Ángela Gurría: 'pico piedra en un mundo de hombres'
La monumentalidad de Ángela Gurría no reside, únicamente, en el tamaño de su obra
Tan monumental como Señales, su icónica escultura de 18 metros que da inicio a la Ruta de la Amistad, resulta también su cualidad de pionera, la maestría en el uso de cualquier material y la tozudez de su carácter para oponerse a las convenciones sociales de su época.

- CIUDAD DE MÉXICO
Fallecida este 17 de febrero a los 93 años, Gurría es recordada como una de las grandes artistas mexicanas de su siglo, con una obra escultórica de gran influencia para sus contemporáneos y las generaciones siguientes, sobre todo para quienes se interesan por el arte en el espacio público.
Se trata de una distinción que debería ser indiferente a su género, pero que a la artista le costó el doble conseguir en el México de los años 50, cuando empezó su carrera.
"Ella es una de las grandes escultoras mexicanas y es una artista que realmente entró a un mundo que era de hombres", señala la curadora Pilar García, especialista en el arte mexicano de ese periodo.
"Generalmente los hombres eran quienes dominaban este mundo, sobre todo de escultura pública, precisamente pensando en estos grandes formatos y en esta fuerza física que a veces implica ser escultor. Ella entró a este mundo teniendo un gran éxito".
Una vocación que entró por el oído
Nacida en la Ciudad de México en 1929, Gurría recordaba que su pasión por la escultura llegó a través del oído, cuando escuchaba a los trabajadores en las casonas vecinas de Coyoacán.
"Como a los 18 o 20 años escuché a unos canteros que estaban trabajando en una construcción. Al escuchar el ritmo que provenía del golpeteo de los cinceles contra las piedras quedé fascinada. Así que me hice de una piedra, un mazo y un cincel y comencé a trabajar", recordaba en una entrevista con este diario en 2021.
Su vocación artística, sin embargo, se decantó primero por la escritura, lo que la llevó a cursar la carrera de Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, de 1946 a 1949.
Algo de esa pasión literaria queda en los versos de El día que me dijiste, canción suya -pues también tocaba la guitarra- que popularizó Chavela Vargas: "El día que me dijiste: / '¿Pa'qué negar que te quiero?', / se te poblaron los ojos / con millones de luceros, / equivocados de noche, / equivocados de cielo".
Luego de que su familia, inicialmente, la desalentara de sus empeños artísticos, fue su suegra quien la animó a perseguir una carrera como escultora, por lo que entró al Mexico City College.
Fue discípula de Germán Cueto y, posteriormente, de Mario Zamora, figuras que marcaron su obra y de las que hizo una síntesis para crear su propio lenguaje, poblado de una gran variedad de animales y de una vuelta a lo prehispánico.
"Era casi abstracta, pero tenía esa parte de figuración, donde ponía toda la cuestión de las mariposas, de los coyotes y, en fin, era una mujer que utilizó mucho la parte de la iconografía prehispánica dentro de su trabajo", señala sobre su obra la escultora Paloma Torres.
Esto mismo era reconocido por Gurría en el 2021, cuando preparaba, a los 92 años, la exposición Escuchar la materia, en la galería Proyectos Monclova.
"Siempre he tenido admiración por la escultura prehispánica, de ahí surgió mi vocación. En muchas obras lo que hice fue recrear y depurar los temas prehispánicos y pasar de lo completamente figurativo a una síntesis que puede acercarse a lo abstracto sin perder su esencia", detalló entonces.
Creadora de un vocabulario personal
Para Pedro Reyes, también escultor interesado en el espacio público, la maestría de Gurría residía en el desarrollo de un vocabulario propio que usaba para cualquier obra.
"Aunque a veces sus temas puedan parecer simples, la belleza de la escultura está en cómo tratas el tema; por ejemplo, algo tan sencillo como puede ser un caracol, o una calavera, o una mariposa, o una nube, en sus manos estos temas lograron obras maestras gracias al gran dominio de la plástica, de la composición, de los materiales, de la técnica", aquilata.
Este talento fue tan evidente desde temprano que basta con señalar que, tan sólo 11 años después de su primera exposición individual en la Galería Diana, en 1959, ya exponía en solitario en el Palacio de Bellas Artes, en 1970.
Este recinto habrá de recibirla de nuevo, según detalló Lucina Jiménez, directora general del INBAL, para un homenaje póstumo y, en 2024, para una gran retrospectiva de su obra.
No obstante, la obra de Gurría ya está plenamente visible para quien desee contemplarla, como ocurre con Señales, obra con la que participó en el importante proyecto escultórico monumental Ruta de la Amistad, creado para las Olimpiadas de 1968.
Ahí, en el trébol vial de Periférico e Insurgentes sur, su obra se muestra en plenitud.
"Yo la ubicaría más en este lado más hacia la abstracción. La parte figurativa tiene que ver muchas veces más con ejercicios, pero me parece que lo más importante de su trabajo es la escultura pública, y cuando está haciendo escultura pública va hacia un lenguaje abstracto que era muy innovador hacia los años 60", añade García.
Reyes destaca también obras como Homenaje a la ceiba, que se encuentra en el hotel Presidente Intercontinental.
"Tenía un estilo personal donde lograba una gran síntesis y en donde también había una transición entre la segunda y la tercera dimensión, por ejemplo, al trabajar con metal", elogia.
"Creo que, trabajando, por ejemplo, con soleras, o placas, o con láminas de metal, que son básicamente bidimensionales, les dotaba de una tridimensionalidad que es, finalmente, un valor escultórico, esa transición entre dimensiones le permitía una gran síntesis, una simplificación de la forma que, si bien las hace reconocibles, también las hace muy modernas", abunda.
Más allá de la monumentalidad
Aunque su fama de escultora monumental ha tomado primacía sobre el resto de la labor de Gurría, su colega Hersúa recuerda otra obra suya en el espacio público que considera particularmente entrañable.
"Ella, como escultora, es excelente, tiene un lugar histórico ya, además de que su obra yo creo que provocó a muchos de los jóvenes a que se dedicaran a la escultura, porque tenía una obra en el Museo de Arte Moderno (MAM) que a los jóvenes les gustaba ir y observar", recuerda.
Se trata de Río Papaloapan, escultura que inaugura el Jardín Escultórico del MAM, recién restaurado y abierto al público, y que da la bienvenida al recinto.
"Un manejo del espacio muy acorde a un dinamismo, que envolvía a los jóvenes, porque era como si fuera un rehilete acostado, pero cada obra que ella hizo tiene una lectura interesante", dice sobre la pieza que recuerda el trayecto caudaloso del agua.
Hersúa, también uno de los escultores de arte público más importantes de México, recuerda también una cualidad que distinguía a Gurría.
"Siempre fue una artista muy honesta, muy auténtica y con mucho talento, aunque era, vamos a decir, recatada, no le gustaba presumir, pero ella es una de las mejores artistas que hemos tenido".
Una artista que debe revalorarse
Para Paloma Torres, su colega, la de Gurría es una obra que merece revalorarse.
"Se le tienen que hacer varios homenajes y grandes revisiones porque tuvo una labor muy destacada", declara.
Es, además, el testimonio de una mujer pionera, que abrió camino para las demás.
"Ella picó piedra frente a todo un mundo de hombres, sobre todo la escultura, que es un trabajo muy físico, ella lo llevó adelante de manera impresionante, además trabajando escultura monumental, de gran formato", conmemora.
Monumental en todos los sentidos, Gurría deja tras de sí una obra, sí, de gran escala, pero también de profunda relevancia histórica.