El joven que tocaba el piano (y descuartizó a su novia)
Cuando Javier Méndez subió al podio para recibir su medalla de bronce en la Olimpiada Internacional de Física 2012 se abría un episodio luminoso que no tardaría demasiado en cerrarse. Acabaría poco más de un año después en un pequeño departamento del viejo edificio Juárez de la Unidad Tlatelolco. De cómo un joven de 19 años, deportista, amable, educado, talentoso, se transformó en alguien que no era él y terminó por encajar un cuchillo en un cuerpo sin vida, de eso trata esta historia.-Segunda y última parte-Aunque casi no habla de sus pasadas relaciones afectivas, Carlos ha mostrado una faceta inusual en un tipo tan reservado como él. "Conecta" fácilmente con jóvenes de su edad y aún mayores que él.Se mensajea constantemente y en los textos emplea frases con cierto tono empalagoso: "mi princesa", "mi nena preciosa" o "bebé".Tiene poco tiempo en San Juan, pero pronto entabla una relación con una mujer 10 años mayor que él: Elvia, una muchacha de 30 años que conoció cuando ella acudió a la cafetería Finca Santa Veracruz.Se hacen entonces frecuentes los encuentros con ella, varios de los cuales (unos seis o siete) continúan en su habitación y terminan en la madrugada. La relación no es tan duradera, pero eso no importa tanto porque pronto conoce a una joven con la que le agrada estar. -Bebé, mañana que vengas márcame hasta que te conteste. Estaré dormido, pero quiero verte, mi nena preciosa -le escribe Carlos en su celular.-Ok -responde Nancy antes de que tengan su primer encuentro, luego del cual acuerdan en verse al día siguiente.-Te espero en la entrada de mi casa. Quiero pasarla bien contigo como hoy. Estoy abierto a ver qué pasa con nosotros. El tiempo lo dirá todo. ¿Tú qué dices, bebé? -coquetea Carlos y trata de dejar abierta una puerta.Pero con ella tampoco se produce nada serio, como tampoco ocurre con Fanny ni con Sandra, quien también acostumbra visitarlo en la cafetería y con quien disfruta ir al cine.Nada. Intentos fallidos, pero ninguna se queja de él.* * *Javier tiembla, su cuerpo se sacude. Se encuentra asustado por lo que ha pasado. La desesperación lo inunda. No puede cargar el cuerpo sin vida de Sandra. Ese estilizado cuerpo pesa como una losa. Así que piensa y piensa qué hacer. Se dice a sí mismo que si no puede cargarla, debe separarla. Y se pregunta entonces dónde está su inteligencia, esa que lo hace sentir tan orgulloso. Corre a la cocina, toma un cuchillo de unos 20 centímetros, lo encaja hasta al fondo de la axila y empieza a cortar. Eso se convierte en un sacrificio. Cercena luego una pierna y después la otra. La sangre lo invade todo. El piso se llena de sangre. Se forma un charco enorme. Le da asco y quiere vomitar. No sabe lo que está haciendo. Pierde la proporción de las cosas. El cuerpo de Sandra se ha quedado ya sin extremidades. Anda de nuevo a la cocina, toma unas bolsas negras de plástico para la basura, guarda un brazo en una, otra parte en otra. Sale sigilosamente del departamento 10 con una de las bolsas. No hay gente en la calle. La madrugada lo oculta. Va y deja una de las bolsas en un bote de basura. Regresa y saca una bolsa más. La tira un poco más lejos, en los alrededores de una jardinera de la unidad Tlatelolco. Completa la operación en lugares cercanos a su edificio.La ropa se ha salpicado toda. Sus dos playeras, la de manga larga y la de manga corta, muestran las salpicaduras color rojo oscuro. Él está todo sucio. La de manga larga no tiene remedio y opta por echarla a la basura. Intenta lavar la otra. Se siente sucio, mal. * * *La mañana del 29 de junio, la pareja formada por Virgina Ovalle y Javier Méndez se levanta temprano y decide viajar de Tecámac, estado de México, al DF. Sirve que aprovecharán para almorzar con su hijo Javier, que se ha quedado a dormir en el apartamento que la familia tiene en el edificio Juárez de Tlatelolco. Al llegar, tocan el timbre, pero Javier les pide que lo disculpen, pues está cansado y debe completar los trámites pendientes para obtener la beca que le permitirá ir en unos meses a estudiar a Alemania. Les propone que pasen a la mañana siguiente por él.Así lo hacen. Javier gana unos días de calma. Los pasa en su casa en Tecámac. Nada altera en apariencia la rutina. El calendario se detiene cuando luego de varios días su madre decide ir al departamento de Tlatelolco. Virginia Ovalle desciende del elevador cuando se topa con un equipo de hombres con batas blancas, algunos con cubrebocas, que ocupan el departamento. Van y vienen de un lado a otro. Toman fotos, enfocan los rincones, los muebles. Otros peritos esparcen polvos amarillos en la superficie. No sabe qué ocurre. La fiscal Claudia Cañizo, una mujer con 15 años de trayectoria que se encuentra a cargo de la investigación, ha logrado que un juez le conceda una orden de cateo para entrar al departamento después de que la policía cibernética quebró la contraseña del Facebook de Sandra y descubrió que su última conversación fue con Javier. -¿Qué está pasando? -pregunta doña Virginia.La fiscal Cañizo responde la pregunta y le cuenta por qué del allanamiento: la entera del homicidio y de lo que Javier hizo con el cuerpo de Sandra. Unas horas después suena el teléfono de la casa de Tecámac.-¿Bueno? -contesta Javier. Es su padre. No transmite el tono bonachón de siempre.-¿Qué hiciste que la policía tiene detenida a tu madre y es por culpa tuya?En realidad, la madre de Javier no está detenida. La fiscal Cañizo sólo le está tomando su declaración. Javier balbucea, dice generalidades y acaba la llamada. Toma de la mano a su hermanito Tadeo y sale a toda prisa hacia la casa de una vecina.-¿Le puedo encargar a mi hermanito? Más tarde vendrán mis padres por él -pide Javier.-Claro, mijo. No lo duda. Huye sin más. * * *Sandra Camacho vivía al fondo de un callejón empedrado y con baches, en una zona de riesgo: en Ixtapaluca, Estado de México, territorio en donde ocurre un sistemático homicidio de mujeres desde cuando Enrique Peña Nieto ejercía el poder, que en la actualidad crece con desenfreno. "Hay cosas graves que atender", ha dicho el gobernador Eruviel Ávila en referencia a las más de 600 menores de 20 años que han desaparecido en lo que va de su mandato. Aunque es una amenaza cotidiana en el oriente del Valle de México, las jovencitas salen todos los días. Sandra no era la excepción. -Sus padres eran estrictos con la niña. No la dejaban salir de fiesta -dice una vecina y asegura que su hija y la joven eran amigas.A espaldas de casa de Sandra, se encuentra la calle Camino Real, la misma que dos veces al año es tomada por la mayordomía del pueblo para instalar durante sus fiestas patronales un improvisado hipódromo. La última vez que la vecina vio a Sandra fue precisamente la mañana del 28 de junio de 2013. -La niña pasó por aquí enfrente. Caminaba apresurada con una bolsa en el hombro. "Adiós", me dijo. "Adiós, niña Sandra. Dios me la acompañe, le dije". Luego cruzó aquel lote baldío para irse a tomar el colectivo, pero ya no regresó viva -relata la señora y se pone la mano en la boca antes de arrugar la frente.Los restos de Sandra Camacho yacen en el panteón municipal, donde ante la saturación de cadáveres tuvo que ser sepultada en posición transversal al resto de las criptas, por donde transitan los deudos para visitar a sus difuntos, entre el pie de una y la cabecera de otra."Sandra Camacho Aguilar 1996-2013. El que te hayas ido no significa que nosotros te olvidemos porque parte de ti se queda con nosotros. Siempre te recordaremos con el mismo amor. Recuerdo de tus padres, hermanos, familiares y amigos". Eso se lee en el retablo de su cruz blanca, debajo de la cual han colocado un arreglo floral, al parecer de pocos días, con girasoles y globos plateados en forma de estrella. Un rehilete azul se mueve con el viento. * * *Un año y un mes después del homicidio de Sandra, la fiscal Cañizo se levanta temprano y se despide con prisa de su esposo, un reconocido chef; sale corriendo porque la noche previa ha recibido una llamada a su celular.Apenas se aprecian los primeros rayos de sol cuando cruza la puerta de su oficina en la fiscalía de Cuauhtémoc en DF. Y hace lo de siempre: revisa que las veladoras que acompañan permanentemente un altarcito dedicado a la virgen de Guadalupe estén encendidas. Sobre su escritorio, a la mano, una Biblia entreabierta. Se acomoda el saco y se dirige al cuarto de interrogatorios. Javier la espera sentado. Ahora usa el cabello más corto, pero eso es lo menos importante. En un año se desvaneció la pose de orgulloso campeón con medallas colgándole del pecho. Es otro. Es Javier, pero es otro. Tiene los muslos juntos e inserta sus manos entre las piernas. Sus ojos, inflamados y rojos, reflejan los estragos de las últimas horas. Abatido, su mirada carece de brillo alguno. Las líneas de su rostro están descompuestas, no guardan nada del rostro de aquel joven que despertaba admiración y sabía que el futuro le deparaba sólo cosas buenas.La fiscal Claudia Cañizo mantuvo durante 13 meses, sin soltarlos un momento, los hilos de la investigación. Hizo todo lo que debía hacer, lo que los años de experiencia acumulada le han enseñado para resolver un caso que en la jerga policiaca es considerado de "alto impacto" por lo inusual y el perfil de la víctima: una niña de 17 años cuyo cuerpo aparece descuartizado en botes de basura y jardineras. Prioritario sobre otros asuntos a su cargo, el de Sandra debía ser resuelto obligadamente y no engrosar los expedientes sin culpables. Cuando Claudia Cañizo, una abogada egresada de la Universidad del Valle de México, comenzó a unir los fragmentos, algo la inquietó: el perfil del autor del asesinato no correspondía al que cabía esperar de un feminicida.Cañizo entrevistó a amigos del campeón de física, a sus compañeros de escuela, a miembros del equipo de futbol americano. No encontró, para su sorpresa, rasgos propios de los criminales más crueles y sádicos. Y, sin embargo, Javier sembró a su alrededor fragmentos del cuerpo de Sandra.Lo que ha escuchado de Javier es casi homogéneo: es un joven esforzado, estudioso, amable y educado, respetuoso, con una conducta individual que evita excesos de cualquier tipo. Ese es el Javier que los policías que lo detuvieron encontraron. Ni un tuteo. Ninguna mirada retadora, altanera, muchos menos insultos ni desprecio a la autoridad como suele ocurrir con los asesinos. Yace ahora, sentado, temeroso. Parece un condenado a muerte. Y la fiscal, a sus 38 años, experimenta una extraña empatía hacia el joven que tiene enfrente. No es que dude de que haya acabado con Sandra, sólo que no entiende por qué y cómo un muchacho como él, con sus talentos y características, hizo lo que hizo.Cañizo se halla desconcertada. La vida del muchacho casi se jodió, sin duda. No hay manera alguna de que evite una larga condena, de hasta 60 años en prisión.-¿Tu hermanito es tan inteligente como tú? -pregunta y trata de crear un clima de confianza.-¡No, espero que Tadeo no sea como yo! -responde y se le escapan lágrimas. Su hermano, de siete años, lo veía como un segundo padre. Javier no ha negado en ningún momento los hechos, pero ha insistido en que no sabe qué le ocurrió, por qué lo hizo. Ha llorado, ha pedido que le crean, que no es una mala persona, que no entiende, que no tenía mala intención, que perdió el control. -¿Sabes? A mí me gustaría tener un hijo como tú. Un campeón como tú. Así de inteligente -dice Cañizo con un aire maternal y protector, a pesar de que aún no ha experimentado la maternidad-. Tú sabes lo que es el reclusorio. Ya no eres un niño, Javier. Allí te encontrarás con gente de todo tipo, pero hay muchas actividades que puedes hacer. Estudia y enseña también. Comparte tus conocimientos.-¿De veras puedo hacerlo? -pregunta Javier con actitud casi infantil.-Por supuesto que puedes hacerlo.-Voy a cumplir con todas las reglas que me pongan en el reclusorio. Yo voy a cumplir, ya no voy a dar problemas -dice y pasea su mirada sobre peritos, sicólogos y agentes del ministerio. Javier parece en este momento el joven más frágil y solitario del mundo.Claudia Cañizo y el agente que la acompaña se ven a los ojos y voltean hacia el techo del cuarto de interrogatorios para evitar que se les escapen algunas lágrimas. * * *Son las nueve de la noche del 29 de julio de 2014 y el perito sicólogo se encuentra con Javier en la Fiscalía. Una vez que ha firmado el formato mediante el cual acepta que se le practique una evaluación de personalidad, el joven sorprende a su entrevistador. -Estoy dispuesto a colaborar, a cooperar, tengo incertidumbre de lo que viene en el futuro. Yo no sé por qué hice eso, es que me desconozco en ese momento. Es como si no hubiera sido yo -dice un Javier un poco desaliñado, vestido con la misma camiseta guinda que usaba en la cafetería Finca Santa Veracruz. Parece tenso, pero no es así. Su cuerpo adquiere una postura distinta porque un defecto congénito le impide escuchar en un oído y debe colocarse de una manera particular. De repente presenta cierta dificultad para hablar, pero es producto de lo mismo. Está acostumbrado desde pequeño a que la gente le note su defecto -cuando era chico le realizaron tres operaciones, una de ellas para separar la oreja y otra para hacerle un injerto, pero después ya no quiso, pues estaba harto de los hospitales y él se aceptó como es y ya-, pero no parece afectarle particularmente ahora. Antes sí ocurrió. A los ocho años padeció los peores momentos de bullyng. Los niños a esa edad son crueles. Las burlas lo herían. Su maestra de tercer año de primaria poco podía hacer para evitarlo. Aprendió a lidiar con ello. Está cansado, pero dispuesto a seguir con el estudio, cosa que los peritos prefieren hacer el día siguiente. Y antes de que lo manden a dormir, Javier se dirige al sicólogo y le dice: -Yo quiero saber por qué lo hice. Son las ocho de la mañana del día siguiente y Javier y el sicólogo tienen por delante una larga jornada que incluirá la aplicación de nueve test de personalidad y una entrevista sicológica forense.-¿Por qué estás aquí? -dispara, a quemarropa, el perito.-Estoy aquí por asesinar a Sandra Camacho -responde, llana y directamente. En ese momento, se detiene. Observa que el sicólogo escribe textualmente su respuesta. Ahora él pregunta: -Por qué tiene que escribirlo así de fuerte si yo ya dije lo qué pasó. Que lo pongan así me hace sentir que es algo cruel, esas palabras que dejan ver que lo que hice fue algo malo, de una persona que no soy yo, queme desconozco en lo que hice. No ponga así las cosas.-Si se ponen así es porque tú las mencionaste así y, además, se debe saber su versión de los hechos -replica el sicólogo y Javier prosigue.Javier cuenta los detalles de cómo conoció a Sandra. De su cita en el metro, de la ida al cine, de los besos, de las insinuaciones, de la forma en que la sedujo, de la forma en qué se abrazaron, del tiempo que estuvieron juntos y de cuando volvieron vestidos a la sala. Les cuenta más. Les proporciona detalles y, lacónicamente, dice: "Ahí es cuando comenzó el infierno".* * *Emilio Gonzaga sigue trabajando en la cafetería Finca Santa Veracruz. No pudo decir nada cuando su cuñado le reveló que su amigo Carlos, al que se había encariñado en poco tiempo, en realidad se llamaba Javier Méndez Ovalle y era buscado por el asesinato y descuartizamiento de una joven de 17 años. Don José Bocanegra, el gerente del lugar, se ha quedado afligido. Aún no lo puede creer.Los empleados de Liverpool se enteraron apenas de la verdadera identidad del muchacho que hacía más llevaderas las ventas de instrumentos musicales. Cuando lo supieron, se les descompuso el semblante.Javier se encuentra en el Reclusorio Norte, en espera de que el juez que lleva su proceso dicte sentencia. Aunque uno nunca sabe, no hay manera de que conozca lo que Wystan Hugh Auden, el poeta británico, decía: "El asesinato es lo único que elimina a la persona que hiere, de modo que la sociedad debe ocupar el lugar de la víctima y exigir en su nombre la expiración o conceder el perdón". Javier no podrá ver a su hermano Tadeo en muchos años. Y quizá, como ya lo ha hecho en varias ocasiones, le gustaría decirle al oído una de las frases de la canción Brain Damage, de Pink Floyd: "Hay alguien en mi cabeza, pero no soy yo".
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