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Es el empresario en jefe de Brasil

El presidente prioriza al sector privado en detrimento de las políticas sociales para los más desfavorecidos

A lo largo de 2019, el nombre del presidente ultraderechista de Brasil, Jair Bolsonaro, ha resonado por todo el mundo: por negar los incendios en la Amazonia, por callarse ante los abusos contra los derechos humanos en su país o por sus provocaciones a quienes le critican por sus posiciones contra el medio ambiente, la prensa o las minorías.

Es el empresario en jefe de Brasil

Con Leonardo DiCaprio, Emmanuel Macron y Greta Thunberg como blancos de sus invectivas, Bolsonaro ha puesto energía en promocionar insultos, en una narrativa que lo pone en evidencia. Sin embargo, cuando sus interlocutores son empresarios, el mandatario brasileño muestra su cara más amable. “Ustedes son verdaderos héroes”, decía en uno de sus últimos discursos al ecosistema corporativo nacional, al cual ha prometido facilitar la vida para que pueda invertir y prosperar. “Si encuentran algún decreto que les ponga dificultades, vengan a nosotros para que lo cambiemos si es necesario”.

En la batalla entre el desarrollo económico de Brasil y la preocupación global por la preservación de la naturaleza, el mandatario brasileño ha escogido claramente el primer bando: Bolsonaro, de hecho, prácticamente ha gobernado para el sector privado en su primer año, aplicando reformas para facilitar la vida al mundo de los negocios. No está solo: en el Parlamento brasileño, que se estrenó junto con él en enero del año pasado, hay hoy una mayoría de políticos con la vista puesta sobre la economía, tratando de reducir constantemente el papel del Estado e incentivando la acción de las empresas. Ese entendimiento entre Ejecutivo y Legislativo garantizó la aprobación de la tan reclamada reforma de las pensiones, una batalla que parecía perdida hace décadas.

La economía brasileña sale poco a poco de una larga fase de letargo. Se mueve a cuentagotas, sí, pero lo suficiente como para ensayar una recuperación y marcar distancias con la recesión sufrida en 2015 y 2016. En 2019 el crecimiento del país sudamericano rondará el 1%, y este año ya se da por sentado que la expansión superará el 2%: un potente balón de oxígeno para Brasil tras casi un lustro de recesión y crisis política. “Nuestro plan era crecer un 1% este año. Ahora queremos un 2% en 2020, un 3% en 2021 y un 4% en 2022”, aseguraba recientemente el ministro de Economía, Paulo Guedes.

La mano derecha de Bolsonaro para todo lo relacionado con las finanzas tiene una agenda de reformas en mente para el próximo año, entre ellas una tributaria y otra administrativa, dentro de un plan para reducir el laberinto burocrático que sitúa a Brasil en una mala posición en el índice de facilidad para hacer negocios del Banco Mundial. Guedes se prepara, además, para privatizar centenares de empresas estatales, que van desde compañías de tecnología del Gobierno a la compañía de generación de energía (Eletrobras) —esta última, aún pendiente de aprobación del Congreso—. También apura un nuevo marco legal para ampliar las inversiones privadas en saneamiento básico, que promete una entrada de fondos de 155.000 millones de euros hasta 2033, y más fuerza para el sector de infraestructuras, paralizado desde 2014, cuando la operación contra la corrupción Lava Jato alcanzó a las constructoras.

Las empresas se fían de la capacidad del Gobierno Bolsonaro de cumplir sus promesas, después de haber desatado algunos nudos que parecían eternos, como el acuerdo entre la Unión Europea y Mercosur, cerrado a finales de junio. El anuncio de que ambos bloques finalmente habían alcanzado un consenso dejó claro que la apertura de Brasil ya no es una realidad tan distante. 



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