Editoriales > ANÁLISIS

La avaricia

El servicio público es un gran privilegio, es la puerta de acceso a la gloria. Quien sirve con acierto y eficacia a sus semejantes, no morirá nunca; sus acciones quedarán grabadas en la memoria colectiva y se insertarán en las páginas de la historia, como ha ocurrido con el padre Hidalgo, con Juárez y Madero, Tiempos hubo en que México provocó asombro e interés en el mundo por su larga era de paz, estabilidad y progreso.

El servicio público es un gran privilegio, es la puerta de acceso a la gloria. Quien sirve con acierto y eficacia a sus semejantes, no morirá nunca; sus acciones quedarán grabadas en la memoria colectiva y se insertarán en las páginas de la historia, como ha ocurrido con el padre Hidalgo, con Juárez y Madero, Tiempos hubo en que México provocó asombro e interés en el mundo por su larga era de paz, estabilidad y progreso.

La Revolución Mexicana, la primera revolución social del siglo XX, dio a México y al mundo la constitución política más avanzada y más humanista, fundamentada en la piedra angular del sistema político mexicano: la justicia social, que no es otra cosa que el sano equilibrio entre los factores de la producción: capital y trabajo. Durante la mayor parte del siglo ido, no había ricos tan ricos ni pobres muriendo de hambre, como ahora.

El último presidente revolucionario, el gran presidente don Gustavo Díaz Ordaz, al que han buscado denigrar los jilgueros del capitalismo salvaje, dio un colosal aliento al desarrollo económico de México mediante un plan agrario integral, la industrialización cabal, obras de irrigación (construyó 107 grandes presas). Creó la Siderúrgica Lázaro Cárdenas-las Truchas, el metro en la ciudad de México. Dio el voto a los jóvenes de 18 años y promulgó una nueva Ley del Trabajo para mejorar la situación de los obreros.

En el plano internacional, logró la firma del Tratado de Tlatelolco que prohíbe las armas nucleares en la América Latina, impidió la formación de una fuerza multinacional para invadir Cuba y promovió en la Organización de las Naciones Unidas el reconocimiento del principio de la Libre Autodeterminación de los Pueblos. Organizó con mucho éxito las Olimpiadas de 1968 y la Campeonato de Mundial de Futbol de 1970. Dejó una deuda externa menor de 12 % del PIB, con grandes inversiones en la industria petrolera. 

Pero, en mala hora llegaron los ‘políticos’ educados en las universidades del extranjero, para actuar como caballos de Troya y entregar al país y a los paisanos, en bandeja de plata, a los intereses de la plutocracia que domina al planeta y no tiene miramiento alguno por el ser humano y su hábitat, el planeta Tierra. Miguel de la Madrid y Carlos Salinas son economistas educados en Harvard. En sus mandatos se fortaleció la corrupción de José López Portillo y se extendió a los sistemas electoral y de seguridad.

Desde entonces, el ejercicio de la política es la vía más fácil y cómoda para hacer dinero en cantidades superlativas, sin ninguna responsabilidad. Políticos y funcionarios roban a manos llenas y no hay formas de llamarlos a cuentas porque están protegidos por la inmunidad constitucional, que antes se llamaba fuero; un grueso zarape de impunidad.

Y junto a los políticos rateros, los empresarios voraces que aprovechan el lavado de coco mediático para atesorar fortunas que ni siquiera ellos son capaces de imaginar. En los días que corren se ha armado un tremendo escándalo por una casa de siete millones de dólares; pero, nadie se asombró de que un individuo que no ha creado ni inventado nada, se haya embolsado, en un año, 22 mil millones de dólares; o que el gobierno haya condonado casi tres mil millones de pesos a Televisa, utilizando argucias legaloides.

La oligarquía plutocrática que han formado los 16 mexicanos multimillonarios en dólares y el gobierno, son como una potente aspiradora que chupa la riqueza que se produce mediante el esfuerzo de los trabajadores, a los que se pagan salarios miserables de 67.29 pesos por una extenuante jornada de ocho horas y se reprime si quieren comer. 

Seguramente que ninguno de ellos sabe de la historia del faraón egipcio que, poco antes de morir, reconoció la banalidad de la acumulación de grandes tesoros y pidió que en su cortejo fúnebre sus deudos arrojaran monedas de oro a la multitud para compensarlos por las penurias que causó su avaricia; penurias que no se comparan con el hambre, el frío y el abandono que sufren los aborígenes, a los que se ha quitado hasta la esperanza.