Le quita vida y esperanza
Julio Jasso Zermeño no se pudo sobreponer a la tragedia y luego de despilfarrar una cuantiosa indemnización en bares y cantinas de mala muerte, quedó en la miseria
RESTOS. En una pequeña urna de madera reposan los restos mortales del hombre que perdió a su esposa e hijos y derrochó en alcohol la indemnización recibida por el accidente.
Un avión fuera de pista dejó prácticamente sin familia a Julio Jasso Zermeño aquel 6 de octubre del año 2000, quien en ese entonces frisaba los 41 años de edad.
El peso de esa tragedia, en la que murieron su esposa y tres de sus cuatro pequeños hijos, aunado a la considerable cifra monetaria que recibió como indemnización por parte de la empresa aeronáutica, agudizaron su de por sí fuerte inclinación al consumo de bebidas embriagantes.
Desde entonces Julio no se pudo sobreponer a la tragedia y luego de despilfarrar el dinero en bares y cantinas de mala muerte, hasta quedar prácticamente en la miseria, rechazado por todos debido a que era agresivo, “mala copa”.
Vagabundeando y durmiendo donde le anochecía, finalmente concluyó sus días en el seno de la casa paterna, a donde 48 horas antes de fallecer regresó, ebrio, como presintiendo su inminente fin.
La madrugada del pasado lunes el cuerpo de Julio sucumbió a los estragos del alcohol y quedó inerte en el patio frontal de la casa ubicada en el número 1220 de la calle Ferrocarril, de la colonia Fernández Gómez, donde sus hermanos tienen instalado un puesto de ropa usada.
Ayer los restos mortales de Julio, incinerados, se encontraban dentro de una pequeña urna de madera, donde la empresa funeraria depositó sus cenizas.
Después de tener dinero a manos llenas Julio no dejó dinero ni para el ataúd, mucho menos para costear los servicios de un funeral tradicional. Sus familiares y unos pocos amigos cooperaron para pagar los 8 mil pesos de la incineración de su cuerpo.
Ayer se reunieron en la casa materna para darle a Julio el último adiós con rezos, en modesto ceremonial luctuoso.
“A pesar de todo el dinero que tuvo mi hermano nadie quisiera estar en sus zapatos, porque ningún dinero del mundo compra una familia, la familia que a Julio le arrebataron”, externó Armando Jasso Zermeño, de 63 años.
Fue muy grande el sufrimiento de ver muertos a sus hijos aplastados por el avión y su esposa destrozada, cercenada. Buscarlos bajo la lluvia, entre el lodazal en que quedaron sus restos y la casa destruida completamente por el avión.
En esos 15 años que siguieron a la tragedia, Julio se suicidó lentamente, atiborrándose de alcohol día y noche, en prolongadas parrandas en las que nadie lo escuchó comentar nada sobre lo sucedido, guardándose todo para sí mismo.
“Él sufría mucho y respetábamos su dolor, pero nunca nos dijo nada sobre sus hijos y su esposa. A veces, cuando venía a la casa, solamente lloraba en silencio sin decirnos nada, sin quejarse”, agregó don Armando.
Desde el día de la tragedia, en que les relató a flor de llanto, con detalle, como encontró entre el lodo cuerpos de sus hijos y esposa, Julio calló para siempre y nunca más volvió a hablar del tema con sus hermanos y hermanas.
Ese día Julio prácticamente enloqueció, porque después del rescate de los cuerpos, de contar a su familia lo sucedido, con su ropa y zapatos llenas de lodo, no acudió al servicio funerario y se pasó varias horas subiendo y bajando de pesera en pesera, seguido por amigos que lo cuidaron y llevaron a la casa materna.
Al día siguiente, sumamente dolido pero con una conducta menos errática, Julio sí acudió al entierro de sus seres queridos. Iniciando el hermético silencio que mantuvo hasta el fin de sus días.
“Ahora sí ya está con ellos, con ellos sí va a hablar”, repuso don Armando.
LA TRAGEDIA
Yolanda de los Santos Martínez, de 40 años, acostumbraba a ir a esperar a su hijo mayor Julio Jasso de los Santos, de 6 años, a la carretera, donde lo dejaba el transporte cuando el menor regresaba del kinder.
Para ese efecto, la señora De los Santos se hacía acompañar de sus otros tres hijos: Lupita, Antonio y Artemio, de 5, 3 y 1 año, respectivamente, ya que no los podía dejar solos en casa.
En esos años el transporte público no entraba a la colonia Francisco Sarabia y había que salir a la carretera a Río Bravo para tomar la pesera.
El día de los hechos, a la hora de salida de clases, la señora De los Santos caminaba con sus menores hijos hacia la carretera para esperar al hijo mayor “Julito”. En esos precisos momentos se desató una tormenta que la obligó a regresar a su domicilio ubicado en la calle Primera 525 con lateral del canal Rodhe.
Presurosa, empujando la carreola donde transportaba al menor de sus tres hijos, la mujer y los menores llegaron a casa, a la cita con su fatal destino.
Minutos después serían arrollados por la pesada aeronave que se había salido de la pista de aterrizaje del aeropuerto, en cuya inmediación se ubicaba el hogar de la familia Jasso de los Santos.
Luego de arrasar con la vivienda el avión cayó al canal Rodhe, donde se partió en dos y quedó embancado, dejando una estela trágica.
Mientras su hijo “Julito” sobrevivía por estar en la escuela, Julio se encontraba trabajando en una carnicería, a donde fue avisado de la tragedia, dirigiéndose de inmediato a lo que quedaba de su hogar.
Julio contó a sus hermanos que al principio no lo dejaban entrar al área del siniestro, que estaba acordonada, y que luego de mucho insistir en que era su casa la que había sido destruida el avión lo dejaron entrar.
Vio a sus hijos aplastados por el avión, ayudó a recoger y reconocer los restos de su esposa que quedaron esparcidos entre el lodo, cercenados. Fue una tarea ingrata, cruel, dolorosa, que dejó una huella imborrable en la mente del hombre cuyos restos hoy convertidos en cenizas reposan en una urna de madera.
PRESENTIMIENTOS
Unos años antes (el 11 de diciembre de 1997), la familia Jasso Zermeño había padecido la muerte de tres de sus integrantes, a consecuencia de un accidente vehicular.
Don Armando relata que ese día la familia se preparaba para dar las mañanitas a la Virgen de Guadalupe, cuando se empezó a sentir “un frío muy intenso, que calaba los huesos, de esos fríos que presagian que algo malo va a suceder”.
A las pocas horas les llegó la noticia de que su hermana Chelairene (Graciela Irene Jasso Zermeño, de 20 años), quien tenía seis meses de embarazo, había fallecido en un choque, resultando severamente lesionado su esposo Roberto Martínez, de 20, quien falleció en el hospital.
“Decimos que murieron tres porque mi hermana esperaba un bebé”, precisa don Armando.
Agregó que tres años después, el día del avionazo, “volví a sentir ese frío intenso, demasiado fuerte como nunca, y observe que por el rumbo del aeropuerto se desataba una tormenta, con nubarrones oscuros. Yo estaba atendiendo el puesto y le dije a mi hermano Francisco Javier que metiéramos la ropa para que no se mojara, pero la tormenta no llegó hasta la colonia, solamente se quedó el frío que calaba. Yo pensé que era igual que el otro frío, el de 1997, y tuvo el presentimiento de que algo malo le iba a suceder a la familia, pero no dije nada”.
Horas después se enteró por los noticieros de la televisión texana que una tormenta se abatió en Reynosa y que un avión se salió de la pista aplastando una casa en la colonia donde vivía su hermano Julio.
Por las imágenes don Armando reconoció el lugar donde estaba asentada la vivienda de su hermano. Posteriormente vecinos de la colonia Francisco Sarabia les confirmaron la tragedia.
“Ya no quiero sentir otro frío de ese calado, ni otro presentimiento, porque entonces cuantos familiares más van a morir”, puntualizó don Armando.
COINCIDENCIAS
En el desarrollo de esta tragedia, al igual que los presentimientos revelados por don Amando, se dieron coincidencias que marcaron a los actores e influyeron en su destino final, principalmente en el de Julio Jasso Zermeño.
Unas coincidencias, reveladas por don Armando, fue que el piloto (Alejandro Corzo) del avión que mató a sus familiares ya se había salido en otra ocasión de una pista de aterrizaje, con una aeronave fabricada por la misma empresa McDonnell Douglas.
Dijo que abogados de EU reunieron a su hermano y la familia para proponerles entablar un juicio legal de 50 millones de dólares contra dicha empresa estadounidense McDonnell Douglas, por fabricar aeronaves con desperfectos y rentarlos a sabiendas de esa irregularidad.
Los abogados gringos estaban seguros de ganar la demanda porque decían que ya le habían ganado otros casos similares a dicha empresa, apuntó don Armando.
Sin embargo, añadió, su hermano Julio decidió por lo más rápido y aceptó un pago de 1 millón 400 mil pesos de Aeroméxico.
Lo embaucaron y aceptó una cantidad que no era nada comparada con los millones de dólares que le pudieron pagar si presentaba la demanda con los abogados gringos.
Indicó que hace dos años Aeroméxico le pagó una segunda remesa por varios millones a su hermano, sin precisar cuántos, los cuales Julio derrochó sin ayudar a nadie de su familia, hasta que se quedó sin ningún quinto y murió en la miseria.
“Nadie de la familia le pidió nada porque el que perdió a su familia fue él y solamente él sabía el dolor que iba cargando. Nadie quería estar en sus zapatos. Nadie tenía derecho a reclamarle nada”, subrayó don Armando.
LA CASA PATERNA. En este humilde hogar fue donde Julio Jassso Zermeño amaneció muerto el pasado lunes, consumido por el alcohol y los tristes recuerdos.
DEUDO. Don Armando Jasso Zermeño relata la tragedia que vivió su hermano tras serle arrebatada su familia por el avionazo.
