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“Era muy difícil ver que la gente no tenía qué comer”

Trabajadores de un hotel en Acapulco se organizaron desde el inicio de la pandemia para dar alimentos preparados a personas sin empleo

Acapulco.— Hubo días en que Irma no soportó el dolor en los pies y se tiró al piso. No claudicó, simplemente fue para tomar un respiro y seguir.

“Era muy difícil ver que la gente no tenía qué comer”

No faltó ningún día durante los tres meses que funcionó el comedor comunitario (desde abril) que instalaron los trabajadores del hotel Krystal.

En ocasiones llegó con gripa, cansada o con el dolor intenso recurrente en las articulaciones por trabajar desde hace 34 años parada en distintas cocinas.

“Un día la vi en el suelo, era evidente que se sentía mal, que el dolor no lo soportaba, le pedí que se fue a descansar a su casa, pero Irma no se fue, nunca se iba a hasta ver que la comida se terminaba”, recuerda Karina García, quien es la directora comercial del hotel.

Desde el inicio, Irma se impuso que la comida debería estar puntual, a las dos de la tarde. No permitiría que la gente esperara tanto tiempo parada bajo el sol sólo porque en la cocina no lograron organizarse.

Irma sabía que para muchos de sus comensales esa comida iba a ser la única que probarían durante ese día.

A los que llegaban al comedor los conocía, tal vez no de nombre, pero eran los mismos que muchas veces vio vendiendo artesanías, quesadillas, rentando mesas en la playa.

Sabía que al final también era uno de ellos, porque su trabajo también depende de los turistas, aunque esta vez corrió con suerte: su empleo lo conservó, con una reducción en su salario, pero no dejó de recibir ingresos. Sabía de la necesidad porque 80 de sus compañeros eventuales de fin de semana fueron separados.

Irma sabía que no podía quedarse inmóvil y eso hizo: compartió su trabajo y lo poco que tenía con los demás.

Durante abril, mayo y junio, todos los miércoles, jueves y viernes, Irma llegaba a las siete de la mañana a la cocina del hotel para comenzar a preparar la comida.

Necesitaba tiempo suficiente porque muchas veces no tenía todo lo que requería y tenía que ideárselas, incluso improvisar. Fueron jornadas largas, duras.

El comedor comunitario que se instaló afuera del hotel Krystal fue el primero que ofreció alimentos para los que se quedaron sin trabajo en Acapulco. Comenzó el 1 de abril, tres días después de que cerró por la emergencia sanitaria.

Los trabajadores acordaron ayudar a los ambulantes y prestadores de servicios de las playas con los que todos los días se encontraban.

Hicieron la primera cooperación; alcanzó para preparar arroz con frijoles, queso, crema y chiles en vinagre, uno de los platillos más consumido en el Acapulco que está más allá de las playas y los grandes hoteles: el de los acapulqueños.

Los dueños del hotel permitieron a este grupo ocupar la cocina, el gas y la luz para cocinar los alimentos.

Ese miércoles llegaron unas 200 personas. Estiraron la comida para que alcanzara para todos, pero se dieron cuenta de que las aportaciones hechas iban a ser insuficientes.

A los pocos días, al comedor llegaron taxistas, familias completas y muchos de sus compañeros de otros hoteles, hasta que por día comenzaron a servir unas 500 comidas.

“Cuando llegaban menos personas a ayudar me preocupaba: ‘¿Por qué no llegaron?’”, dice Irma. La preocupación era porque 90% de los que ayudaban eran siempre los mismos.

Así que lanzaron la convocatoria Ayudamos a ayudar en redes sociales. Al hotel llegaron profesores, dueños de tortillerías, de pastelerías, otros hoteleros y mucha gente que mostró su solidaridad, pero prefirió mantenerse en el anonimato.

La brigada de ayuda estuvo integrada por 20 trabajadores, casi siempre los mismos. Karina García dice que sintió mucha satisfacción por haber ayudado y, al mismo tiempo, de mucha frustración.

El comedor los puso en primera fila para ver la necesidad, la desesperación de los que se quedaron sin trabajo y sin la posibilidad de llevar algo de comer a sus casas.

Hubo días, recuerdan Karina e Irma, que fueron muy complicados para todo el equipo. Muchos se quebraron: tuvieron ante sus ojos a hombres y mujeres desesperados por llevar algo a sus hijos.

“Era muy difícil ver su impotencia, sobre todo la de los hombres, ver a los adultos mayores que llegaban solos por su comida, pese a que son los más vulnerables en la pandemia. Hubo gente que nos decía que llevaba días sin comer, que sólo tenían en el estómago agua y tortillas”, recuerda Karina.

A ella una familia la marcó. La de Lupita, una niña de nueve años. Todos los días que funcionó el comedor llegó la madre, el padre, Lupita, su hermana y su hermano. Llegaban caminando desde una colonia de la parte alta.

Desde lejos, Lupita corría y, sin importarle las medidas sanitarias, abrazaba a todos los que estaban sirviendo los platos.

“Esa niña no hubo un día que no sonriera, nos abrazaba sin medir el riesgo del contagio, traía un cubrebocas muy frágil, pero la veíamos que desde lejos venía corriendo a abrazarnos, no podíamos hacer otra cosa que recibir el abrazo”, recuerdan.

Muchas veces los abrazos de la niña los obligaban a irse a cambiar, pues tenían que seguir el protocolo. “Ella no dimensionaba el problema, pero veías a sus papás y te dabas cuenta que su situación era muy precaria, que la estaban pasando mal”.

Desde el cierre del comedor no han visto a Lupita. No saben si la familia sigue yendo a otros comedores. “A esa familia en particular le dejamos las puertas abiertas del hotel”, dice.

Ahora Irma y Karina de vez en cuando ven a los que iban a comer por la playa o por las calles. Ellas siempre los vieron detrás de los cubrebocas, los lentes de protección, las mallas para el cabello, ellos tal vez nunca supieron ni sus nombres.

Acapulco depende del turismo y sin visitantes no hay empleos. Con el cierre, miles se quedaron sin trabajo, sin ninguna protección, ni a dónde ir. Los primeros días muchos ambulantes y prestadores de servicios continuaron en las playas y en las calles. Primero protestaron, bloquearon calles para exigir ayuda, después sólo deambulaban sin saber qué hacer.



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