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Herida en la imaginación

En la nueva novela, ‘Limpia’, la escritora Alia Trabucco Zerán aborda “incómodamente” los abismos que existen entre una empleada doméstica y la familia de clase alta para la que trabaja

A media mañana de un lunes de verano, Alia Trabucco Zerán (Santiago de Chile, 1983) debería haber estado en una oficina cualquiera del Poder Judicial como abogada de un caso de derechos humanos, probablemente. Investigando, litigando, preparando escritos.

La escritora Alia Trabucco, en su casa de Santiago de Chile a mediados de enero.Herida en la imaginación

Pero la chilena decidió hace algunos años doblar su destino al terminar la Facultad de Derecho y enviar al demonio “el lenguaje de la ley”, como lo llama, que califica de “áspero, jerárquico y, sobre todo, blindado”. Arrancó como una búsqueda lateral, pero luego el camino se hizo evidente. “Empezó a angustiarme el contraste: la felicidad cuando me sentaba a escribir ficción, la infelicidad cuando era una querella; la angustia cuando iba a tribunales, la alegría del taller”.

La literatura fue su antídoto. Lo cuenta en una cafetería que no tiene nada que ver con los juzgados chilenos: amplia, luminosa y colorida.

Es la zona donde Trabucco vive, en el municipio de Ñuñoa, en Santiago de Chile, uno de los lugares de la capital donde todavía se respira la vida de barrio, aunque los edificios modernos ocupan hoy el lugar de las casonas de mediados del siglo XX. Pequeño comercio, niños en la plaza aprovechando las vacaciones de verano, gente en bicicleta, restaurantes discretos, vecinos de toda la vida.

Poco antes, al entrar en Filomena —así se llama la cafetería donde nos ha convocado—, a Trabucco se la ve sonriendo y con paso rápido, aunque llega muy puntual. Abraza cálidamente para saludar, pedirá apenas una botella de agua con gas y lo que vendrá será una charla amable y grata, que contrasta con su respuesta cuando se le pregunta por lo mejor que se ha dicho de Limpia, que se publica en España el 26 de enero.

“Que es una novela incómoda. Para mí eso es un gran elogio”, dice una de las voces más contundentes de la literatura chilena actual.

“Que es una novela incómoda. Para mí eso es un gran elogio”

“A veces me pasa que siento mayor cercanía con la generación anterior, la que nació en los setenta”

Autora de la novela La resta y del ensayo Las homicidas, por el que ganó en 2022 el British Academy Book Prize por el entendimiento entre culturas, en Limpia aborda “incómodamente” la vida de una asistenta y los siete años que pasa trabajando para una familia de clase alta de Santiago de Chile.

Una pareja de cuarenta y tantos años inundada de trabajo, ciertamente infeliz, cuya hija pequeña morirá, como se anuncia en las primeras líneas del libro. Deliciosamente angustiante, adictiva, la novela retrata mundos cotidianos que pueden llegar a volverse una tormenta para los débiles.

  • “El contraste de clase que se retrata en la novela no es exclusivo de Chile, pero sin duda está muy presente aquí. Hace décadas circulan estudios que indican que mi país tiene una de las peores distribuciones de riqueza de la región. Y eso genera abismos.

La historia de Limpia, de algún modo, narra ese abismo desde una mirada particular, la de la protagonista, Estela”. La narración de la trabajadora interpela constantemente.

“A diferencia de otras voces literarias de personajes populares, su voz genera un tropiezo en el lector. ¿Puede una trabajadora de casa particular usar esas palabras o es acaso inverosímil? ¿Y quién determina qué palabras son apropiadas o inapropiadas?

Esas preguntas, más reflexivas, están de algún modo en la novela”, dice Trabucco sobre un libro que tardó cuatro años en escribir.

En él, como en el resto de su obra, existe una mirada profundamente política (y no solo porque en las páginas finales aparezcan imágenes del estallido social chileno de 2019, un hito que ha marcado definitivamente a Chile y su devenir).

Trabucco no cree en las categorías de gente nacida en la misma época (“a veces me pasa que siento mayor cercanía biográfica con la generación anterior, los nacidos en los setenta”), pero forma parte de los nacidos en los primeros años de la década de los ochenta, en la dictadura de Pinochet.

Gente que alcanza a guardar recuerdos de esa época oscura y conserva marcas que no se disolverán con el paso del tiempo.

Trata de escabullirse cuando se la consulta sobre episodios de su vida que ayuden a comprender su obra, porque piensa que es “la suma de gestos y de palabras lo que de maneras inesperadas termina incidiendo”. Hasta que, finalmente, responde:

“Nacer en dictadura y ser hija de padres que sufrieron sus consecuencias —mi papá en su propio cuerpo, al haber estado preso y torturado — me dejó una herida o tal vez le infligió una herida a mi imaginación.

Y esa herida quedó como una amenaza de que en cualquier momento hay un abismo, una caída, un frío, y de ahí creo que proviene una inquietud que me lleva hacia ciertos materiales en la escritura”.

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La escritora Alia Trabucco, en su casa de Santiago. 

Es hija de una conocida pareja chilena de intelectuales de izquierda: Sergio Trabucco, cineasta, y Faride Zerán, periodista.

La suya fue una infancia confusa —como suele ser la infancia, reflexiona —, “pero con el añadido de ser consciente, muy precozmente, de la existencia de una violencia avasalladora que estaba ahí, latente. Es algo que te marca, cómo no, en un tiempo donde supuestamente prima la inocencia”, recuerda sobre el régimen.

Era la época en que las fantasías infantiles la llevaban a convertirse de adulta en una abogada especialista en derechos humanos, para llevar a Pinochet al banquillo, pero donde el refugio estaba en las letras.

La autora dice que tuvo “la fortuna” de que los libros formaran parte de su vida desde la niñez y que, luego, la escritura se asomara como un juego, “como algo parecido a dibujar”. “Una letra junto a otra, probar colores, armar una palabra, poco más que eso”. Diarios de vida secretos que alguna vez fueron descubiertos por una prima suya que se burla y que la hacen entender que la escritura forma parte fundamental de su vida a los 10 años. Luego, de adulta, ha vuelto a los diarios cuando se ha sentido “francamente perdida o confundida o abrumada”.

Esta conversación, confiesa Trabucco, la ha hecho pensar sobre la vida privada y la obra. No le gustan las redes sociales ni le gusta la exhibición, porque prefiere resguardar su privacidad.

Se considera reservada, incluso algo tímida en ciertos espacios. Pero, sobre todo, prefiere hablar a través de sus obras, “para que los libros sean leídos como tales y que la autora no tenga que estar empujándolos ni explicándolos locamente”. En el fondo, una preocupación vital en una carrera literaria exitosa, que recién comienza: “No quiero perder libertad en mi escritura ni que nada la condicione”, dice la autora.

“Nunca me siento con una intención pedagógica a escribir. La ficción trabaja en grietas, en zonas grises”

Reconoce la influencia de su compatriota Lina Meruane, su amiga y profesora en el máster de Escritura Creativa de la Universidad de Nueva York, que la apoyó mientras escribía su primera novela. “Su prosa tiene un ritmo increíble, es muy lúcida e inesperada”, dice sobre la autora de Sangre en el ojo.

Nombra a los chilenos Carlos Droguett, Manuel Rojas, Diamela Eltit, y autoras teóricas como Julieta Kirkwood y Nelly Richard. A Herta Müller (“me gusta por el desafío y porque el trabajo que da la lectura deriva en un placer enorme: una frase maravillosa o una idea honda, a veces más filosófica o lírica, que deja su huella”), a Maggie Nelson (“me gusta esa libertad de escribir lo que le da la gana y me siento bastante identificada con eso”) y a Kafka, Faulkner y Woolf, a los que vuelve siempre.

Dice que aprende de otras escritoras latinoamericanas: “Sara Gallardo ha sido un hallazgo y sigo a contemporáneas magníficas como Cristina Rivera Garza y Fernanda Melchor con gran admiración”.

Tras la Facultad de Derecho y después de “alimentar el espíritu con serrín, como dijo Kafka”, comenzó a trabajar como abogada en derechos humanos, a llevar casos de violencia política en otros países y en Chile, pero emocionalmente no lo soportó. “Me causaba un dolor enorme, una indignación que me nublaba. No era la persona apropiada.

Así que ya en ese momento me refugié en la lectura. Leía frenéticamente, dormía poco; cada libro era un descubrimiento y me alejaba más de ese dolor del mundo del derecho”.

En esa etapa de joven abogada trabajó por la diversidad sexual y el feminismo, mientras participaba en talleres literarios con escritoras como la chilena Alejandra Costamagna, con la que hizo un curso de cuentos.



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