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IGUALA: Las horas del exterminio

Fernando Marín estaba en el suelo, junto al autobús Estrella de Oro, bañado en su propia sangre, sometido como sus compañeros de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos. El disparo que recibió minutos antes le destrozó el antebrazo derecho. La herida aún estaba caliente y todavía no dolía tanto.

Desde que salieron de la escuela en los autobuses Estrella de Oro números 1568 y 1531, todos los niveles de gobierno fueron notificados por el Centro de Control, Comando, Comunicaciones y Cómputo (C4) de Chilpancingo, según la tarjeta informativa 02370 de la Secretaría de Seguridad Pública de Guerrero. La maquinaria del Estado se echó a andar.IGUALA: Las horas del exterminio
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“¿Sabes qué? ¡Te vas a la chingada!”, le espetó un policía estatal. “¡Mátalo de una vez!”, lo alentó en el anonimato de la calle desolada otro uniformado. En ese momento, Carrillas, como lo apodan en la normal de Ayotzinapa, sintió el metal del arma en la sien izquierda. Eran casi las 22:30 horas del 26 de septiembre de 2014 y en ese punto, la calle Juan N. Álvarez, a pocas cuadras del centro de Iguala, estaba desierta.

Policías estatales y municipales, así como civiles armados, tenían acorralados a tres autobuses en los que viajaban estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, en esa calle casi esquina con Periférico. Unas cuadras atrás, la Policía Federal (PF) desviaba el tránsito y a los curiosos.

El policía estatal quitó el arma de la cabeza del Carrillas y llamó a una ambulancia. Lo último que vio el normalista antes de que lo llevaran al hospital, dice en entrevista, fue a sus compañeros del camión Estrella de Oro, el número 1568, sometidos, en el suelo. No los ha vuelto a ver. Todos están desaparecidos.

Hasta las 23:00 horas el trato a los estudiantes fue uno: la policía envió a los heridos al hospital, dice a los reporteros Vidulfo Rosales, abogado de los normalistas y de los padres de los 43 desaparecidos. Pero después “hubo una decisión, que no sé de dónde vino, de borrar toda huella que hubiera de los estudiantes. Y a partir de ahí vienen la segunda agresión y la cacería”.

17:59. SALIDA DE AYOTZINAPA

La tarde del 26 de septiembre de 2014, Fernando Marín se encontró en las canchas de la escuela a su amigo Bernardo Flores Alcaraz, El Cochiloco, quien lo invitó a ir a un “boteo” y por unos camiones para acudir a la marcha del 2 de octubre en la Ciudad de México.

Desde que salieron de la escuela en los autobuses Estrella de Oro números 1568 y 1531, todos los niveles de gobierno fueron notificados por el Centro de Control, Comando, Comunicaciones y Cómputo (C4) de Chilpancingo, según la tarjeta informativa 02370 de la Secretaría de Seguridad Pública de Guerrero. La maquinaria del Estado se echó a andar.

El autobús 1531 paró en la comunidad Rancho del Cura, y el 1568, donde iban El Carrillas y El Cochiloco, continuó hasta la caseta Iguala-Puente de Ixtla. Ahí llegaron patrullas de la PF y de la Secretaría de Seguridad Pública estatal y también una motocicleta roja con un tripulante. El coronel José Rodríguez Pérez, comandante del 27 Batallón de Infantería, reveló ante la Procuraduría General de la República (PGR) que hay un grupo –el Órgano de Búsqueda de Información– cuyos integrantes visten de civil (Proceso 2027). Dijo que esa noche mandó uno a la caseta.

Cuando El Carrillas vio las patrullas pensó que ya no iban a conseguir más camiones. Estaban a punto de darse por vencidos y regresar a Ayotzinapa, cuando recibieron la llamada de los estudiantes del autobús 1531 para avisar que algunos compañeros estaban atrapados en la central camionera.

20:50 LA CENTRAL

Los normalistas acudieron al rescate a la estación y ahí se les “hizo fácil” secuestrar otros tres autobuses. Lo hicieron. Por un lado salieron los Estrella Roja y Estrella de Oro; y por la calle Galeana, hacia el centro de la ciudad, dos Costa Line y un Estrella de Oro.

“Lo curioso es que, cuando ellos llegan a la terminal, inmediatamente salen; en cuestión de 10 minutos ya la Policía Municipal está afuera. Eso permite concluir que los venían siguiendo. No se pudo armar un operativo en 10 minutos”, explica Rosales en entrevista.

Cuando tres de los cinco autobuses salieron por la calle Galeana, ya tenían patrullas adelante, atrás y a los lados. El Carrillas iba en el tercer autobús de esa caravana. Algunos de los estudiantes se bajaron en el Zócalo de Iguala para ir abriendo paso a los camiones. Los municipales los encañonaron.

“Somos estudiantes. ¿Por qué nos apuntan?”, decía a los policías Ángel de la Cruz, de segundo año, quien viajaba en el primer autobús. A pedradas, los normalistas lograron que las patrullas les abrieran paso. Eran las 21:00 horas y se escucharon en el Zócalo las primeras detonaciones.

21:05 TIROTEO OMITIDO

Los comerciantes y clientes de la esquina de Juan N. Álvarez y Emiliano Zapata, a una cuadra del Zócalo de Iguala, no sabían aún qué pasaba, hasta que una persona, con el rostro cubierto con un paliacate, se paró a media calle, mirando en todas direcciones. Vestía pantalón de mezclilla y camisa desgarrada por la parte de atrás. Estaba alterado, describen quienes lo vieron.

Llegó después una camioneta Suburban oscura y una patrulla atrás. De la camioneta bajaron cuatro o cinco hombres armados, vestidos de civil y con el rostro descubierto. Llamó la atención que todos tenían el pelo muy corto. “Pensé que eran militares. Veían a la gente muy feo. Uno era barbón”, señala en entrevista uno de los testigos.

En la patrulla iban seis policías con uniforme negro, chalecos antibalas y equipo antimotines. “¡Párense, cabrones!”, gritó un policía a uno de los sujetos de la camioneta. Ahí comenzaron nuevos disparos.

Los hombres de la camioneta se fueron corriendo –uno se llevó el vehículo– en dirección al Periférico, siguiendo a la persona que tenía el rostro cubierto con el paliacate. Los policías fueron detrás de ellos. Enseguida pasaron los autobuses donde iban los normalistas, con el rostro cubierto.

Después del incidente llegó un Focus azul marino, sin placas. De él bajó un tipo, también de apariencia militar, refieren los testigos, y recogió los casquillos. Ninguna autoridad ha investigado lo que pasó en esa esquina ni hay referencia alguna a ese incidente en los expedientes de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Guerrero (PGJG) ni de la PGR.

21:40 ACORRALADOS

Los tres camiones estaban a punto de llegar al Periférico para dirigirse a Ayotzinapa, cuando policías municipales atravesaron una patrulla a mitad de la calle, frente al primer autobús, y se bajaron; al menos otras tres patrullas bloquearon la retaguardia de la caravana. “Fue cuando ya no pudimos avanzar”, dice El Carrillas.

Cinco estudiantes se bajaron del primer autobús para mover la patrulla, entre ellos Ángel de la Cruz. “Ya la íbamos a empujar cuando, en ese momento, empiezan los disparos hacia nosotros”, señala.

Ahí, Aldo Gutiérrez, de primer año, fue herido de un tiro en la cabeza y cayó al suelo. Jonathan Maldonado recibió un disparo en la mano. Los normalistas quedaron a dos fuegos. Fue más de media hora de disparos, según los testigos.

“¡Bájense!”, fue el grito de la policía. Los estudiantes se bajaron y buscaron refugio entre el primer y el segundo autobuses. Los normalistas del tercer camión quedaron aislados.

Vecinos y comerciantes entrevistados afirman que no sólo dispararon policías municipales uniformados, sino también personas vestidas de civil. “Una de las camionetas de los policías tenía encima el aditamento para una metralleta y de ahí disparaba”, dice a los reporteros otro testigo. Ninguna de las patrullas de la Policía Municipal aseguradas por la PGJG tenía ese accesorio. “Se oían los R-15 de los policías, a todos los rociaron”, refiere el testigo, “pero después también se escuchaban ráfagas de mayor poder, era otra arma”.

El Carrillas afirma que desde el camión pudo ver que había policías municipales y estatales. Distinguió perfectamente los logotipos en la parte trasera de los uniformes. Los municipales llevaban su uniforme usual; los estatales usaban chalecos antibalas.

Pese a los testimonios que dicen lo contrario, el secretario de Seguridad Pública de Guerrero, teniente Leonardo Vázquez Pérez, declaró a la PGR que su personal no salió esa noche, pues no había suficientes efectivos y supuestamente se quedaron a proteger su cuartel.

Dentro del tercer camión, los normalistas se tiraron en el angosto pasillo. El Carrillas tomó el extinguidor y salió para intentar replegar a los policías. Un impacto en el brazo lo derribó. Como pudo, volvió a subir al autobús. “En ese rato, en mi mente pasó que yo ya no tenía salvación”. Entonces le sugirió al Cochiloco que telefoneara a La Parca, secretario general de la escuela y quien se había quedado en Ayotzinapa.

Al ver a su amigo sangrando, El Cochiloco se rindió. Le pidió al chofer que bajara. Éste lo hizo y les dijo a los policías que él era el conductor. “¡No nos importa quién seas! Tú eres uno de ellos. Eres igualito que ellos, eres también ayotzinapo”, le respondieron.

Tras el conductor, los comenzaron a bajar a todos, con las manos en la nuca. Los pasaron a la banqueta del lado izquierdo. Los acostaron en el piso, boca abajo. El Carrillas afirma que quienes los sometieron eran unos 20 policías estatales y municipales. Fue cuando le dijeron que lo iban a matar.

Después, señala El Carrillas, llegaron más policías y una ambulancia que lo llevó al Hospital General de Iguala. Por Periférico llegaron más ambulancias para llevarse a los heridos.




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