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Un ‘voyeur’ entre la grandeza colapsada de México

El artista de la lente Bernardo Aja presenta ‘EntreMuros’, una mirada a las antiguas familias burguesas que habitan sus viejas casas

Si el arte fuera más literal, todas las fotografías de Bernardo Aja tendrían un marco negro con forma de cerradura. La exposición “EntreMuros” revuelve en la cotidianidad de las antiguas familias mexicanas como a través del ojo de un cerrojo. Imágenes de interiores de grandes casonas, donde los miembros actuales de las que fueran grandes dinastías posan de forma teatral para él.

Bernardo Aja, ante una de sus fotografías.Un ‘voyeur’ entre la grandeza colapsada de México

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LO QUE VES, EXISTE

Señores, señoras, chicas recostadas sobre carísimas alfombras; espejos; un hombre mayor suspendido de una polea; ricos que se dejan envolver con plástico; una duquesa que mira a la cámara junto a su bisnieto y juegos con sombras proyectadas en sábanas en un patio de la colonia Roma (sí, blanco y negro y la colonia Roma, pero no nos saturemos con la película de Cuarón).

“No son modelos. Todo lo que ocurre es cierto y es verídico. Y es parte de la trascendencia en la línea lingüística de la obra. Lo que ves, existe, son personajes que viven en sus casas”.

Lo cierto es que Aja juega a retorcer las poses de esta gente VIP, descendientes, como él indica, de “familias muy antiguas que son el último latigazo de una España histórica de expansión de los siglos XVII y XVIII”. Gente que hoy constituyen “toda una sociedad que desaparece, a punto de dejar la existencia terrenal”.

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EL NÚCLEO DEL PROYECTO ES MÉXICO

El fotógrafo vive en México, pero también visita Perú o Filipinas. “Te los encuentras, están ahí. Fotográficamente funciona muy bien porque hay una arquitectura muy visual y unos personajes que pueden llevarte a situaciones muy interesantes”, explica.

Nacido en Cantabria en 1973 y formado en California y Nueva York, el primer golpe de la carrera de Aja fue entre 1997 y 2000, cuando ejerció de fotógrafo personal del expresidente (y autócrata) peruano Fujimori.

“Fue mi puerta de entrada a América y bueno, fue una experiencia mucho más normal de lo que puedas pensar. Mucha agenda diplomática, muchos eventos, pero al final la gente es gente, todos vamos al supermercado”, explica sobre esa época.

Volviendo a “EntreMuros”, en los textos que hablan de la exposición hay palabras que se repiten: fisgón, voyeur. ¿Está de acuerdo Aja con estos términos? “¡Por supuesto que no! Pero los textos no los hago yo, los hace Elena Poniatowska, ni más ni menos. A ver quién le dice a doña Elena que no”, pregunta entre risas.

Es cierto, son los textos de la Premio Cervantes mexicana los que prologan la exposición sobre esta antigua aristocracia de México. “Hoy poco visible de tan desfalleciente”, define Poniatowska. “Bernardo Aja los tomó con cariño cuidando sus herencias emotivas, los objetos que los enjaularon como a canarios o periquitos de Australia, los retratos de sus antepasados ahorcados para siempre en la pared, sus muebles entrañables por apolillados y tuertos”.

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LA OTRA CARA DE LA MONEDA MEXICANA

El siguiente proyecto de Aja: “Agnosis”, tratará el tema de los desaparecidos. “Viviendo en México y siendo artista no puedes obviar ese bochorno y vergüenza que tenemos en el país, esta corrupción, esta corriente de asesinatos. En los últimos 12 años hay 250 mil asesinatos y 70 mil desaparecidos. Es algo indigno para la esencia cultural e intelectual de cualquier país”, cuenta.

“Cuando puedo, como puedo, con los márgenes de acción que tengo, hago este proyecto (‘Agnosis’), totalmente relacionado con los derechos humanos. Trabajo con las clases sociales más desfavorecidas, fotografiando la búsqueda de familiares desaparecidos, sobre todo por organizaciones civiles en Sinaloa y Veracruz, donde básicamente buscan a sus hijos de la forma más austera”. Y describe cómo esas familias, con varillas de cemento colado, pinchan el suelo y huelen la varilla. Si huele a podredumbre puede ser un animal… o un cuerpo.

Aja se pasea por entre las fotografías de gran formato y rememora anécdotas de cómo las tomó. Y recuerda esa atmósfera. Una atmósfera que es “la de la decencia, la de los espejos de pasadas grandezas”, en palabras de Poniatowska.

“La de las dulces ilusiones de un vals que ya se bailó y del que sólo quedaron los candiles apagados”.




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