Noticias

‘El Chapo’ y yo

–Tercera y última parte– LA LLEGADA DE SEAN PENN Pasó algún tiempo hasta que volvieron a contactarme. Estaba estupefacta. ¿Cómo podían acercarse cuando todo el mundo estaba buscándolos? El señor quería que yo siguiera adelante con el proyecto. Me comuniqué con los productores inmediatamente.
  • Por: KATE DEL CASTILLO/Proceso
  • 16 / Marzo / 2016 -
  • COMPARTIR
‘El Chapo’ y yo

 Las circunstancias habían cambiado. Uno de ellos me dijo que Sean Penn quería sentarse a platicar conmigo. En ese instante comencé a investigar sobre él, no como actor, sino como filántropo, como activista, como ser humano. Es un hombre consciente de lo que pasa en el mundo y realmente ha hecho algo para mejorarlo. Acepté.

"Yo seguía temblando por dentro, su mano en mi brazo me sirvió para no desvanecerme. Él siguió hablando; me dejó claro que yo dormiría en la cama que estaba separada de las otras dos por un biombo, para mi privacidad’.  

Nos vimos en un hotel en Santa Mónica, California. Era el 22 de septiembre, y el productor ya estaba ahí. A los pocos minutos llegó Sean, en jeans y una chamarra tipo James Dean. Les advertí que yo no tenía mucho tiempo, ya que ese día recibiría la ciudadanía estadunidense. Sean paseaba su mirada profunda, penetrante; mejor aún, limpia, transparente. Al menos eso sentí. Su cabello, completamente canoso y abundante, su cara con marcas de experiencia, me dieron total tranquilidad. Confianza absoluta.

Me sorprendió su manera de dirigirse a mí, cordial pero al grano. Lo que los dos queríamos era hacerle preguntas al Sr. Guzmán, conocer su historia para poder documentar, discutir el proyecto y, finalmente, reforzar las palabras de mi tuit “trafiquemos con amor…”.

Me disculpé con Sean y el productor y me fui a recibir mi ciudadanía. Le llamé a mi papá para comentarle los sentimientos encontrados que tenía en ese momento, no de mi plática con Sean precisamente, sino acerca de convertirme en ciudadana americana. Fue un debate emocional dentro de mí pero pensé que, votando en Estados Unidos, puedo ayudar más a mis paisanos inmigrantes que, como yo, buscan mejores oportunidades de vida y que, con el dolor que eso conlleva, tienen que salir de nuestro país.

Viajé a Guadalajara el 25 de septiembre a celebrar el cumpleaños de un gran amigo. Antes de ir, avisé a los abogados del Sr. Guzmán de mi viaje, pues quería preguntarles en persona si era posible agendar una reunión con el señor. Los vi en el restaurante del hotel donde me hospedé con mis amigos. Los abogados y yo nos pusimos de acuerdo en cómo me iba a comunicar con Joaquín Guzmán: por chat.

No lo podía creer: entablé comunicación con el hombre más buscado del mundo en ese momento. Las manos me temblaban, sudaba, no podía expresarme bien. Así es como planeamos nuestro encuentro. Le dije que me acompañarían los productores –quienes financiarían el proyecto– y Sean Penn, un famoso actor de Hollywood. Con Sean a bordo, tendría más credibilidad. Aceptó. Contacté a mis tres acompañantes y les pregunté si de verdad estarían dispuestos a que nos reuniéramos con él.

Joaquín Guzmán Loera vive horas extras, consideré. Para él, mientras más pronto nos juntemos, mejor. Así es que hice arreglos entre nosotros cuatro y su gente; sería un viaje fuera de la ficción de las películas que Sean, los productores y yo estábamos acostumbrados a realizar. Me quedó claro que es verdad que entre actores hay una conexión y un lenguaje mudo entre miradas. Un periplo sin regreso, no podíamos echarnos para atrás, ya era demasiado tarde, era un hecho.

El viaje fue organizado y pagado por mí, si bien tiempo después Sean me dio una parte del dinero que costó. Lo pensé como una inversión para el proyecto, el cual podría ser una película, pero también un documental, un libro, etc. Tenía en mis hombros un peso gigante. Estaríamos visitando al prófugo número uno, gracias a la confianza que depositó en mí. ¡¡¡¡Qué presión tan cabrona!!!!

CARA A CARA

El día anterior a nuestro viaje, Sean estuvo en mi casa para ultimar detalles. Yo tenía un par de invitados y el maravilloso mariachi Los Reyes, que me acompaña cuando la nostalgia por México me gana. Sean y yo nos tomamos una foto con ellos.

Me preparé para la partida. Llena de preguntas y temores, pero también decidida y fuerte, no estaba sola.

Fue el 2 de octubre del año 2015. Fui la primera en llegar al hangar en la ciudad de Van Nuys, California. El vuelo estaba programado para las 8 de la mañana. Calurosa mañana. Me pregunté si mis tres compañeros llegarían o, tal vez, habían decidido no arriesgarse a última hora. Yo traía puestos unos jeans negros, botas, una tank-top negra, una chamarra gris y mi cinturón de la Virgen de Guadalupe, así me sentí más protegida. Le preparé a Joaquín Guzmán un itaKate con una de mis películas (La misma luna); otra de Sean Penn (21 gramos) dirigida por el mexicano que nos ha hecho sentir tan orgullosos recientemente, Alejandro González Iñárritu; mi tequila; el libro que escribí hace tiempo, Tuya, y un libro de poemas de Jaime Sabines. ¿Por qué? No sé. Siento que en el fondo quise tocar su corazón, quise tal vez sensibilizarlo con poesía y cine.

Así que mientras esperaba a mis acompañantes, revisé todo. Mandé mensajes de texto a los tres, asegurándome de que tenían la dirección correcta del hangar. Sentada en la sala de espera, se sentó frente a mí un hombre que me saludó como si me conociera, y se ofreció a servirme café. Lo miré con desconfianza, ¿sabría algo? Tal vez era de la DEA, o tal vez un infiltrado del gobierno americano que nos sabotearía el viaje. Muy amablemente acepté el café para ver si, mediante su comportamiento, podía descubrir su verdadera identidad. No lo logré. Paranoia.

Al fin llegaron mis compañeros, con una sonrisa. Respiré. Siempre respiro y me tranquilizo, pero esta vez no ocurrió así. Los tres me saludaron con un fuerte y significativo abrazo. Estaba por demás decir algo. Nuestras miradas estaban ajenas a todo lo que pasaba alrededor. Entendimiento entre camaradas, todos de diferente nacionalidad, por cierto: Sean, estadunidense nacido en Los Ángeles, surfer de las playas de Malibú, California; yo, mexicana y ahora también americana, que había dejado mi país para seguir mi sueño como actriz; los productores… bueno, de ellos mejor no hablo, diré que son simplemente productores exitosos de Hollywood que me ayudarían a financiar el proyecto. Me sentí completa y protegida.

Subimos al avión autofinanciado, me persigné y volamos al viaje más cabrón que jamás haya realizado, por lo menos despierta. 

Siempre dudaré si lo soñé o realmente lo viví. En el avión se platicó muy poco. Al aterrizar nos esperaba una camioneta del hotel. Y al llegar ahí nos encontramos con uno de los abogados del Sr. Guzmán, quien nos pidió que, como medida de seguridad y para que no supiéramos a dónde íbamos, dejáramos nuestros teléfonos y cualquier otro aparato electrónico que trajéramos. No nos sorprendió.

A los pocos minutos nos recogieron un auto y dos camionetas de seguridad. Fue dentro del automóvil que nos enteramos que quien manejaba era nada más ni nada menos que uno de los hijos de Joaquín Guzmán. Después de aproximadamente una hora llegamos a un lugar donde nos esperaban dos avionetas.

Volamos cerca de dos horas y media. Mis colegas y yo le preguntamos al hijo del Sr. Guzmán si no nos vendarían los ojos, a lo que contestó: “¿Dónde está la confianza? Además, si los dejáramos aquí, ¿sabrían dónde están?”. La respuesta era no. La avioneta se movía demasiado, volábamos bajo. Sean se llevó un par de mis uñas clavadas en su brazo. Recordé que traía mi tequila, sin dudar le di un buen trago y lo compartí con mis acompañantes para amenguar los nervios de la turbulencia. Aterrizamos.

Un par de pick-ups ya nos esperaban. Viajamos alrededor de siete horas, entre la selva. No habíamos comido. 

Al llegar al lugar donde sería el encuentro me abrieron la puerta del copiloto y nuestro anfitrión me recibió con un abrazo. Deduje que era él porque me llamó “amiga”, ya que ni tiempo tuve de ver su cara en ese momento. Cuando finalmente le vi el rostro no lo podía creer, en verdad era él. Ya era de noche. De ahí en adelante no pude quitar mi mirada del hombre que había escapado por segunda vez de un penal de máxima seguridad. Tampoco quería ver mucho alrededor. “Mientras menos sepa, mejor”, pensé.

Nos esperaba una cena muy mexicana. A pesar de llevar tantas horas sin comer, el hambre se me quitó por completo. Yo traducía simultáneamente entre Sean y el Sr. Guzmán, muy concentrada en no cambiar palabras o ideas. Dentro de las muchas cosas que se hablaron, Sean preguntó al Sr. Guzmán si podía escribir un artículo para la revista Rolling Stone, lo cual me sorprendió totalmente. Yo no tenía conocimiento alguno de esto. También le preguntó si era posible tomarnos una foto para verificar nuestro encuentro, y él accedió. Cuando nos colocamos en un espacio donde había una pared blanca, vi por primera vez un arma; yo nunca vi hombres armados mientras estuve ahí.

Después de varias horas de plática, el tequila tuvo sus efectos en mí, los cuales no pasaron inadvertidos por nuestro anfitrión, quien me dijo que sería mejor que me fuera a dormir. Yo estuve de acuerdo. El Sr. Guzmán dijo que él me acompañaría. Hubo una pausa en la mesa, mis acompañantes me vieron con preocupación.

El Sr. Guzmán respetuosamente jaló mi silla y me acompañó. Caminamos por un pasillo, él me tomó del brazo. El corazón me latía a una velocidad que no sabía que era posible. En ese corredor, mientras caminaba llevada del brazo de Joaquín Guzmán Loera, no sé de dónde me salió valor para hablar. Pensé que si le molestaba lo que estaba por decirle, tal vez ésas serían mis últimas palabras: “Amigo, no se te olvide lo que te pedí en mi tuit, tú puedes hacer el bien, eres un hombre poderoso”. Él me veía con esa mirada penetrante que me atravesaba el cráneo; muy atento me siguió escuchando, continué con voz firme: “Y nuestro proyecto también va a servir para resarcir de alguna forma a las víctimas del crimen organizado, amigo, ¿cómo ves?”.

Tal vez mi voz estaba firme, pero todo por dentro me temblaba, me sentía una nada. Su mirada –que no me había quitado de encima– se clavó aún más en la mía. Miniinfarto, me quería morir. Segundos que me parecieron eternos, hasta que me contestó: “Amiga, tienes un gran corazón, eso me parece muy bien”. Yo seguía temblando por dentro, su mano en mi brazo me sirvió para no desvanecerme. El siguió hablando; me dejó claro que yo dormiría en la cama que estaba separada de las otras dos por un biombo, para mi privacidad. Después agregó que ya no lo vería, que él nunca duerme donde sus invitados por seguridad de éstos. Me abrazó y me agradeció haberle dado unas horas de felicidad. Y se fue.

No sé cómo caminé hasta el biombo, que me sirvió de bastón. Me acosté completamente vestida, pensando que si había que correr estaría lista; también por pudor, siendo la única mujer ahí. Cansada, con la presión del encuentro y los efectos del tequila, con todo y mi insomnio, me dormí.

Creo que una hora después nos despertó el abogado y emprendimos el viaje de regreso. Una tormenta se avecinaba, por lo cual no pudimos tomar las avionetas que nos habían llevado. Me pidieron que yo manejara de regreso y así lo hice. Llovía fuertemente. Después de varias horas de camino, llegamos por fin al hotel a bañarnos y recoger nuestras cosas. 

En el avión de regreso a Los Ángeles íbamos sólo Sean y yo, ya que los productores viajarían a diferentes destinos. La verdadera pesadilla la viví después del viaje. A partir de entonces, me pregunté: ¿Los productores, Sean y yo tendremos una historia que nos unirá para siempre? No lo sé. Y eso NO define quién soy. Gracias a Dios.


DEJA TU COMENTARIO
EL MAÑANA RECOMIENDA