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Una clase política que se desborda, invade y destruye

¿Por qué hay tanta preocupación de que la Suprema Corte de Justicia pueda perder su independencia? ¿Qué acaso no se diseñó un mecanismo de selección de los ministros que preserve a la Corte de intereses partidistas? Pues sí, pero sólo funciona si cada parte hace el papel que le corresponde. Y eso es exactamente lo que parece que no está ocurriendo.

¿Por qué hay tanta preocupación de que la Suprema Corte de Justicia pueda perder su independencia? ¿Qué acaso no se diseñó un mecanismo de selección de los ministros que preserve a la Corte de intereses partidistas? Pues sí, pero sólo funciona si cada parte hace el papel que le corresponde. Y eso es exactamente lo que parece que no está ocurriendo. 

Desde hace unas semanas se suman las voces que le piden al Presidente que envié al Senado ternas (son dos las vacantes) compuestas por jueces de carrera, prestigiados investigadores en temas jurídicos o abogados de renombre. No debería hacer falta hacer esas peticiones porque si el presidente mandara una terna con tres amigos o familiares suyos (los requisitos mínimos los superan muchos abogados) el Senado se encargaría de rechazarla al no darle la mayoría de dos terceras partes que se necesitan y que ningún partido tiene por sí sólo. 

Una clase política que se desborda, invade y destruye

El problema es que ese mismo impulso, sin duda encomiable, que llevó a las dirigencias del PAN y del PRD a negociar y acordar con el equipo de Peña Nieto el famoso Pacto por México, ha degenerado en una clase política que ya no tiene ni acepta límites. 

Los creadores del Pacto querían acabar con el poder de los poderes fácticos (sindicatos, empresas, grupos criminales) que aprovechaban la división de la clase política y la polarización que se vivía para frenar cualquier iniciativa que les pusiera límites. No se podía acabar con los regímenes especiales en materia de impuestos ni enfrentar cacicazgos corruptos ni imponer reglas de competencia a favor de los consumidores porque los cabilderos impedían las mayorías, ofreciendo apoyos, dinero, futuro político u obstáculos para los adversarios. Los partidos estaban inmersos en un enfrentamiento irreductible y los grupos de intereses se aprovechaban. Los firmantes del Pacto lo han dicho: se sentían impotentes. El Pacto acabó con eso, y qué bueno, porque la negociación es indispensable en la política. 

La alianza que se forjó en esos meses le dio al gobierno la posibilidad de enfrentar a esos poderes e imponerles nuevas reglas. Sometió a muchos intereses particulares en aras de un interés general definido por la alianza de los tres partidos más importantes. De eso se trata la democracia. El problema es que luego las dirigencias del PAN y del PRD no supieron, o no pudieron regresar a jugar el papel que les corresponde: el de opositores. ¿Por qué? Sólo hay hipótesis: ¿Que el gobierno amansó a los dirigentes de la oposición con apoyos y prebendas personales? ¿Por los apoyos concretos que les dio para que se mantuvieran al frente de sus partidos cuando fueron desafiados por sus críticos internos? ¿Por qué la sensación de poder los mareó? ¿Por qué a todos les gustó el poder que les dio su alianza? 

En cualquier caso la oposición se desdibujó. Y es eso lo que hoy hace posible que el presidente mande una terna marcada para que gane un político cercano a él y le entregue la otra a quién defina el PAN en el entendido de que los senadores de ambos partidos votaran por ambas ternas logrando la mayoría requerida. 

En este escenario terrible y realista nadie defiende a la Corte, ni tiene en mente el futuro del máximo órgano del poder judicial. Pasamos de un clase política impotente y sometida a los poderes fácticos a una clase política empoderada que hace prevalecer sus intereses comunes (a los políticos) frente al interés general y que sin límites se desborda, invade y destruye las instituciones básicas (INE, IFAI, Banco de México y SCJ) para que exista un México democrático.