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El hundimiento del ‘Kursk’ acabó con la libertad de prensa en Rusia

Un drama dirigido por el danés Thomas Vinterberg revisa el desastre del submarino ruso, ataúd para 118 marineros y la primera gran crisis de Vladímir Putin como presidente

"Listos para disparar torpedos". Esa fue la última comunicación que envió el submarino nuclear Kursk el sábado 12 de agosto de 2000, el orgullo de la Flota Septentrional rusa. La nave formaba parte de las habituales maniobras de verano de la Armada, y siguió navegando silenciosamente, a profundidad de periscopio, indetectable incluso para los más sofisticados métodos de espionaje estadounidense. Hora y media más tarde, a las 11.28, la proa del submarino reventó mientras el comandante Gennady Lyachin, capitán del Kursk, remataba la geometría final del disparo: un torpedo HTP en mal estado explotó. En tan solo 135 segundos el Kursk se hundió a 106 metros de profundidad en el mar de Barents. Y cuando tocó el fondo, llegó la segunda explosión, provocada por ese choque y por el aumento de temperatura del resto de los torpedos. Fue 250 veces más fuerte que la primera, alimentada por las bombas y el combustible, y originó un seísmo de 3,5 en la escala Richter. La parte delantera del Kursk quedó destrozada y la mayor parte de los 118 hombres que navegaban en su interior fallecieron en ese momento.

El hundimiento del ‘Kursk’ acabó con la libertad de prensa en Rusia

Vinterberg se ha alejado muchísimo de su habitual radio de acción: desde que se hizo popular con su dogma Celebración (1998), su cine ha estado centrado en dramas muy humanos (Querida Wendy, La caza, La comuna), con alguna incursión en la adaptación literaria (Lejos del mundanal ruido). "Me extraña que te extrañe", responde entre risas en la promoción en Madrid del filme. "No deja de ser otro drama humano de gente luchando por su vida". El danés no rehúye ninguna pregunta, y su película provoca varias. El proyecto nació alrededor del actor belga Matthias Schoenaerts, que encarna al alter ego —se han cambiado los nombres— del oficial Dimitri Kolesnikov, líder de los supervivientes y autor de unas notas que identificaron a los 23 marinos que lucharon por su existencia unos días más. "Matthias me llamó, yo acepté, y a partir de ahí elaboré el reparto", cuenta el director. Por eso no hay actores rusos, sino centroeuropeos, para lograr un inglés neutro, el idioma que se habla en el filme. Incluso se entonan canciones marinas británicas, lo que distancia al espectador de los personajes. Tampoco rodaron en Rusia, "aunque al inicio se planteó una posible coproducción franco-rusa", y eso provoca la gran cuestión que enturbia la historia fílmica: ¿por qué no sale el entonces -ahora- presidente Vladímir Putin?

Hay que volver a agosto de 2000 para entender lo que significó la tragedia del Kursk en la vida política de Putin. El desastre ocurrió dentro de los primeros 100 días de su primer mandato, y el presidente siguió de vacaciones hasta semana y media después del hundimiento. Bien porque no tuvo agilidad política, bien porque los mandos militares no le transmitieron la información adecuada, Putin no llegó hasta la península de Kola hasta el 22 de agosto. Y allí tuvo que aguantar los ataques verbales de las familias de las víctimas en una tensísima reunión. Pero su nombre no se escucha en pantalla. ¿Nada que ver con la posible coproducción ni su estreno -ya tiene distribuidor- en Rusia? "No, es una elección puramente artística. Y la realicé yo, porque no quería ver a un imitador de Putin en mi historia. Mi filme no es un documental, se inspira en hechos reales, pero es que no sabemos lo que pasó exactamente. Ni siquiera cuánto conocía Putin del tema durante los primeros días". La película también fantasea con el tiempo que lograron vivir esos 23 marinos y con que se comunicaran con el exterior, gracias al sistema estándar de los rusos: cuatro golpes en cuatro tandas cada hora o al contactar, para diferenciarlo de cualquier sonido accidental. Moore, en su fantástico volumen, apunta por los restos y las autopsias, que cuando el primer submarino de rescate ruso llegó a la escotilla de popa por donde podrían haber salido, ya estaban muertos. "En la película jugamos con otros elementos, cierto", concede Vinterberg. También relativiza mucho la importancia noruega en las labores de rescate y de la colaboración privada en el mismo. Todo se reduce a un enfrentamiento con aroma a guerra fría.

En cambio, Kursk acierta en la reconstrucción de la vida en el interior del sumergible y en las tensiones entre los viejos modos soviéticos -aunque el país ya fuera Rusia- de maquillaje de la verdad y la necesidad de un rápida coordinación entre Occidente y Rusia para un posible rescate. "Es irónico que los submarinos de rescate soviéticos que podían haber llegado al Kursk los hubiesen vendido las autoridades a empresas estadounidenses para que turistas ricos visitaran los restos del Titanic. Refleja el final de un imperio", subraya el cineasta. Además, "las autoridades rusas decidieron no aceptar la ayuda internacional para proteger secretos navales y su orgullo, y fue una decisión fatídica". También queda claro que la pequeña puerta a la esperanza de una Rusia libre quedó ahogada -según coinciden Moore y Vinterberg- en aquel agosto de 2000. "Allí murió la libertad de prensa en ese país", dicen ambos. El danés se explica: "Hemos mostrado la primera famosa rueda de prensa, el viernes 18 de agosto, entre el almirantazgo ruso y los familiares que les acusaron de ocultar información. Llegaron a sedar delante de las cámaras a una madre que protestaba. Fue un momento simbólico, ya que desde ese momento el Gobierno nunca más dejó fluir libre cualquier tipo de información. Y aún hoy siguen siendo asesinados periodistas rusos".




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