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Rudo y cursi

Los debates presidenciales de los Estados Unidos han dejado mucho a deber, no han tenido la tersura y la elegancia que se espera de un encuentro de titanes

Los debates presidenciales de los Estados Unidos han dejado mucho a deber, no han tenido la tersura y la elegancia que se espera de un encuentro de titanes; se han quedado en la periferia destacando lo banal y chabacano, sin entrar en los temas torales que a todos interesan. Aun así, es notoria la desventaja de Donaldo Trump, que se portó rudo y cursi, con ínfulas de matón del viejo oeste y no como un experto en política moderna.

Es claro que busca las simpatías de quienes están resentidos con el sistema y pretenden un cambio de políticas públicas que mejoren sus condiciones de vida; pero, no dentro del juego de los equilibrios del poder, sino en contra de quienes consideran responsables. No busca avenirse a las reglas del juego y por ello, descarta a priori los resultados de la elección del próximo martes 8 de noviembre. Con eso, se atreve a correr graves riesgos.

Rudo y cursi

Lo mismo puede resultar que sus simpatizantes, en caso de no ganar las elecciones, se pongan en movimiento con una serie de actividades que puedan afectar los resultados de los esfuerzos que están haciendo la presidente de la Fed, Janet Yellen, y otros actores importantes de la política y de la economía. En un país en que se ha recrudecido la violencia por causas de odio racial, prender la hoguera de la animosidad y la antipatía resulta muy peligros.

Para llevar a cabo ese tipo de tareas se necesita de personajes con otro carácter, cuya autoridad dimane fundamentalmente en el ejemplo de virtudes cívicas hondamente arraigadas en su actuar cotidiano, que hayan cruzado el pantano sin mancharse por convicción propia, no porque hubo algo que lo impidiera. En los casos en que se lucha contra el sistema, debe partirse de una experiencia propia de respeto absoluto a la ley y el orden.

En el caso, no se da, porque Trump infringió los cánones de la ética cuando buscó los recovecos de la ley para no pagar impuestos y la evadir obligaciones que son inherentes al quehacer ciudadano. Pudo no cometer un delito, pero no cumplió con los mandatos de las disposiciones legales contenidas en la normatividad vigente. Eso, también lo hace un peligro para la sociedad norteamericana, fundamentada en los principios del derecho.

Dejar en manos de una persona que ha hecho de su vida una permanente oportunidad de lucro el enorme poder de la supremacía norteamericana, además de peligros es insensato por cuanto carece de sentido y de responsabilidad social. Como se ha visto en las días previos: es una persona visceral, impredecible, que no tiene límites en su afán de apilar dominio sobre otros. Como no tiene sentido político ni control de sus impulsos, no hay nada que garantice que no vaya a iniciar la Tercera Guerra Mundial que significa indudablemente el fin de la humanidad, porque no habrá de quedar piedra sobre piedra.

Donald Trump no busca ganar la presidencia para hacer política, sino para ejercer el gran poderío de los Estados Unidos, como ha hecho con su imperio económico a partir de los descuidos de los ciudadanos que se sienten protegidos por el Estado y que no están preparados ni alertas para defenderse de la ley del más fuerte, como en el salvaje oeste. Aprovecha la frustración y el desencanto que existe actualmente por la política.

Pero, no ofrece una alternativa racional, que se fundamente en los consensos y las negociaciones; busca la imposición de criterios personales en la toma de las decisiones colectivas, como lo hacía en sus programas televisión en los que hizo gala del abuso y la arrogancia para dar una imagen de todopoderoso. Tan arraigada tiene esta costumbre, que no ha podido borrar de su rosto el ceño fruncido ni el tono de sorna al dirigirse a otros.

Sigue siendo un ‘show men’, un entretenedor que no divierte sino que asusta con poses y palabras irreflexivas. Los 240 años de la democracia que ha vivido el vecino país con sus altibajos, son nada frente a una amenaza que puede llevar al mundo a la hecatombe.

Otros, antes que Trump han hecho retroceder el avance de la civilización humana, desde Atila hasta Hitler, pasando por Franco, Mussolini, Idi Amin y demás sátrapas brutales.