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Lleva el beisbol en la sangre

El ritual que realiza Robinson Canó en el estadio Alfredo Harp Helú es similar al que hacía en las Grandes Ligas

Lleva el beisbol en la sangre

El ritual que realiza Robinson Canó en el estadio Alfredo Harp Helú es similar al que hacía en las Grandes Ligas.

Antes de tomar su turno en el primer juego de interescuadras con los Diablos Rojos del México, el dominicano hizo un par de movimientos con el bate y después se colocó frente al pitcher para recibir la pelota.

De esa manera, con su figura de 1.83 metros de altura imponía elegancia, gracia, y se desbordaba la experiencia que adquirió en 17 años en la Gran Carpa con equipos como Yankees y Mets de Nueva York, Marineros de Seattle, Padres de San Diego y Bravos de Atlanta.

“Diría que no se parecen (mis primeros días con los Pingos y en la MLB) porque aquí llego con un nombre, ya todo el mundo sabe y conoce quien es Robinson Canó, sin embargo a los Yankees llegué como un ‘rookie’ que le estaban abriendo las puertas, nadie me conocía, era esperar a ver cómo me iba, y gracias a Dios me fue bien”, expresó.

A sus 41 años, Canó se niega a dejar el beisbol, no por vanidad, sino por el orgullo que siente cuando sigue los pasos de su padre José, quien militó con la novena escarlata, Rieleros de Aguascalientes y Leonés de Yucatán entre 1991 y 1998.

“Todo el que juega beisbol dominicano tiene una trascendencia del abuelo, el papá, el tío o la mamá jugó softbol, venimos de esa familia. Nosotros cómo niños, en mi caso, jugaba críquet o con pelota de trapo o si no en la casa hacia una con papel y la amarraba con hilo y la bateabas con un bate de plástico, de todas las maneras se jugaba beisbol 

En el beisbol eso no se pierde (nivel), pero sí, gracias a Dios puedo jugar o he estado jugando lo que fue el invierno en la Serie del Caribe y he estado jugando al mismo nivel”, señaló.