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Arte para retratar (y enjuiciar) la caída del imperio azteca

Una nueva exposición en el Museo Nacional de Arte en México invita a un viaje por los distintos relatos que el arte ha construido de la conquista y la caída del imperio mexica hace 500 años

A principios de los años cuarenta, en medio de la segunda guerra mundial, un grupo de intelectuales le pidió al famoso artista mexicano José Clemente Orozco hacer un mural exaltando la figura del colonizador español Hernán Cortés. La respuesta fue no. “Al problema de la conquista de México hay que acercarse con verdadero espíritu crítico, con respeto y serenidad”, dijo Orozco. Pocos años después, en 1946, tendría una oportunidad más de retomar la idea de ilustrar la conquista cuando se desenterraron en México los restos óseos de Cortés, y darle la seriedad que prometía. Pero el muralista decidió acercarse el tema con una excepcional serie de cuadros que no están retratando ni a Cortés, ni a los líderes mexicas Moctezuma o Cuauhtémoc, ni la caída de la capital Tenochtitlan. Sus cuadros retratan el horror de lo que ocurrió hace medio milenio. El desmembrado se llama una de las obras, con piroxilina sobre madera, en el que lo que queda de la conquista no son sus protagonistas sino un impactante grupo de huesos sobre un fondo rojo.

Arte para retratar (y enjuiciar) la caída del imperio azteca

En la exposición hay protagonistas cuya narración en 500 años cambió radicalmente, pero otros cuyo mito fundacional se mantuvo más o menos estable. “Cuauhtémoc siempre ha sido vislumbrado desde el siglo XIX como el estoico, el heroico, el último  tlatoani que resistió a la tortura de los españoles para no decir dónde se encontraban los tesoros de Moctezuma”, dice el curador. Con el tiempo, añade, “se generó una especie de aura a través del personaje que se consolida incluso en libros de texto para niños en los años 60?. La exposición tiene a Cuauhtémoc en todas sus formas plásticas –esculturas, cuadros, dibujos para niños– pero una de los más impresionantes, por su tamaño, es  El suplicio de Cuauhtémoc, de Leandro Izaguirre y hecho en 1892, donde el  tlatoani parece un superhéroe de Marvel: aguanta valiente y con mirada desafiante ser torturado con un intenso fuego bajo sus pies, sin siquiera hacer una mueca. En otra versión de este momento de la historia, pero hecha seis décadas después por el muralista David Alfaro Siqueiros, la cara estoica y firme de Cuauhtémoc se mantiene ante la horrible tortura.

“El cambio más drástico se da con la Malintzin”, dice el Caliz, el curador. “Creo que ella es de los personajes que afortunadamente tuvo una reivindicación con el tiempo, y ahora se habla de la importancia de su papel en la historia”. La exposición tiene las distintas versiones de la que fue traductora de los conquistadores, y quien durante mucho tiempo fue vista más como una traidora de su pueblo que como una mujer esclava que no podía escapar al poder absoluto de Hernán Cortés. Un primer óleo a la entrada de la exposición de 1889,  La visita de Cortés a Moctezuma de Juan Ortega, la muestra pequeña y casi escondiéndose detrás de la espalda de Cortés. En cambio un óleo de 2019 hecho por el artista mexicano Daniel Lezama y titulado  Cortés y  Malinche  en Centla la pone en el centro del cuadro, desafiante y segura frente al conquistador español, y rodeada de otras mujeres esclavizadas durante la conquista. La mujer que el conquistador Bernal Díaz del Castillo una vez describió como “de buen parecer y entremetida y desenvuelta” encontró en el siglo XXI, y en esta exposición, una segunda oportunidad en las artes plásticas.

Pero quizás la figura más interesante en la exposición es la de Moctezuma. Si Cuauhtémoc fue en la historia el valiente y digno frente a los colonizadores españoles, Moctezuma fue –por las primeras crónicas de los españoles hechas por Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo– retratado como un indeciso, un supersticioso, un gran miedoso. Uno de los cuadros coloniales más viejos en la exposición del Munal es de finales del siglo XVII,  El Monarca Montesvma de autor anónimo, donde el emperador mexica está vestido de oro pero con la mirada baja y su mano izquierda en el corazón. Una mirada mucho más humilde que la que aparece en el siglo XIX, en el periodo post-independencia mexicana, en el que la representación de Moctezuma vuelve a recuperar poco a poco una postura desafiante. En  La visita de Cortés a Moctezuma, este último se ve firme y glorioso, dos escalones por encima del colonizador español. “En esta exposición se puede ver muy bien cómo, para legitimar la idea de un estado-nación, se construyen en el arte figuras así en el siglo XIX”, dice Caliz Manjarrez.

La exposición termina con un par de obras recientes, como afiches hechos por el colectivo  Gran Om que han decorado las calles de México este año de conmemoraciones (“500 años de inicio de la resistencia”, se lee uno de estos), o un grupo de fotos en blanco y negro de 1989 hechas por el artista chicano Robert C. Buitrón y tituladas La Leyenda de Iztaccíhuatl y Popocatépetl. En estas fotos un hombre y una mujer visitan lugares privados o públicos como si fueran un guerrero y una princesa azteca. El artista cuestiona así algo muy complejo para quienes buscan recordar lo que ocurrió hace 500 años: ¿cómo se carga con esta historia colonial en la vida diaria? En una de las fotos, la pareja azteca perdida en el siglo XXI hace autostop junto a una carretera esperando que algún carro les dé un aventón para llegar a su destino. El hombre lleva un cartel con el nombre del lugar al que esperan llegar: Tenochtitlan. Un camino que, después de 500 años, no es fácil de hacer. Pero muchos artistas plásticos siguen intentando hacer el viaje.



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