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12 jóvenes terroristas en la corriente más clandestina del salafismo

La secta Takfir Wal Hijra captó a los doce jóvenes de la célula

Los doce jóvenes que integraban la célula terrorista que protagonizó los atentados en Barcelona fueron radicalizados por la secta Takfir Wal Hijra (Anatema y Exilio), la corriente más clandestina y secreta del salafismo, el denominado club del odio, según afirman a EL PAÍS fuentes de la lucha antiterrorista.

12 jóvenes terroristas en la corriente más clandestina del salafismo

La principal característica de los takfir es que rompen las reglas sagradas de otras corrientes yihadistas. Y lo hacen para evitar ser detectados. Visten ropa occidental, calzan deportivas, beben alcohol, consumen drogas, escuchan música (la flauta del diablo para otros islamistas), bailan, ven la televisión, van con mujeres y consumen cerdo. Huyen como la peste de las túnicas cortas, las que dejan al aire los tobillos en señal de pureza, o de las barbas y largas perillas.

Todo lo prohibido para el resto, todos los “vicios” occidentales están autorizados para ellos en favor del ocultamiento y la clandestinidad. El “pecado” en favor de la yihad. Así escaparon los doce jóvenes del radar de todos los servicios de información e inteligencia. Se volvieron “invisibles” porque, al contrario que en miembros de otras células, salieron del camino recto para mimetizarse en el paisaje donde soñaban con atacar.

“Eso explicaría por qué ni el imán, ni ninguno de los doce integrantes de la célula mostrara nunca ningún signo externo de radicalismo, por qué mantuvieron sus costumbres sin llamar la atención de nadie”, afirma un mando policial. “Es una conducta que dificulta mucho nuestra labor y la de los confidentes que nos ayudan a detectar a jóvenes dispuestos a la radicalización”, añade un agente operativo de las Fuerzas de Seguridad.

Abdelbaky es Satty, el imán muerto en la explosión en el chalet de Alcanar, el tipo que soñó con inmolarse con un chaleco de explosivos, era un excelente simulador.

La presencia del movimiento Takfir Wal Hijra en España no es nueva. Informes del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) fechados en 2007 alertaron del crecimiento de esta corriente y de la apertura de seis pequeñas mezquitas, cuatro en Barcelona y dos en Valencia, dirigidas por takfiris. Sus imanes eran marroquíes y argelinos, tipos con perfiles y actitudes idénticas a la del imán de Ripoll, un tipo discreto que jamás pronunció la palabra yihad desde el púlpito, ni levantó sospechas entre sus fieles y vecinos.

Un informe de la Comisaría General de Información de la Policía, fechado el 19 de abril de 2008, advirtió un año después de la presencia de takfiris en España. El documento analizaba la oleada de atentados suicidas en Argel y Casablanca, y destacaba el aumento de la polarización social y radicalización de “una parte” de la comunidad musulmana.

“Una sociedad fuertemente reislamizada y la globalización de la yihad favorecen que en España se haya venido detectando una nueva amenaza de la mano de grupos territoriales aislados e integrados por jóvenes islamistas definidos como de segunda generación”, destacaba el documento confidencial. Y añadía que esa nueva camada de potenciales terroristas seguía la corriente takfir, de la que, según los autores del informe, eran seguidores algunos de los principales protagonistas del 11-M.

Los analistas de este Cuerpo policial, el más activo desde el punto de vista operativo en la lucha contra el terrorismo islamista, describían así la evolución de esta corriente: “Su apuesta por la permisividad de actividades delictivas, su autoexclusión como únicos garantes del islam correcto y su odio y rechazo al resto de los musulmanes considerados corruptos o apóstatas hacen que se haya transformado en el caldo de cultivo idóneo para las juventudes desarraigadas de musulmanes en Occidente”.

Abdelbaky es Satty, el imán muerto en la explosión en el chalet de Alcanar, el tipo que soñó con inmolarse con un chaleco de explosivos, era un excelente simulador. Engañó a casi todos en su papel de hombre discreto que predicaba la paz. Porque los takfiris suelen huir de las mezquitas y sus miembros acostumbran a rezar en el monte bajo la luz de la luna. Eso explicaría, en opinión de las fuentes antiterroristas consultadas, que se reuniera con los jóvenes en una furgoneta.

El presunto dirigente de la célula no tenía antecedentes por terrorismo islamista ni despertó las sospechas de nadie, salvo cuando viajó a Vilvoorde, una de las cunas del yihadismo en Bélgica, y se ofreció a trabajar en una mezquita. Le pidieron que mostrara sus antecedentes penales y declinó hacerlo, lo que levantó las sospechas de las autoridades locales. Había estado cuatro años en la cárcel por tráfico de drogas. Su único fallo, el único error de una persona que ha seguido las pautas de los takfires, simulando ser un hombre bueno, y las ha inoculado a todos los miembros de la célula.

Fátima Mohand Abdelkader, una joven melillense vecina de la Cañada de Hidum, el barrio más deprimido de la ciudad, estuvo dentro del club del odio. En 2009 reveló a EL PAÍS sus vivencias con los takfiris que le obligaron a vestir un burka, ponerse guantes hasta los codos y no mirar a los ojos de un hombre que no fuera su padre. Tuvo que colgar en un armario sus camisetas y minifaldas.

“Solo se ponían chilabas cuando rezaban en el monte a escondidas. Deberían usarlas, pero vestían al revés. Un día les pregunté: Nos pedís que nos pongamos el burka y vosotros vestís como queréis. Y me respondieron: ’Lo hacemos para que no nos sigan la pista, para que la policía no se fije en nosotros". Cuando Fátima se disponía a abandonar la secta sus miembros asesinaron a su novio y esta dejó el grupo y denunció su experiencia. Años después, la joven regresó al grupo y se casó con un barbudo con el que ha tenido varios hijos.

LA SECTA DE LOS ASESINOS DE EL SADAT Y DEL 11-S

La secta Takfir Wal Hijra (Anatema y Exilio) está implantada en España. Informes del Centro Nacional de Inteligencia aseguran que esta secta, nacida en Egipto en 1969, ya contaba en 2009 con, al menos, ocho mezquitas, cinco en Barcelona, dos en Valencia y una en Melilla. En la mayoría de los casos no son templos tradicionales ni ornamentales, sino humildes viviendas acondicionadas como lugares de culto para garantizar la principal obsesión de sus miembros: la clandestinidad. Sus imanes son marroquíes y argelinos. Mohamed Atta, el jefe de los suicidas del 11-S, así como los principales autores del 11-M eran takfiris, según han revelado sus familiares, amigos y varios confidentes de la policía.

El movimiento takfir fue inspirado por Shukri Mustafá, un ingeniero agrícola que propagó un anatema contra los musulmanes "renegados" que no comulgaban con sus ideas radicales sobre el islam. En 1978 fue ejecutado bajo la acusación de instigar el asesinato de Mohamed al Dhahabi, ministro egipcio de Asuntos Religiosos. La muerte del fundador de este movimiento provocó el victimismo de sus seguidores, entonces más de 5.000 personas, que salieron de sus ciudades y se refugiaron en los montes. Allí renegaban de la modernidad e intentaban regresar a la vida rural. Los asesinos de Anuar el Sadat, presidente egipcio muerto en 1981, eran takfiris. Este y otros ataques propagaron sus ideas por Europa y el norte de África.

En los años noventa, el Grupo Islámico Armado (GIA), un movimiento argelino, les dio su apoyo. El Grupo Salafista para la Predicación y el Combate, sucesor del GIA y hoy reconvertido en Al Qaeda en el Magreb, los acoge en su seno. Meses antes del 11-S los takfiris criticaron a Osama Bin Laden por apoyar a los talibanes que reclamaban el reconocimiento de la ONU. Para los takfiris, la ONU es un organismo enemigo. El jefe de Al Qaeda pidió ayuda a Omar Mahmud Othman, Abu Qutada, un clérigo palestino residente en Londres, el principal referente de los salafistas en Europa, y éste escribió una fetua en su apoyo. El principal vivero de los takfiris en Europa está en la delincuencia, según expertos de los servicios secretos franceses. La delincuencia está permitida en el restringido club takfir si es para la yihad.




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