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Los tesoros perdidos

El 7 de junio se cumplirán 20 años de que México y los mexicanos, especialmente los norestenses, fueron despojados de uno de sus grandes lujos

El 7 de junio se cumplirán 20 años de que México y los mexicanos, especialmente los norestenses, fueron despojados de uno de sus grandes lujos, un lujo tan grande que los acercaba a las grandes poblaciones europeas. Claro, no era para todos; pero, cuando menos permitía una comunicación fluida y permanente de la ciudad capital con la capital de estos rumbos de la geografía nacional.

El Regiomontano era uno de los trenes de pasajeros más importantes del país, tan importante que tenía derecho de vía en todo su trayecto; no podía haber nada ni nadie que interrumpiera su marcha sobre los rieles de acero, de tal suerte que pudiera cumplir, rigorosamente, con su horario de 15 horas, exactas, de Monterrey a México y viceversa. No era un tren cualquiera, era un tren con tres tipos de servicio, Pulman, dormitorios con litera y dormitorios como los de un gran hotel.

Los tesoros perdidos

Contaba, además, con un coche comedor, un bar, un salón de juegos y para fumar, y, desde luego, servicio de punto. Quienes tenían algún asunto que ventilar en la Ciudad de México y los que no, podían tomar el tren en la ciudad de Monterrey, previa reservación, que muchas veces llegó a rebasar los 30 días, aunque, como siempre sucede en este país, era posible comprar un boleto de un día para otro, previa  untada de mano al boletero. El viaje era cómodo, tan cómodo que luego de una juerga en el bar, el pasajero, después de la efervescencia de una sal de uvas Picot, podía ir a ventilar los negocios que tenía, o los que no tuviera, que estar en la gran capital ya es ganancia.

El tren salía a las 6 de la tarde, tanto de México como de Monterrey, y llegaba a su destino a las nueve de la mañana. La hora de los sagrados alimentos, tanto la cena como el almuerzo, era anunciada por un garrotero que hacía sonar un triángulo de acero con una varilla del mismo. Ya en la estación del ferrocarril, el que almorzó, almorzó; el que no, pues, no; porque el servicio cerraba.

Como sucede con el único ferrocarril de pasajeros que aún existe en México, El Chepe, que recorre la sierra Tarahumara, el Regiomontano era un gran atractivo turístico, que se complementaba con la vía rápida que recorría la frontera, de Matamoros a Monterey. Casi siempre había pasajeros que se montaban al tren por puro placer, nomás para hacer el recorrido, arrullados por el traca-traca de los durmientes (quién sabe si fueron bautizados así por su efecto narcótico). Ya por allá, o por acá, pues, aprovechaban para cualquier cosa; que siempre tiene el hombre algo que se le ocurra.

Pero, siempre el pero, un mal día, luego de que el Diablo se subiera en el Regiomontano: “Ante esa situación y en preparación para el cambio, entre 1991 y 1994 los FNM establecen un Programa de Cambio Estructural. En 1995 se reforma el cuarto párrafo del Artículo 28 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Con esa modificación los ferrocarriles dejaron de ser área estratégica en manos exclusivas del Estado, para permitir la participación social y privada en dicha actividad. Después de analizar diferentes alternativas de apertura al sector privado, la SCT tomó la decisión de adoptar el modelo de segmentación regional de la red, para ser operada por empresas privadas integradas verticalmente. Las licitaciones constituyeron la parte más compleja y prolongada del proceso. Las concesiones se otorgaron en primera instancia a empresas públicas regionales, en las que se subdividió Ferrocarriles Nacionales de México, expresamente constituidas, para luego vender las acciones representativas de las mismas a la empresa privada que ofreciera la mayor contraprestación para el Estado. El patrimonio a licitar estuvo formado por el título de concesión para prestar servicio público de transporte ferroviario, y las locomotoras, equipo de arrastre y bienes necesarios para la operación. De acuerdo a la Ley Reglamentaria del Servicio Ferroviario, el Estado debe mantener en todo momento el dominio sobre las vías generales de comunicación, (pos si, pa´areglarlas). Por esa razón la infraestructura y el derecho de vía se reintegraran a la Nación en buen estado operativo al término de las concesiones”. Ese es el mejor chiste desde la venta de Telmex y Pemex, contado por el presidente que ya, estando en funciones, era empleado de la empresa ferroviaria norteamericana Kansas City Southern.

El Regiomontano lo compró la Kansas City Southern de México, que dijo que mejoraría el servicio y recortar los tiempos de recorrido; que, como ha sucedido con todas la privatizaciones, es mentira, pura mentira como las que los aborígenes han venido aguantando (tan indios, los pobrecitos).