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Vargas Llosa o la funesta manía de pensar

El escritor centra tres volúmenes que abordan su trayectoria como autor, una serie de entrevistas con el Nobel peruano y un diálogo de sus escritos y los de Fernando Savater en torno a sus ideologías

En 1945 Mario Vargas Llosa vio por primera vez el mar. Según él mismo recuerda, era apenas “un mocoso de nueve años... y al parecer el descubrimiento del océano Pacífico me excitó más que a Balboa”. También yo, en el umbral de la adolescencia, me topé con la infinitud del Mediterráneo en aguas de Málaga y quedé hipnotizado desde entonces. Tanto como lo he sido ahora al zambullirme en la fascinante y desordenada trilogía que ha publicado sobre el Nobel de origen peruano la editorial Triacastela. Los tres volúmenes constituyen un psicoanálisis nada larvado del ánimo de un escritor fundamental para la historia de la literatura, una reflexión sobre el papel de los intelectuales en el atribulado mundo que padecemos y un manual de instrucciones para todo aquel que aspire a leer o a escribir en busca de algo parecido a la sabiduría.

Mario Vargas Llosa.Vargas Llosa o la funesta manía de pensar

Me acerqué con cierta reticencia a los dos primeros libros citados, pero enseguida me sentí subyugado por su contenido. Las entrevistas con escritores constituyen un género literario de primera magnitud para comprender su obra y disfrutar de ella. Por otra parte, descubrir la introspección que sobre su propio trabajo hace un autor es la mejor manera de interpretarle. Mucho más aún cuando, como es el caso, el texto está escrito con una maestría de estilo y una claridad de conceptos que se echa a faltar en la mayoría de los ensayos y estudios académicos.

La aparición de Vías paralelas merece comentario aparte. Lázaro construye una especie de trío intelectual, mediante el uso tanto de materiales antiguos como de conversaciones recientes, cuyo debate nuclear versa sobre la coherencia de los comportamientos personales, la persistencia de creencias e ideologías a lo largo de unas vidas dedicadas por completo a la reflexión. Entre los paralelismos más evidentes de Savater y Vargas Llosa resalta el hecho de que ambos fueron revolucionarios en su juventud (filocomunista Mario, anarquista Fernando), para terminar integrando en su edad madura las filas de movimientos más o menos tachados de conservadores y aun de reaccionarios. También ambos se volcaron con gran entusiasmo, aunque sin mucho éxito, en la actividad directamente política. Y pese a las acusaciones, reproches y amenazas contra ellos proferidas por sus antiguos compañeros en el reclamo de las diversas revoluciones, se siguen considerando legítimamente progresistas, y con toda evidencia lo son en no pocas rúbricas sociales de indudable trascendencia (derecho al aborto, reconocimiento del matrimonio homosexual, legalización del consumo de drogas, laicismo militante, etcétera).

El rayo divino que derribó del caballo revolucionario a Vargas Llosa fue la historia de Heberto Padilla, periodista y escritor cubano que se sumó al movimiento de Castro y acabó perseguido y represaliado por él. Esa fue la frontera, el antes y el después, aunque las dudas y reticencias sobre las eventuales virtudes de la revolución anidaban en Mario desde hacía tiempo. La trayectoria de Savater resulta acorde con su ánimo libertario, compatible con su deriva hacia la madurez, hasta considerar a la vejez como una novedad admirable, “un auténtico colocón”. El secuestro y asesinato del ingeniero Ryan por parte de ETA supuso para su conciencia un trauma parecido al ocasionado a Vargas Llosa por el caso Padilla. La demostración de la violencia estructural de las revoluciones. Contra ella predominó la honestidad intelectual y personal de los protagonistas del libro, su defensa del derecho a contradecirse a sí mismos y su valor al hacerlo. Frente a los sicofantes que les han acusado de traicionar antiguos y escleróticos principios, ellos han procurado siempre la lucidez del pensamiento, que desdice de la fragilidad de las creencias. Como reza la última línea que corona el libro, “a diferencia de creer, pensar es cambiar de ideas”. Y hacerlo sin renunciar a los valores de la solidaridad y el respeto a la condición humana.

Vías paralelas se beneficia de la cultura oral, es un ensayo dialogado y por lo mismo caótico en alguna de sus formas. En la mejor de las tradiciones filosóficas, responde a la conversación peripatética de los tres personajes que integran el corro, entre ellos y consigo mismos, e incita al lector a inmiscuirse en el debate, a sonreír, irritarse, interrogarse y afirmarse de continuo en torno al aluvión de ideas, de dudas y preguntas, de rectificaciones y propuestas que emanan de sus páginas. Son tantas y tan discutibles entre ellos mismos, incluso consigo mismos, que sería prolijo e inútil tratar de enumerarlas.

Mencionaré solamente el recordatorio de Savater sobre la transición española. “A quienes se quejan de que esto no es una democracia les desearía que pudieran retroceder en el tiempo 50 o 60 años y vivir, aunque solo fuera un día, en aquel país en el que de verdad no había democracia”. O el rechazo frontal de Vargas Llosa al nacionalismo de quienes predican América primero, o España primero, o Cataluña primero. “Toda nación”, dice el Nobel, “es una mentira a la que el tiempo y la historia han ido fraguando una apariencia de verdad”. “El nacionalismo es la cultura del inculto… y una cortina de humo detrás de la cual anidan el prejuicio, la violencia y a menudo el racismo”.

Vargas Llosa, Savater y Lázaro nos ilustran sobre cómo ejercer en libertad, frente a la impostura de los poderosos, “la funesta manía de pensar”. Provocan de este modo un hechizo comparable a la primera vez que vi el mar.



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