, amo del joven difunto Nemesio Salazar.Fallecimiento por caída del caballo, 1790

Estando en esa reunión, como a las 4:30 de la tarde, se paró en el zaguán de esa casa, Pedro Munguía, con un recado de su suegro Julián de la Garza, avisando la desaparición de su joven sirviente de 15 años de edad, Nemesio Salazar. En el comunicado, Julián explicaba que, al joven lo había enviado a buscar unos caballos un día antes por la mañana. Al no presentarse para una hora esperada, se pusieron a buscarlo ya entrada la tarde, sin encontrarlo.

En ese día 2 de julio, se continuó con su búsqueda, por parte de Juan Miguel y Vicente Longoria, hasta encontrar al joven Nemesio en un paraje conocido como el Guajolote, pero ya estaba “difunto”. No pudieron localizar la yegua con la que había salido el joven al campo. En el recado, Julián le pedía al justicia mayor para que pasara a dar fe de lo sucedido.

Las indagaciones

Juan Antonio Ballí se encontraba imposibilitado de practicar dicha diligencia, debido a que se estaba gravemente enfermo de un dolor en el cerebro. Esto le impedía totalmente montar a caballo y cruzar para la otra banda del río Bravo, donde se encontraba el cadáver del muchacho.

El justicia mayor libró un mandamiento por escrito al vecino don Juan Antonio Longoria, quien vivía por la otra banda del río. Esto era para que fuese a dar fe de los hechos, acompañado de los parientes más inmediatos del difunto, así como los sujetos que hallaron el cadáver y otros dos testigos imparciales. Le pedía que con la formalidad debida, inspeccionaran el terreno, rastros, fragmentos y vestigios que hubiese en el cuerpo, además de heridas y golpes.

El justicia mayor, Juan Antonio Ballí, pedía que condujesen el cuerpo hasta la villa, a menos que el estado del cadáver estuviera ya en nociva descomposición y olor insoportable. Entonces se debía darle sepultura en un paraje visible, marcándolo con una cruz de madera. Si así fuese, debían venir a darle cuenta y razón de lo ocurrido para proceder en lo conveniente con dicho asunto. Inmediatamente, el mensajero Pedro Munguía, se regresó a dar a conocer las diligencias ordenadas por el justicia mayor.

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  • Chaparro prieto, arbusto parecido donde se cayó de la yegua el jinete de esta historia.

Las declaraciones

Antes de que acabara el día, a las once de la noche, estaba el juez don Juan Antonio Ballí, recostado y dormido en su cama, cuando fue “recordado” (despertado) por don Juan Antonio Longoria con el parte o noticia de haber constituido a las personas en el paraje del Guajolote, el sitio donde se encontraba el cuerpo del muchacho Nemesio Salazar. A Longoria, lo acompañaron Juan Miguel y Vicente Longoria, quienes habían encontrado el cuerpo; Julián de la Garza, tío del difunto; Juan Javier de la Garza, así como Ramón y Pedro Munguía, también deudos inmediatos del difunto. A ellos los acompañaban los testigos José Cayetano López, de la villa de Camargo y Antonio Sánchez, de la villa de Mier.

Explicaron que, después de haber llegado al lugar, exploraron con mucho cuidado el entorno, hallando solamente las huellas de una bestia que, al parecer, anduvo “corcoveando” desbocada. Las patas de la bestia quedaron marcadas en el suelo cuando sacó las raíces de un mogote de “chaparros prietos”, donde se detuvo el animal. Esta planta es conocida en el norte de México también como gavia y es nombrada científicamente como “Acacia amentacea”; es un arbusto espinoso de 3 a 8 metros de alto, de la familia de las leguminosas. Como Sherlock Holmes, dedujeron que, al estrépito que hizo la bestia, había salido despedido de la silla al que la montaba y que de ahí, la yegua había partido huyendo a los montes.

Inmediato al mismo chaparro, estaba tirado el cuerpo del difunto, con unos cojinillos entre las piernas, y en éstos se encontraba un “guajito” con sal. La comitiva, al registrar el cadáver, hallaron que ambos brazos del muchacho se encontraban rosados en la parte de los codos, y que por detrás en la cabeza tenía un golpe en la oreja derecha. De esa lesión le había brotado bastante sangre, donde las moscas le habían criado gusanos. Los testigos manifestaron que aquel golpe se lo había dado en el suelo, el cual estaba demasiado duro y “barrialoso” (arcilloso).

La comitiva investigadora no encontró vestigios, fragmentos, ni otra huella de otra persona, por lo que asumieron que la muerte había sido accidental y no un homicidio. Debido a que eran bastantes hombres, decidieron cargarlo a cuestas con la intención de no dejarlo sepultado en los campos. Al momento que llegaron con él a la villa, decidieron darle sepultura inmediatamente, porque además de estar muy pestífero, daba muestras que quería reventar.

En ese momento, el juez Juan Antonio Ballí, consideró que sería nocivo para el lugar, por lo que mandó a Juan Antonio Longoria a que le informara al padre ministro de la iglesia, para que concluyera con prontitud el entierro del cuerpo, con la sola presencia de los cuatro deudos y la de don Juan Antonio Longoria. El juez pidió que le diesen cuenta hasta la mañana, de lo ocurrido en dicho entierro.

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  • Detalle del mapa de los ranchos de Reynosa antes del primer repartimiento de tierras de 1767 y 1768. 

El entierro

Al salir el sol del día 3 de julio de 1790, Juan Antonio Longoria compareció ante la máxima autoridad de la antigua villa de Reynosa, expresándole lo sucedido con el cadáver de Nemesio Salazar. Le explicó al juez que, la noche anterior había pasado a ver al Padre ministro de la villa, Fray Pedro Zapata, para arreglar lo conveniente sobre el entierro del muchacho muerto. Debido a que era media noche y que el cuerpo estaba en mal estado, el Padre pidió se le diera sepultura prontamente en la Iglesia.

En ese momento no podía asistirlos por estar accidentado, por lo que le dijo que amaneciendo se procedería con los trámites de los derechos de fábrica, parroquiales y sufragios del difunto. En esa madrugada, Juan Antonio Longoria pidió a los propios deudos romper la tierra dentro de la Iglesia, entre la puerta al costado y el “Altar (Cristo) de la Expiración”, casi en medio del cuerpo del templo. El sepulcro estaba a siete pies retirado de la pared.

Durante el Período Colonial en México, en los pueblos, las Iglesias tenían la función también de cementerios, utilizando tanto su interior como el atrio alrededor del templo. La antigua villa de Reynosa (hoy la comunidad rural de Reynosa Díaz), contó con Iglesias en la misión San Joaquín del Monte y después en la misma villa. En la nueva villa, donde se encuentra la actual ciudad de Reynosa, existieron en sus inicios, jacales que fueron utilizados para la Iglesia  Guadalupe, donde también se enterraron a los difuntos de la villa hasta 1833, cuando se abrió el primer panteón por la calle Aldama.

Juan Antonio Longoria advirtió al amo y pariente (Julián de la Garza) y a la doliente madre del muchacho, para que se arreglasen con el mencionado párroco, sobre el asunto de los derechos de fábrica y sufragios que pudiesen cubrir, a beneficio del alma del difunto. A la madre no le era posible concurrir al acto mortuorio.

Ese mismo día, Juan Antonio Ballí hizo venir al juzgado, a los deudos inmediatos del joven Nemesio Sánchez: Julián de la Garza, Juan Javier de la Garza, Ramón Munguía y Pedro José Munguía. Se les leyó las dos diligencias llevadas a cabo sobre la exploración del terreno, donde había fallecido el joven y sobre el acarreo y entierro del cadáver. Todos acordaron sobre la veracidad de los hechos.

El amo, Julián de la Garza, explicó que tanto el difunto como la madre viuda, eran insolventes y sin posesiones materiales, como alhajas y otras cosas de valor, con cuatro pesos de sus cuentas pagaría el entierro y los derechos de fábrica de la Iglesia, pero no alcanzaba para los derechos de justicia causados en estas averiguaciones.

El juez también hizo comparecer a los dos testigos, José Cayetano López, de la villa de Camargo, y a Antonio Sánchez, de la villa de Mier, quienes estuvieron presentes en la averiguación en el terreno donde había muerto el joven Nemesio. Cuando se leyó sobre lo expuesto por don Juan Antonio Longoria, dijeron estar de acuerdo sobre lo recabado sobre la muerte del muchacho. Explicaron que ellos solo presenciaron los hechos hasta que llegaron con el cuerpo a la villa, pero no habían estado presentes durante el entierro en la Iglesia.

Esta historia proviene de un documento que se encuentra en la Sección de Justicia del Fondo Reinosa Colonial del Archivo Municipal de Reinosa (AMR). En él se reflejan las costumbres de los primeros pobladores que llegaron a estas tierras, en especial sobre las prácticas mortuorias en ese lugar.



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