De Jackson a McKinley
Muchos de los principales asesores actuales son veteranos del sector financiero, deseosos de ayudar al presidente a doblegar el sistema económico, en lugar de remodelarlo desde abajo, declaró el portavoz Kush Desai
El presidente William McKinley, a la izquierda, posa con su gabinete durante una reunión en la Casa Blanca, en esta foto de 1898.
WASHINGTON, D.C.- En su primer gobierno, el presidente favorito de Donald Trump —además de él— era Andrew Jackson, el populista de semblante cortante que se forjó a sí mismo y disfrutaba de poner de cabeza a Washington.
Ahora se inclina por el corpulento e infaliblemente cortés William McKinley, defensor tanto del expansionismo estadounidense como de los aranceles, la política favorita de Trump en su segundo mandato.
El cambio de actitud de Trump, en lugar de simplemente sustituir una fascinación por otra, demuestra cómo han cambiado su mentalidad y sus prioridades.
La admiración del presidente republicano por McKinley encaja con su política actual, que es diferente a la de cuando asumió el cargo por primera vez en 2017. Un objetivo político clave para Trump en aquel entonces eran las élites, que su gobierno predijo que podrían derrumbarse ante un levantamiento de la clase trabajadora al estilo de Jackson.
En su segundo discurso inaugural, Trump elogió a McKinley como un "empresario nato" que "enriqueció enormemente a nuestro país mediante aranceles y talento".
Trump utilizó una orden ejecutiva en su primer día en el cargo para restaurar el nombre del pico más alto de Norteamérica —el Monte McKinley— y más recientemente ha mencionado en repetidas ocasiones al 25to presidente ahora que sus cuantiosos aranceles han puesto al mundo en preparativos para una guerra comercial no vista desde la Ley de Aranceles McKinley de 1890.
Jackson apenas ha merecido alguna mención.
"En su primer mandato, bueno, McKinley era un pez gordo", dijo H.W. Brands, profesor de Historia en la Universidad de Texas y autor de "Andrew Jackson: His Life and Times" (Andrew Jackson: Su vida y su época). "Así que, si vas a ser populista, no vas a ser un McKinley".
Pero Jackson, señaló Brands, odiaba los impuestos a las importaciones.
"Así que, si los aranceles son lo tuyo, Andrew Jackson ya no es tu hombre. Tienes que buscar a alguien cuyo nombre se relacione con un arancel", resaltó.
La Casa Blanca asegura que este cambio no representa una desviación de los objetivos del primer mandato de Trump, sino simplemente que apuesta más por nuevas herramientas —en este caso, los impuestos a las importaciones— para alcanzarlos.
"El presidente Trump nunca ha flaqueado en su compromiso de poner a la clase trabajadora estadounidense por encima de los intereses especiales, y su forma de canalizar la agenda arancelaria del presidente McKinley es un indicativo de cómo utiliza todos los recursos del poder ejecutivo para beneficiar al pueblo estadounidense", declaró el portavoz Kush Desai.
Sin embargo, muchos de los principales asesores actuales de Trump son veteranos del sector financiero, deseosos de ayudar al presidente a doblegar el sistema económico a su antojo, en lugar de remodelarlo desde abajo.
Esto ha significado que Trump ha centrado su ira política en otros países y en los "globalistas" que apoyaron el libre comercio internacional. Quiere establecer un nuevo orden económico que priorice los intereses estadounidenses, y ha optado por imponer fuertes impuestos a las importaciones para que sus socios comerciales negocien acuerdos más favorables, como la forma más eficiente de lograr eso.
Las cambiantes prioridades económicas de Trump
Los impulsos jacksonianos del presidente no están del todo inactivos. Estableció algunos aranceles durante su primer mandato y ahora revoluciona a Washington con sus esfuerzos por recortar drásticamente la plantilla federal y llenar la burocracia con personas leales a él. También ha priorizado el antagonizar a las "élites" de las universidades de la "Ivy League" —un grupo de ocho universidades prestigiosas de Estados Unidos— y a los principales bufetes de abogados.
En su retórica, Trump también ha mitificado el poder de los impuestos a las importaciones, a pesar de que la historia cuenta una historia diferente. Los aranceles de la era McKinley —que reflejaron de manera general a la Edad Dorada— aumentaron los ingresos del gobierno federal, pero también generaron una sociedad muy estratificada entre ricos y pobres.
Pero, así como su admiración a Jackson ayudó a Trump —un magnate que tenía poco en común con muchos votantes de clase trabajadora a los que cortejaba— a asumir en su primer mandato el manto del populismo moderno, McKinley le ofrece una justificación intelectual y un precedente histórico para su adoración por los aranceles.
"Es, claramente, un cambio de ambiente", dijo Eric Rauchway, profesor de Historia de la Universidad de California, Davis, y autor de "Murdering McKinley: The Making of Theodore Roosevelt´s America" (El asesinato de McKinley: la construcción del Estados Unidos de Theodore Roosevelt).
También es un ejemplo de cómo Trump toma medidas políticas para encaminar al país en una dirección determinada —o simplemente declarar lo que quiere que sea verdad— y luego trabaja hacia atrás para construir un argumento que justifique por qué sus corazonadas eran las correctas desde el principio.
"La relación de Trump con la Historia, y con tantas otras cosas, es completamente transaccional", afirmó Daniel Feller, profesor emérito de la Universidad de Tennessee y exeditor de "The Papers of Andrew Jackson" (Los documentos de Andrew Jackson).

