Editoriales > INDICADOR POLÍTICO

Castro ante su propia historia

(Columna publicada en 2003 y hoy se ajusta a la muerte de Fidel Castro)

Si la historia se le presentaba a Marx dos veces y una como tragedia y otra como comedia, el veterano dirigente cubano Fidel Castro habría pasado de la desdicha a la farsa. El líder fogoso que en 1953 utilizó toda la retórica democrática para defenderse por el ataque al cuartel Moncada ahora podría ser simbólicamente fusilado por los mismos argumentos que no pudieron esgrimir los ejecutados recientemente o los disidentes encarcelados por la policía castrista.

Al terminar su largo alegato hace justamente 50 años, Castro se inmoló en el altar de la Historia. Defendiéndose a sí mismo y dándose por condenado, Castro concluyó su discurso con las palabras proféticas; “¡condenadme, no importa, la Historia me absolverá!” Sin las facilidades de defensa que tuvo, víctimas del autoritarismo del Estado castrista y hundidos en la desgracia, los fusilados y condenados este año por Castro podrían parodiar: “¡fusiladnos y condenadnos, no importa, la Historia nos absolverá!”

Castro ante su propia historia

Como le ocurre a todos los demagogos o dictadores que toman el poder en nombre de ideales pero lo ejercen para congraciarse consigo mismos, usualmente caen víctimas de su propia charlatanería. En su defensa de 1953 y para ilustrar la dictadura de Batista, Castro se refirió a la Cuba anterior a Batista: “había una vez una república, tenía su constitución, sus leyes, sus libertades; presidente, Congreso, tribunales, todo el mundo podía reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El gobierno no satisfacía al pueblo pero el pueblo podía cambiarlo”. “Existía una opinión pública respetada y acatada y todos los problemas deinterés colectivo eran discutidos libremente. Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de televisión, actos públicos, y en el pueblo palpitaba el entusiasmo”.

Tan dado a combatir la literatura purista a favor de la literatura de contenido y los cubanos ortodoxos contrarios a Jorge Luis Borges, resulta que las ruedas de la historia han convertido a Castro no en protagonista de las novelas de aventura del estalinismo ruso sino en personaje justamente de Borges. En su cuento “Pierre Menard, autor del Quijote”, Borges hace un juego sugerente: Menard escribiendo el Quijote y no Cervantes. Para Borges, párrafos textuales escritos en épocas diferentes y por Cervantes y Menard tenían lecturas diferentes por el contexto histórico.

Lo mismo le ha pasado a Castro. Su párrafo de 1953 trasladado a la boca de alguno de los disidentes fusilados o encarcelados --pero que no tuvieron la oportunidad de defenderse como sí la tuvo Castro en 1953-- en el 2003 tendría una lectura diferente: “había una vez una república, tenía su constitución, sus leyes, sus libertades; presidente, Congreso, tribunales, todo el mundo podía reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El gobierno no satisfacía al pueblo pero el pueblo podía cambiarlo”. “Existía una opinión pública respetada y acatada y todos los problemas deinterés colectivo eran discutidos libremente. Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de televisión, actos públicos, y en el pueblo palpitaba el entusiasmo”.

El mismo párrafo en dos escenarios distintos y con dos protagonistas diferentes daría lecturas diversas por el contexto histórico.

El mejor y más severo juicio contra un gobierno puede hacerse en función de sus metas y sus resultados. Castro combatió la dictadura de Batista no para instaurar un régimen de socialismo autoritario de Estado o una nueva dictadura, sino para recuperar las libertades y el funcionamiento de una democracia representativa. Si el castrismo derivó al socialismo por culpa del acoso de EU después del intento de invasión en Bahía de Cochinos, el pueblo cubano que apoyó el derrocamiento de una dictadura acabó siendo prisionero de otra dictadura.

LA RESISTENCIA, LEGÍTIMA

Como personaje borgiano, Castro podría ser enjuiciado con sus propias palabras de 1953 sólo que ahora colocadas en boca de los cubanos fusilados o encarcelados por combatir democráticamente una dictadura en el 2003. “Cuba está sufriendo un cruel e ignominioso despotismo y vosotros --le decía al Tribunal que le concedió la libertad de hablar que Castro no le otorgó a los enjuiciados de marzo--no ignoráis que la resistencia frene al despotismo es legítima”. A 50 años de distancia, Castro podría ser colocado en el banquillo de los acusados como antes lo estuvo Batista. Cuba es víctima de “un cruel e ignominioso despotismo”, el del propio Castro.

La parte fundamental del alegato de Castro en 1953 podría repetirse puntualmente en el 2003 con los mismos criterios: los métodos de lucha. Hace 50 años fue el alzamiento armado, la guerrilla, la guerra formal; hoy, la huida del país por cualquier medio y, sobre todo, el ejercicio de la palabra libre, la misma por la que luchó Castro en 1953. Sólo que ahora el régimen despótico de Castro reproduce los vicios dictatoriales de Batista, aunque en nombre de la Revolución, del marxismo y del bienestar del pueblo. En nombre del capitalismo o de Marx, la represión es exactamente la misma y a veces hasta peor en el socialismo porque Castro pudo defenderse en 1953 y los disidentes de 2003 fueron aplastados por las ruedas del gobierno castrista.

El eje de la defensa de Castro en 1953 radicó en el derecho legítimo a la rebelión. Lo paradójico fue que Castro tuvo todo el espacio para defenderse, para sacar de prisión documentos, para salir exiliado a México, para entrenarse en México y para regresar a Cuba a luchar en la guerrilla como parte de la legitimidad del combate a los malos gobiernos. Los fusilados y encarcelados por Castro carecen de condiciones mínimas, padecen aislamientos absolutos, los fusilados no tuvieron defensa y fueron juzgados en tres días, aunque también esgrimieron el derecho legítimo a la rebelión.

Lo peor en la biografía política de Castro es que él peleó por la vía violenta contra un gobierno establecido --con armas y muertos--, pero los últimos disidentes no siquiera pedían el cambio de régimen: los secuestradores querían simplemente huir de la isla --“los alemanes democráticos votan con los pies”, escribió Carlos Alberto Montaner para explicar los que saltaban el Muro de Berlín hacia el lado occidental-- sin tratar de organizar una contraguerrilla y los intelectuales y periodistas simplemente criticaban al gobierno castrista y pedían la votación del Proyecto Varela, sin tomar las armas para combatir a Castro. Pero fueron fusilados y encarcelados por más de 25 años, mientras Castro pudo defenderse en 1953 y salió exiliado a México.

Castro lo explicó así hace 50 años: la resistencia frente al despotismo “es un principio universalmente reconocido y nuestra Constitución (la cubana) de 1940 lo consagró expresamente en el párrafo segundo del artículo 40: es legítima la resistencia adecuada para la protección de los derechos individuales garantizados anteriormente”.

Y fue más allá: “el derecho de insurrección frente a la tiranía es uno de los principios que, esté o no esté incluido dentro de la Constitución jurídica, tiene siempre plena vigencia en una sociedad democrática”. Además, Castro citó a Duguit, un juirista francés de principios del Siglo XX: “si la insurrección fracasa, no existirá tribunal que ose declarar que no hubo conspiración o atentado contra la seguridad del Estado porque el gobierno era tiránico y la intención de derribarlo era legítima”.

En este contexto, los fusilados y disidentes podría haber usado los mismos argumentos de Castro para fundamentar su derecho legítimo a combatir la tiranía castrista. Y pudieron haber usado otra parte de la parrafada de Castro de 1953: para defenderse, el jefe de la guerrilla cubana citó nada menos que a Montesquieu --un autor clásico de la ciencia política prohibido en Cuba por democrático-burgués-- para fundamentar el criterio de que Batista era un absolutista.

http://indicadorpolitico.mx

carlosramirezh@hotmail.com

@carlosramirezh