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Juventud, divino tesoro

El autor recuerda cómo hace seis décadas las lecturas de autores como Joyce, o Hesse le ayudaron a enderezarse

Estaba en el anaquel superior de la librería, el de las obras poco frecuentadas, y lo rescaté del polvo. Un ejemplar que había sobrevivido milagrosamente a todos los cambios de domicilio y llevaba, con mi firma, la fecha de su lectura: junio 1950. ¡Un lapsus de sesenta y seis años desde que me sumergí con pasión en su lectura! Tenía yo 19 años y el libro era El artista adolescente, la novela de Joyce traducida por Alfonso Donado y con un prólogo de Antonio Marichalar.

James Joyce, en una fotografía de su juventud.Juventud, divino tesoro

Releyendo hoy a Joyce con las vivencias de hace 66 años (entre tanto había accedido a las prédicas del padre Vega evocadas por Blanco White en su Autobiografía y a la de Manuel Azaña en El jardín de los frailes) revivo las dudas que me asaltaron cuando, quinceañero, perdía gradualmente la fe en el credo que tan cuidadosamente me fue inculcado, primero por los padres jesuitas del colegio de Sarriá, luego por los hermanos de la Doctrina Cristiana de la Bonanova y empezaba a plantearme preguntas sin respuesta posible en complicidad con mi condiscípulo José Vilarasau, futuro director de la Caixa, en nuestras maliciosas consultas al infeliz hermano Pedro (si Dios es Todopoderoso ¿puede hacer que cuantos estamos ahora en el aula no hayamos existido?). El arte, la literatura, brindaban alternativas al dogma delicuescente y me entregué a ellos con ardor de neófito. 

Lecturas y más lecturas (Kafka, Gide, Hesse) que ayudaron a enderezarme y avanzar a tientas, pero avanzar, por la senda de mi liberación personal. En palabras de Stephen Dedalus: “No sobreviviré por más tiempo a aquello en lo que no creo, llámese hogar, ni patria o ni religión. Y trataré de expresarme en vida y arte tan libremente como sea posible, usando para mi defensa la única arma que me permito usar: silencio, destierro y astucia”.

¿Puede resumirse mejor lo que será después la vida de Joyce, y de rebote, la de un modesto y esforzado lector de Ulises, esto es, mi propia vida?



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