Aves en santuario viven bajo amenaza en BC

Desde hace 40 años, la doctora Enriqueta Velarde llegó a la Isla Rasa, ubicada en el Mar de Cortés, para investigar a las aves marinas que habitan en ese pequeño pedazo de tierra de 57 hectáreas cuadradas. Desde estudiante entró a ese sitio mágico y ya no pudo salir. Se convirtió en su vida.
Cada año, con estudiantes y voluntarios, arriba a la estación biológica y establece el material de trabajo, los paneles solares y provisiones para permanecer ahí desde abril hasta junio, la temporada de anidación de las aves.
Con el paso del tiempo, la bióloga de la Universidad Veracruzana y su equipo han anillado a miles de ejemplares para individualizarlos; observaron su conducta, cómo pescan y el alimento que consumen. Luego, en los años 90, notaron un descenso en el número de nidos.
Para aclarar las causas, Velarde formó un equipo multidisciplinario junto al doctor Exequiel Ezcurra, un ecólogo y botánico especializado en zonas áridas, que actualmente se desempeña como profesor en la Universidad de California, en Riverside. Ambos revisaron las correlaciones entre las aves adultas, los polluelos, el clima y la disponibilidad de su principal alimento: la sardina.
Descubrieron que el fenómeno atmosférico de "El Niño", que aumenta la temperatura del mar, provocaba escasez de sardinas, afectando a la cadena trófica. Este pez pelágico menor, como la macarela y la anchoveta, requiere surgencias o corrientes de agua fría procedentes del fondo marino que contienen nutrientes (plancton), explica su análisis "Seabird ecology, El Niño anomalies, and prediction of sardine fisheries in the Gulf of California" (2004).
Emigración centenaria
A partir del nuevo milenio, no obstante, la sobreexplotación de la industria sardinera "sinergizó" el descenso en las poblaciones, y con ello afectó a la de aves como la gaviota ploma y el charrán elegante, así como de mamíferos marinos que han emigrado al Golfo de California durante cientos de años para alimentarse de este pez.
El costo es alto: cada año arriban más de 500 mil aves marinas en busca de la sardina, rica en grasas, pero encuentran la competencia de una flota industrial cuya producción, en promedio anual, equivale a 20 veces el Estadio Azteca (533 mil toneladas, según cifras oficiales), y que en 75% es transformada en harina para el sector ganadero y, recientemente, la acuacultura y la maricultura.
La industria está subsidiada y al menos entre 2010 y 2017 recibió 257 millones de pesos del gobierno federal, como reportó ayer EL UNIVERSAL. Sin embargo, se han ignorado no sólo las consecuencias ambientales, sino el impacto en la pesca artesanal y deportiva, igual que en el turismo local.
En 1964, la Isla Rasa fue declarada por las autoridades como zona de reserva natural y refugio de aves, por ser su espacio de reproducción. El charrán elegante llega desde las costas de Chile y la gaviota ploma de Canadá, recorriendo miles de kilómetros. "En la isla se concentra 95% de la población de estas aves, que equivale a medio millón de individuos", dice Ezcurra.
Para estudiarlas, los científicos montan una especie de corral enmallado y las atrapan a las seis semanas de vida para anillarlas. Con ello monitorean su éxito reproductivo: número de nidos y huevos, polluelos sobrevivientes y seguimiento durante la crianza. En una década han anillado 36 mil ejemplares.
"Las hemos podido seguir a través de toda su vida. Las más viejas que hemos registrado son de 28 años", destaca.
Cada vez que llegan a Isla Rasa, las aves se sumergen en el agua para percibir la temperatura, la profundidad de las surgencias y la densidad de los cardúmenes de sardinas.
"Sienten la cantidad que hay y las condiciones oceanográficas, ¡quién sabe qué algoritmo tienen en la cabeza, pero toman la decisión acertada. Si el año es malo, se van!", enfatiza el ambientalista, quien ha desarrollado un importante trabajo interdisciplinario.
La condición corporal de los padres influye en el tamaño de la anidación, el emplumamiento y la reproducción. Por ejemplo, las gaviotas plomas y los charranes elegantes tienen por cada nido dos crías y una sobrevive en promedio. Pero si las condiciones son adversas, abandonan a los huevos y polluelos, debido a que en las hambrunas tienen así más posibilidades de sobrevivir, detalla la investigación "Effects of parental age and food availability on the reproductive success of Heermans Gulls in the Gulf of California" de 2009.
A esta situación se sumó que en 1988-1989 la industria sobreexplotó el recurso y que en los años posteriores vino un largo declive en la población de sardina, indica el reporte "El colapso de la pesquería de sardina en el Golfo de California", de la iniciativa dataMares.
"Hay un efecto notorio del esfuerzo pesquero del año anterior. Como pescaron demasiados adultos, el siguiente desove es menor y por lo tanto no se generan tantas crías y disminuyen las capturas de las aves", explica Velarde.
La iniciativa Números Naturales de la Scripps Institution of Oceanography, en San Diego, asienta que cada ave consume unas 20 sardinas (cada una de unos 120 gramos), lo que significa que medio millón requiere 60 toneladas diarias. Sin embargo, la flota sardinera puede pescar 3 mil toneladas en una sola noche.
Según estudios como "Warm oceanographic anomalies and fishing pressure drive seabird nesting north" (2015), "los pulsos de migración" son provocados por las variaciones de la temperatura del mar y la sobreexplotación de la sardina. En los últimos 18 años, los charranes y unas pocas gaviotas cambiaron su conducta y empezaron a emigrar. Primero de "manera tímida" y ahora "masiva", rumbo a la Bahía de San Diego, el puerto de Los Ángeles, Dana Point y Long Beach, en California, donde la pesca de sardina está regulada.
Ezcurra apunta que desde el año 2000 buscaron una "alternativa de anidamiento" y ahora se establecen en escenarios postindustriales, rodeados de contenedores y barcos. Además, sufren una crisis demográfica por la disminución de crías en los años anteriores. "La tasa de nacimiento decayó mucho", advierte Velarde.
En el caso del charrán, se registraron unos 300 mil, de los cuales sólo 30 mil emigraron a California en 2012. "Representa el 10% de lo que anida en México, del 90% restante no sabemos qué ocurrió. Y de la gaviota ploma no se sabe prácticamente, si acaso que hay dos o tres nidos por ahí", comenta.
"No solo se afecta a las aves de Isla Rasa, sino a todas las demás de la región y a otros animales como ballenas, delfines, lobos marinos y muchas especies de peces", agrega Velarde. En el Golfo de California también habitan aves como el pelícano pardo, el bobo pata azul y café, la fragata magnífica, el cormorán orejudo y brandt; las gaviotas reidora, pata amarilla y pico anillado; el charrán real, el achichilque pico, el paiño mínimo, el zambullidor orejudo y las pardelas pata y mexicana.
Velarde y Ezcurra han compartido a la industria sus conclusiones, que sostienen que las aves pueden predecir el éxito de las temporadas de pesca comercial, como asegura su investigación "Seabird diet predicts following-season comercial catch of Gulf of California Pacific Sardine and Northern Anchovy" (2014), pero también el impacto del abuso: "Hay una relación circular en la cual la captura del año anterior incide en la dieta de las aves y la dieta predice qué tanto puede capturar ese año. Desde 1999 sabemos con certeza que el efecto de la pesca es importante", resalta Ezcurra.
Segundo hogar
Hace unas semanas, Enriqueta Velarde regresó de su visita número 40 a Isla Rasa, que considera su segundo hogar. Observó cambios y el número cada vez menor de aves marinas. En su andar por esta región de mar y tierra árida, ha sido testigo del cortejo de las ballenas jorobadas y su lancha ha sido seguida por delfines. Para ella, el extenso Golfo de California siempre será un lugar mágico e impredecible, donde nunca se sabe qué sorpresa puede ocurrir.
Con Ezcurra, advierte que si no se actúa, tarde o temprano se agravará la situación y los daños serán irreversibles para todos.
