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Una memoria que se construye y destruye

La historia que cuentan los monumentos de Europa es la de una sucesión de estragos y restauraciones

La historia de Europa se podría resumir como una serie interminable de construcciones y destrucciones, de tal forma que cada vez que nos encontramos ante un monumento histórico lo primero que hay que preguntarse no es por la fecha de edificación original, sino por lo que ha sobrevivido desde entonces, por los añadidos y restauraciones, por las cicatrices de guerras, saqueos, incendios, terremotos, inundaciones o por los estragos provocados por el cansancio de la piedra y la madera. El incendio de Notre Dame es una desgracia, sin duda, pero las llamas que devoraron la catedral parisina fueron una tragedia profundamente europea.

La catedral de Reims, Francia, destrozada durante la Primera Guerra Mundial, en una imagen de 1914.Una memoria que se construye y destruye

Por eso, por su papel central en el espacio urbano y político, han sido tantas veces el objeto de saqueos y ataques. Muchas de las grandes catedrales fueron dañadas o arrasadas durante las guerras mundiales: las de Milán, Colonia, Reims, Dresde, Viena, Varsovia o Estrasburgo. Todas ellas fueron reconstruidas de tal forma que conservan su majestuosidad y resulta casi imposible distinguir el original de la copia, porque en el fondo se trata de copias, pero también de originales, como ocurre con los templos japoneses de madera cuya antigüedad se mide por primera vez que se edificaron, no por las réplicas que se realizaron a lo largo de los siglos.

Otras veces, en cambio, se deja la memoria al descubierto, como un recuerdo de la destrucción: es lo que ocurre con la iglesia del Carmo en Lisboa, cuyas ruinas sirven de recordatorio del terremoto de 1755, o con la torre partida de la iglesia Kaiser Wilhelm, sobre la que se posaban los ángeles de El cielo sobre Berlín.

La catedral de San Juan Bautista de Turín sufrió un incendio en abril de 1997 que estuvo a punto de calcinar la reliquia más venerada de Occidente, la Sábana Santa. El fuego estalló en la capilla barroca, construida en el siglo XVII por Guarino Guarini. Los bomberos lograron sacar la urna que contenía el sudario sin que sufriese los daños. Acaba de volver a abrirse al público, magníficamente restaurada, pero todavía una parte importante del recinto muestra claramente las huellas del fuego de aquella funesta noche del 11 al 12 de abril.

La idea de que los monumentos tienen un valor artístico en sí, independientemente de su papel religioso, es muy reciente. Lo primero que hacían los Ejércitos vencedores era convertir en cenizas los templos del enemigo conquistado, mucho más cuando la religión era el motivo de la guerra, salvo en algunos casos excepcionales en los que eran transformados por el credo triunfante.

El caso más conocido es Santa Sofía, la milenaria catedral de Constantinopla, convertida en mezquita tras la conquista de la ciudad por los turcos y transformada en museo durante la revolución de Atatürk en 1931. Pocas mezquitas sobrevivieron en España a la furia destructora de los Ejércitos cristianos: Córdoba es un caso único, porque fue transformada en Iglesia y, posteriormente, se construyó una catedral en su interior, aunque sus autores respetaron la belleza admirable del antiguo edificio islámico. La inmensa mayoría de las sinagogas españolas fueron también arrasadas, aunque cuando se entra en el convento del Corpus Christi en Segovia resulta casi imposible no ver cómo en su estructura se transparenta la sinagoga mayor incautada, aunque respetada, en 1410.

El edificio más antiguo de uso continuo de Europa, el Panteón, fue construido por Adriano en el siglo II y se erige intacto en el centro de Roma como una de las construcciones más bellas del mundo. Se salvó de la destrucción al ser convertida en Iglesia. Todos ellos conservan las huellas de esas transformaciones que relatan sus derrotas, pero por encima de todo su resistencia al tiempo y a los cataclismos.




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