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Unamuno, en plena guerra

Los biógrafos de Unamuno Colette y Jean Claude Rabaté analizan en una nueva edición los apuntes del escritor vasco durante los últimos meses de su vida

Unamuno, en plena guerra

El estreno de la película Mientras dure la guerra, de Alejandro Amenábar, ha recordado los acontecimientos salmantinos de la segunda mitad del año 1936: el inicio de la Guerra Civil en Salamanca (que fue la capital oficiosa de la España sublevada) y las angustias, sinsabores y, alguna vez, rebeldías de Miguel de Unamuno, que murió —casi simbólicamente— el último día de aquel año aciago. Sin ser excelente, la película es bastante más que decorosa y, a menudo, la encarnación que el actor Karra Elejalde hace de don Miguel alcanza una intensidad sobrecogedora. Pero ese proceso de revisión de aquellos acontecimientos empezó mucho antes… En 1964 la Vida de don Miguel, escrita por el periodista salmantino Emilio Salcedo, ya contó con probidad aquellos momentos finales. Y en 1986, un dramático ensayo de Luciano G. Egido, Agonizar en Salamanca, dio una versión más completa de unos hechos que no propiciaban el acuerdo de la memoria de las partes.

En 1991, el nieto del escritor Miguel de Unamuno Adarraga publicó la transcripción del breve texto que su abuelo escribió a lápiz, entre septiembre y final de noviembre de 1936, bajo el título de El resentimiento trágico de la vida. Notas sobre la revolución y guerra civil españolas, casi seguro esbozo de un futuro libro. Se publicó con el añadido de unas notas interpretativas de Carlos Feal Deibe que estableció la génesis de las obsesiones unamunianas y apuntó, con cautela, una primera valoración encomiástica del texto. Treinta años después, era obligado volver sobre esas páginas. Y lo han hecho dos hispanistas franceses, Colette y Jean Claude Rabaté, que en el último decenio han publicado una excelente biografía de Unamuno (2009) y andan todavía en la compleja edición del epistolario completo (en 2015 apareció el primer volumen, impreso por cuenta de la Universidad de Salamanca). La nueva edición de El resentimiento trágico de la vida ha enmendado algún detalle de la transcripción de 1991, ha anotado exhaustivamente todo cuanto valía la pena explicar y ha completado aquella genealogía de las preocupaciones del escritor que ya apuntó Carlos Feal Deibe, además de añadir la edición de otros breves manuscritos del autor que versan sobre la guerra, e incluso el testimonio inédito de un catedrático salmantino, Ignacio Serrano, sobre los hechos ocurridos en el paraninfo el 12 de octubre de 1936: una confrontación de voces y discursos sobre cuyo contenido parece imposible el acuerdo. Allí todo el mundo oyó lo que quería haber oído, o incluso quizá soñó haberlo dicho, empezando por el testimonio de Luis Gabriel Portillo (padre de un futuro ministro del Reino Unido, Michael Portillo), que le publicó nada menos que Cyril Connolly en The Golden Horizon (1953).

Parece imposible un acuerdo sobre lo sucedido en el paraninfo el 12 de octubre. Todos oyeron lo que querían haber oído

Nunca sabremos qué dijo Unamuno, pero lo que fuere dejó sus huellas en las desgarradoras cuartillas de 1936 que guardó en un sobre a su nombre, donde el Ayuntamiento de la ciudad le había remitido algún papel en su condición de concejal. Como dicen los Rabaté, Unamuno practicó allí “la literatura como catarsis” (siempre lo había hecho en aquellos monodiálogos que Feal Deibe también recordó en su trabajo) y de ese modo buscó “dejar una huella escrita de la congoja, el horror y la incomprensión que lo agotan”. Lo cual generó un nivel de lenguaje especial y exasperado que es pura literatura: cadenas de frases nominales y verbos en infinitivo (que dan al texto rapidez, desvarío y urgencia), largas enumeraciones, juegos de palabras (que incluyen lo escatológico), un deliberado caos de puntuación… No hace mucho, Jon Juaristi iba más lejos en su hermosa biografía de 2013: El resentimiento… viene a ser “un gran poema modernista (en el sentido europeo), comparable a los mejores del modernismo de entreguerras. Poemas como ‘The Waste Land’, de Eliot, donde “todo es un mosaico de imágenes rotas”, o un collage de citas que remiten a los manes inspiradores de la melopea (Shakespeare, Vittorio Alfieri, Leopardi y, por supuesto, la Biblia, en el caso de Unamuno). Y, claro está, conciernen a la valoración de su propia escritura ya que, como repite por dos veces, “la experiencia de esta guerra me pone ante dos problemas: el de comprender, repensar mi propia obra, empezando por Paz en la guerra, y luego comprender, repensar España”.

En orden a lo primero se le hace patente que la guerra carlista de 1872, o la pugna de ideas y violencias del hirviente fin de siglo español, nada tenían que ver con esta otra contienda nacida del resentimiento. Pero en cuanto a “repensar España”, su actitud  es la muy noble de asumir todo lo que produce este “pueblo no de vividores sino de moridores”.



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