‘La sombra que bajaba del árbol de lila’...
La casa de la calle Occidental, en la colonia Longoria, es todavía una arquitectura de los años cincuentas, hecha de ladrillo de aquellos ayeres, que en uno de sus traspatios tenía un árbol de lila del cual veían bajar y desaparecer en la nada, en un parpadeo, una negra sombra, difusa.
¿REFLEJO? La sombra del árbol de lila causó dolores de cabeza e hizo huir a una familia de la colonia Longoria.
No era extraño, en una de las calles de esa casa hubo muchos muertos, todos atropellados; contiguo, donde a la fecha hay una constructora, hace 40 años asesinaron a un velador.
Lo que quizá en otros sea una leyenda, un cuento o hechos de temor, para los habitantes de este hogar se convirtió en algo cotidiano, con lo que tenían que cohabitar, no por eso iban a cambiarse de hogar.
Una noche, platicando en una de las terrazas, en la cual había cerca un arriate, uno de los tres tíos que allí estaban con mis abuelos, dijo sentir un fuerte dolor de cabeza. Cuando echó la vista arriba desde la mecedora en que descansaba, observó el árbol de lila, ese árbol del cual salen una bolitas verdes que los niños usaban para jugar a los soldaditos con sus tira-bolitas, y dijo que el dolor era a causa de ese arbusto.
Fue a partir de entonces que empezaron a contar hechos que a ellos les sucedieron a causa de la lila.
Uno de ello recordó que al estar cerca de ese lugar, de pronto vio la sombra reflejada en una barda, sin embargo no se pudo ver a la persona, sólo su sombra reflejada. Otro más detalló que –la noche que el huracán Anita azotó Reynosa- estando dormido en una de las cuatro recámaras de la casa, vio la sombra detrás del amplio ventanal, como si ésta le estuviera viendo.
“Los truenos eran fuertes, también el aire, escuchaba KGBT radio, la estación donde nos tenían al tanto del estado del tiempo; la radio se apagó, un relámpago iluminó todo el cuarto y fue en ese instante que se vio la sombra detrás del ventanal” dijo el tío.
El más escalofriante fue aquel en que hubo cuatro testigos, dos niños y dos adultos, en el mes de abril de 1979, serían las siete de la tarde aproximadamente, cuando en otra de las terrazas, de esa casa en la colonia Longoria, se escucharon los fuertes pasos de un hombre, sin saber por qué ni cómo empujados por un invisible resorte todos acudieron a la ventana, subieron a la cama, hicieron a un lado la gran cortina y escucharon frente a sí los pasos, pero no veían a nadie. No era nadie y los pasos se escuchaban. La mayor de las personas, quizá para calmar la situación de miedo, dijo que eso significaba buena suerte. Con esa idea todos se fueron a tratar de dormir en sus recámaras con las luces encendidas, fue finalmente el sueño que los venció porque por voluntad propia nadie podía dormir.
El último de los hechos, de los que se tiene conocimiento, fue el de Viernes Santo de 1985, en la última de las recámaras, la cual tenía su sanitario propio y terraza al exterior, había un piano el cual una noche sonó dos o tres teclas, asustados, la señora de la casa y sus dos nietos se arrimaron poco a poco para ver si se trataba de algún ladrón o gato que se haya metido, al abrir el cuarto, estaba solo, vacío, ni un gato, ni un ratón, ni el aire siquiera, trataron de pasar desapercibido el momento y cuando las tres personas voltearon para regresar a la cocina, el piano nuevamente sonó y no una ni dos ni tres teclas, fueron como manotazos en desorden que golpearon furtivamente y sin ton la mayoría de las teclas.
Apresurados, los integrantes de esa familia salieron de la casa y pidieron posada en otro hogar, en otra colonia, lejos. La sombra del árbol de lila pasó de una simple aparición, hasta hacerse notar en la pisada y en el piano.
