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El ejido, fracaso productivo

Era la segunda década del siglo pasado, el porfiriato había llegado a su fin y los gobiernos revolucionarios se encontraban al frente de los destinos del país, uno de los lemas más simbólicos de ese movimiento revolucionario fue el que buriló para la historia Emiliano Zapata; el de “Tierra y libertad”.

En 1915 se promulga así la Ley Agraria que sentaría las bases para que las tierras que durante el porfiriato se le habían expropiado a campesinos para repartirlos entre unos cuantos terratenientes fuera repartida de manera comunal para la producción agropecuaria, ya fuera para su comercialización o autoconsumo.

El ejido, fracaso productivo

Sin embargo esa Ley Agraria entraría finalmente en funciones ya consolidada como una reforma agraria hasta el gobierno de Lázaro Cárdenas en 1934. Nace así la figura jurídica del ejido.

El reparto  de las tierras se dio a través de ejidos, por los que se formaban comunidades rurales cuya producción agrícola, ganadera o forestal tenía propósitos económicos, pero también una parte para el autoconsumo, aunque las mismas tierras no podían ser vendidas o heredadas. Los ejidos poseían personalidad jurídica y representación propia frente a las autoridades municipales, estatales y federales.

En nuestra tierra tamaulipeca contamos con un sinnúmero de tierras ejidales en las cuales se producen diversos cultivos y se lleva a cabo producción ganadera, sin embargo, las políticas públicas del gobierno federal que son las que se encargan principalmente de coordinar los programas de apoyo e incentivo a la producción agropecuaria distan mucho de ser realmente benéficos para precisamente incentivar la producción y más aun con buenos rendimientos.

Por lo general vemos a los grupos de ejidatarios salir inconformes a protestar porque los apoyos de esos programas federales no les llegan a tiempo, y además, esos apoyos, como ya se mencionó en realidad no incentivan la producción con altos rendimientos en la agricultura y la ganadería.

El ejido en sí se ha mal utilizado y los gobiernos por lo general lo utilizan más con fines electoreros que con el fin de promover esa producción agropecuaria.

Para darnos una idea, en México se producen entre 18 y 21 millones de toneladas anualmente, el 92% de los productores poseen menos de 20 hectáreas y producen el 56% de la producción total, el restante 8 % son productores con extensiones más grandes de tierras y producen el 44% restante de la producción. 

El rendimiento por hectárea promedio es de alrededor de 2.5 a 3.2 toneladas por hectárea y por lo general reglas básicas de la rotación de cultivos no se da de manera eficiente provocando esto que el suelo se “canse”.

Comparando estos datos con la producción de Maíz en Estados Unidos, allá se producen 350 millones de toneladas al año, la propiedad de la tierra es privada, existen tecnologías de punta enfocadas a incentivar la producción con altos rendimientos de alrededor de 10 toneladas por hectárea y llegando a tener cosechas record de hasta 20 toneladas por hectárea en estados como Iowa.

Se respeta la práctica de rotación de cultivos en los cuales se cosechan tres años de maíz por uno de soya o frijol. 

Solo un estado de la unión americana como lo es Iowa produce casi 10 veces más que la producción total de nuestro país.

Ante esta situación urge el que las políticas de apoyo al campo sean redefinidas para ir precisamente a incentivar el incremento en el rendimiento de la producción de los productos agropecuarios y por ende en la rentabilidad para los productores.

Da tristeza el ver como la gran mayoría de los ejidatarios vive en condiciones deplorables por los bajos ingresos que por concepto de sus cosechas reciben, esperemos que juntos, productores y gobierno trabajen en dar un golpe de timón en cuanto a que se dé un verdadero apoyo al campo, para así poder revertir las condiciones actuales del ejido y su fracaso productivo.

Hasta la próxima, primeramente Dios.

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